El 2018 no será igual

Alfredo Piñera Guevara.- El privilegio de la Verdad (no la manifestación de los anhelos subconscientes de los ciudadanos, sino la búsqueda de la realidad factual para establecer juicios de valor) deberá ser el elemento sustancial para definir los perfiles de los candidatos que los partidos políticos postularán para ocupar los cargos de responsabilidad pública el próximo año.

Trataré de explicar esta tesis de la forma más simple que me sea posible. El colectivo popular ha demostrado con el paso del tiempo su desinterés en participar en los asuntos que tienen que ver con la administración pública y el gobierno. Sus premisas emocionales (idealismos mentales) se anteponen al régimen de la ley, de la norma y la ética pública, pues considera que dichos elementos conductuales son de facto obligatorios (lo establece la Constitución) en el ejercicio de la función pública.

Así, nacieron en nuestro país reglas no escritas que se volvieron comunes en el desempeño de la función política y que tienen mucho que ver con la siembra de la corrupción, la componenda, las complicidades y el interés político por encima del bien común. ¿Le suenan a usted comunes frases como “el que no transa no avanza”, “no importa que roben, nomás que salpiquen” o “¿de a cómo nos podemos arreglar”?

El problema es que a nuestra sociedad, a lo largo de la historia, le ha costado mucho sacrificio avanzar para modernizarse y democratizarse. Miles de vidas perdidas en estériles revoluciones que sólo diezmaron familias para entronizar grupos políticos en el poder que se impusieron a los demás mediante el abuso del poder, que arrasaron con la democracia, las libertades y los derechos humanos que nos son universales. A nuestra dolida sociedad le resultó durante muchos años más económico y cómodo ceder el poder que sacrificar más vidas para conquistar definitivamente la anhelada libertad.

Por eso resulta más fácil decidir el sentido del voto electoral en función de nuestra percepción sensorial que en el análisis concienzudo de la realidad que enfrentamos. Esa percepción que se adquiere por una experiencia vivida y que genera una vorágine de pensamientos idealistas, sean éstos de odio y rencor, repudio o repulsión (como el caso de César Duarte Jáquez) o de simpatía y admiración, incluso en algunos casos de ensoñación. Equivale a decir que es muy complicado decidir nuestra preferencia electoral después de un análisis equilibrado y justo del currículum y el desempeño profesional del político en concurso.

¿Qué deberemos privilegiar los militantes de un partido político y los ciudadanos para elegir nuestros futuros gobernantes? ¿Su simpatía y sociabilidad, su pulcra imagen o prestigio vertical o en lugar de ello su experiencia y capacidad, su profesionalismo y su verticalidad?

Debemos primero entender cómo en la pasada experiencia electoral, la verdad emocional se antepuso a la razón factual. Los electores privilegiaron el sentido de sus emociones para definir su voto electoral, dejándose llevar por su sentido común. Con un pésimo manejo de la percepción social, el anterior gobierno construyó en su entorno un sentimiento colectivo de repulsión, de rechazo e indignación que la oposición política-electoral supo hábilmente aprovechar postulando a su mejor perfil, un candidato experimentado con excelente desempeño político e incólume verticalidad.

Sin embargo el 2018 no será igual. En el marco de la postulación de perfiles de candidatos, lo que se deberá privilegiar será precisamente la experiencia, honorabilidad, la ética y capacidad de quienes busquen ascender o mantenerse en el ejercicio del poder. Sin ello, de poco servirá la popularidad, sociabilidad, simpatía o habilidad verbal del postulante para ganar las elecciones. Al tiempo.

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