¿Como funciona el miedo?

El miedo puede ser tan antiguo como la vida en la Tierra. Es una reacción básica y profundamente innata que ha evolucionado a lo largo de la historia de la biología para proteger a los organismos frente a una amenaza percibida para su integridad o su existencia. El miedo puede ser algo tan simple como una antena de un caracol que se encoge al tocarla o tan complejo como la preocupación existencial en un ser humano.

Si pensamos en las conexiones del cerebro y en la psicología humana, algunas de las principales sustancias químicas que contribuyen a provocar una reacción de “lucha o huida” también intervienen en otros estados emocionales positivos, como la felicidad y la excitación. Por tanto, tiene sentido que el estado de gran excitación que experimentamos durante un susto también se puede experimentar en una situación más positiva. Pero ¿cuál es la diferencia entre sentir un “subidón de adrenalina” y sentirse totalmente aterrorizado?

Cuando entras en una casa embrujada en la época de Halloween, por ejemplo, sabiendo de antemano que un demonio te puede saltar encima o sabiendo que no es realmente una amenaza, puedes modificar la experiencia. Por el contrario, si estuvieses andando en un callejón oscuro por la noche y un extraño empezase a perseguirte, el área emocional y el área del pensamiento de tu cerebro coincidirían en que la situación es peligrosa y es el momento de huir.

¿Pero cómo hace esto tu cerebro?

La reacción del miedo empieza en el cerebro y se extiende por todo el cuerpo para realizar ajustes y preparar la mejor defensa o la mejor reacción de huida. La respuesta de miedo se inicia en una región del cerebro llamada amígdala cerebral. Este conjunto de núcleos con forma de almendra en el lóbulo temporal del cerebro se encarga de detectar la importancia emocional de los estímulos, hasta qué punto algo nos llama la atención.

Por ejemplo, la amígdala se activa siempre que vemos un rostro humano con una emoción. Esta reacción es más pronunciada con el enfado y el miedo. Un estímulo amenazador, como la visión de un depredador, provoca una respuesta de miedo en la amígdala, que activa áreas que participan en la preparación de funciones motoras que intervienen en la lucha o en la huida. Y también provoca la liberación de hormonas del estrés y estimula el sistema nervioso simpático.

Esto produce cambios fisiológicos que nos preparan para ser más eficaces ante un peligro: el cerebro se vuelve hiperalerta, las pupilas y los bronquios se dilatan, la respiración se acelera, el ritmo cardiaco y la presión sanguínea aumentan, el flujo sanguíneo y el flujo de glucosa hacia los músculos esqueléticos se incrementan y los órganos no vitales para la supervivencia, como el sistema gastrointestinal, se ralentizan.

Una parte del cerebro llamada hipocampo está estrechamente conectada con la amígdala. El hipocampo y el córtex prefrontal ayudan al cerebro a interpretar la amenaza percibida y participan en el procesamiento del contexto a un nivel superior, que ayuda a una persona a saber si la amenaza que percibe es real.

Por ejemplo, ver un león en la naturaleza puede provocar una fuerte reacción de miedo, pero la respuesta ante la visión del mismo león en un zoologico es más de curiosidad y hasta pensamos que el león es bonito. Y es porque el hipocampo y el córtex frontal procesan la información contextual, y las vías inhibitorias reducen la respuesta de miedo de la amígdala y sus consecuencias en los procesos posteriores. Básicamente, nuestras conexiones “pensadoras” del cerebro tranquilizan a nuestras áreas “emocionales” y les aseguran que, en realidad, estamos bien.

De una manera parecida a otros animales, aprendemos muy a menudo lo que es el miedo a través de las experiencias personales, como el ser atacados por un perro agresivo u observando a otros seres humanos atacados por un perro agresivo.

Sin embargo, los seres humanos tienen una manera fascinante y evolutivamente única de aprender y es a través de la enseñanza; aprendemos del lenguaje o de las notas escritas. Si un letrero dice que el perro es peligroso, la proximidad al perro provocará una respuesta de miedo.

