Peña-Meade; Duarte-Serrano, Paralelismos

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En la cúspide de su megalomanía, cuando el PRI ganó ocho de nueve diputaciones federales y todos los partidos en el Congreso local giraban en torno a los intereses de gobierno, César Duarte sufría una luminosa trasmutación de su rostro y presumía: las elecciones se ganan antes de ir a campaña.

Lo decía asumiéndose director general de las campañas, mientras preparaba las más alocadas estrategias para conservar la gubernatura. Sus planes eran amarrar con Serrano la candidatura del PRI, influir hasta postular a Jaime Beltrán del Río en el PAN, teniendo en segunda opción Juan Blanco, pero nunca Javier Corral.

Consiguió la candidatura de Serrano pero al PAN llegó el odiado enemigo, Javier Corral. Entonces ajustó la estrategia, se alió con el PRD y Movimiento Ciudadano para postular a los panista Jaime Beltrán del Río y Cruz Pérez Cuéllar, a fin de restar votos a Corral y frustrar cualquier alianza PAN-PRD, por la que tanto trabajó el hoy gobernador. Entregó las diputaciones plurinominales del Congreso local a los nano-partidos, garantizando su incondicionalidad electoral.

Al interior del PRI su desvarío era serruchar las rodillas a Lucía Chavira y en consecuencia a Marco Adán Quezada en la capital y empinar a Teto en Juárez. Así diseñó y promovió una estrategia de voto cruzado en la que Serrano, Maru Campos y Cabada serían los beneficiados del voto que supuso manipular en los acuerdos políticos con los partidos.

Tan confiado en su capacidad de manipulación política y fuera de la realidad vivía Duarte, en aquellos meses de su mayor esplendor, que no se percataba de tales absurdos. Los planteaba convencido de que cada elector entendía y aprobaba su diseño para las urnas y votaría impulsado por su mano divina, en estas casillas votas por Serrano y Maru, pero nunca por Lucía; en aquellas por Serrano y Cabada pero jamás por Teto. Cuesta creerlo.

Estaba convencido también de otra máxima: las campañas se ganan con dinero, en consecuencia despilfarró sin recato. Tirando dinero y estimulado por un coro de abyectos y lisonjeros sin ideas, creyó firmemente en sus propias locuras y por si algo faltaba, el escenario parecía inmejorable cuando llegó Chacho Barraza de independiente, a robar los votos de Corral.

Todo en su sitio, como lo diseñó su genio político de ganador invicto y perene, que lo hacían verse cada vez más solvente y seguro de si, perdido en la soberbia que terminó por ignorar el sordo pero extendido reclamo de los chihuahuenses que, hartos de corrupción y desplantes de absolutos, se había propuesto castigarlo en las urnas.

El resultado lo conocemos: la peor derrota del PRI en la historia de las elecciones competitivas, el triunfo de su enemigo Javier Corral y una persecución contra su persona que lo mantiene gastando miles de dólares por hora en los despachos más caros de Estados Unidos. Cara es la libertad, a veces.

El PRI de ahora debería observar los aterradores paralelismos entre la desastrosa estrategia electoral de Duarte durante la campaña de Serrano y la mostrada por Peña Nieto en el Estado de México y lo visto con José Antonio Meade. Desde luego, cada una en sus proporciones y circunstancias.

En el Estado de México Peña Nieto impuso de candidato a su amigo y pariente Alfredo del Mazo, a riesgo de no ser el favorito de la clase política local y arrastrar los negativos por la corrupción de su gobierno. La imagen de Peña lastró, en lugar de impulsar, al candidato del PRI y al presidente no le importó.

Alineó en esa dirección a los nano-partidos, socavó al PAN con Josefina Vázquez Mota hasta desaparecerla en la campaña, hizo crecer Juan Zepeda, candidato del PRD, para restar votos a Delfina Gómez, juanita de Andrés Manuel López Obrador, el odiado enemigo, distribuyó ingentes cantidades de dinero para comprar consciencias y desdobló en territorio mexiquense a todo el aparato de gobierno, moviéndolos en una campaña paralela a favor de Alfredo del Mazo.