Aprendemos la seguridad de una manera parecida: experimentando con un perro domesticado, observando cómo otras personas interactúan con ese perro de forma segura o leyendo un letrero que dice que el perro es amistoso.

El miedo crea distracción, lo que puede ser una experiencia positiva. Cuando ocurre algo que causa miedo, en ese momento, estamos muy alertas y no nos preocupamos por otras cosas que podrían ocupar nuestro pensamiento (tener problemas en el trabajo, preocuparse por un examen importante al día siguiente), lo que hace que estemos concentrados en el momento presente.

Es más, cuando experimentamos estas cosas que nos causan miedo con las personas que hay en nuestras vidas, a menudo descubrimos que las emociones pueden ser contagiosas de una manera positiva. Somos criaturas sociales capaces de aprender las unas de las otras. Por eso, cuando ves a tu amiga en la casa embrujada y ves que ha pasado rápidamente del grito a la risa, socialmente eres capaz de detectar su estado emocional, que puede influir positivamente en el tuyo.

Aunque cada uno de estos elementos – el contexto, la distracción y el aprendizaje social – puede influir en la manera en que experimentamos el miedo, todos tienen algo en común y es la sensación de control. Cuando somos capaces de reconocer qué es una amenaza real y qué no lo es, de modificar una experiencia y de disfrutar de la emoción de ese momento, en el fondo estamos en un lugar en el que sentimos que tenemos el control. Esa sensación de control es fundamental en la manera en que experimentamos el miedo y respondemos ante él. Cuando superamos ese impulso inicial de “lucha o huída”, nos sentimos a menudo satisfechos, tranquilos en cuanto a nuestra seguridad y con más confianza en nuestra capacidad para enfrentarnos a las cosas que al principio nos asustaban.

Es importante tener en cuenta que todo el mundo es diferente y tiene una percepción única de lo que nos parece que da miedo o es divertido. Eso plantea otra pregunta: ¿por qué muchos pueden disfrutar con un buen susto y por qué otros pueden realmente odiarlo?

Cualquier desequilibrio entre la excitación causada por el miedo en el cerebro animal y la sensación de control en el cerebro humano contextual puede provocar una excitación excesiva o insuficiente. Si la persona considera que la experiencia es “demasiado real”, una respuesta de miedo extremo se puede imponer a la sensación de control de la situación.

Esto les puede suceder incluso a los que les encantan las experiencias que dan miedo: pueden disfrutar con las películas de Freddy Krueger, pero El exorcista les puede aterrorizar porque lo consideran demasiado real y la respuesta de miedo no está modulada por el cerebro cortical.

Por otra parte, si la experiencia no es lo suficientemente estimulante para el cerebro emocional, o si es demasiado irreal para el cerebro cognitivo pensador, la experiencia puede acabar pareciendo aburrida. Una bióloga que no puede ajustar su cerebro cognitivo al analizar todas las cosas corporales que son imposibles en la realidad en una película de zombis puede ser incapaz de disfrutar The Walking Dead tanto como otra persona.

Por tanto, si el cerebro emocional está demasiado aterrorizado y el cerebro cognitivo se siente impotente, o si el cerebro emocional está aburrido y el cerebro cognitivo suprime demasiado, las películas y las experiencias que dan miedo pueden no ser tan divertidas.

Dejando a un lado la diversión, los niveles anormales de miedo y de ansiedad pueden causar importantes trastornos y disfunciones y pueden limitar la capacidad de una persona para tener éxito y disfrutar de la vida. Casi una de cada cuatro personas sufre alguna forma de trastorno de ansiedad durante su vida, y casi el 8% sufre un trastorno de estrés postraumático (TEPT).

Entre los trastornos de ansiedad y de miedo se incluyen las fobias, la fobia social, el trastorno de ansiedad generalizada, la ansiedad por separación, el TEPT y el trastorno obsesivo-compulsivo. Estas enfermedades empiezan normalmente a una edad temprana y sin un tratamiento apropiado pueden convertirse en crónicas y debilitantes y pueden afectar a la trayectoria vital de una persona. La buena noticia es que hay tratamientos eficaces que funcionan en un periodo de tiempo relativamente corto, con psicoterapia y medicación.

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