En ambas elecciones –Chihuahua y Estado de México- sobró el dinero, la estructura de gobierno en campaña para el candidato del PRI, un enemigo común y único, PAN, PRD y el resto de los partidos entregados al candidato del gobierno y director único tomando las decisiones.

Si, pero esta campaña la ganó el PRI, dirán algunos militantes. Cierto e igual pudieron perderla, el PRI como partido quedó reducido al segundo lugar, por abajo de Morena. El costo fue altísimo y aún así quedaron segundos.

En lo visto hasta hoy con Meade hay todavía más semejanzas, con notables desventajas: Parten del tercer lugar, en consecuencia necesitan desplazar al segundo, el Frente Ciudadano, para llegar a la contienda final contra Morena.

Peña emplea el mismo librito que Duarte, intenta destruir al Frente con presiones externas y manipulaciones políticas. Lo están logrando: consiguió quitarles a Nueva Alianza, que ya se había ofrecido para ser el cuarto partido en esa alianza oportunista; en Jalisco desactivó a Enrique Alfaro, uno de los pilares; mueve a Silvano Aureoles para debilitarlo por dentro; intenta manipular a las tribus más dóciles del PRD con el fin de complicar el acuerdo sobre el formato para elegir candidato, sin el cual pierde viabilidad.

Y lo más revelador, en caso de que no logren destruirlo, hacen hasta lo imposible por que no llegue Ricardo Anaya a la candidatura, distribuyendo la versión de que sería el fin del Frente si el panista logra imponerse, conclusión hacia donde todo análisis apunta. La idea de un candidato verdaderamente ciudadano se ha desvanecido.

Han avanzado mucho, hoy son pocos los analistas serios que siguen viendo al Frente Ciudadano como una opción viable para disputar la presidencia a López Obrador y más que los manoseos del gobierno para destruirlo, los pronósticos de fracaso se basan en la obsesión de Ricardo Anaya en quedarse con la candidatura presidencial.

La semejanza más clara con Chihuahua, el acuerdo explícito con una parte importante del PAN, el grupo de Felipe Calderón que lleva de referentes a su esposa Margarita y a los senadores rebeldes, algunos de los más identificados con el expresidente se han pronunciado sin matices por José Antonio Meade. Es su candidato, como lo era Serrano de Beltran del Río y otros panistas importantes.

Se trata del mismo juego de acuerdos oscuros, ofrecimientos ventajosos, chantajes y presiones desde el Poder, a partir de las cuales el PRI de Peña intenta fijar la plataforma que le permita posicionarse del segundo plano y polarizar al país para vencer al favorito. Es decir, está ocupado en conservar el poder sin reparar en los medios y resuelto a que, de no conseguirlo, evitar que gane su odiado enemigo.

No obstante prevalecen dos diferencias significativas que hacen contraste entre quién perdió la razón y el que acepta una realidad que le disgusta. La primera es que, al haber ocupado la mayor investidura del país, Peña no tiene rivales internos a quienes cortar las piernas para evitar que crezcan y lo rebasen; la segunda es que toma decisiones basadas en el humor popular.

La primera es obvia, una vez que un político llega a la presidencia de su país no hay más meta que perseguir, de modo que se concentra en acabar con el enemigo que puede trastornar su futuro, presentándolo ante la justicia.

En cuanto a la segunda, demostró que da importancia al sentir ciudadano siendo todavía gobernador. Para elegir sucesor dejó a un lado sus afectos personales por Alfredo del Mazo y Luis Videgaray y se decantó por Eruviel Ávila, ajeno al clan Atlacomulco.

Ese mismo tino mostró el lunes pasado con José Antonio Meade. Véalo usted, arrancó el sexenio con dos secretarios poderosos enfilados hacia la candidatura, Osorio Chong y Videgaray, ninguno de los dos prevaleció. Videgaray resbaló con Trump, en aquel episodio de la invitación incómoda, y Osorio quedó relegado en las elecciones del 2016, a partir de las cuales resultó claro que para conservar el poder es insuficiente el voto del PRI, únicamente.

En ese momento empezó a mencionarse el nombre de Meade, pues Aurelio Nuño, otro de sus afectos, no despegó cuando lo llevaron de la Oficina de la Presidencia a la Secretaría de Educación. No hay duda, tratándose de todo o nada Peña toma decisiones con la razón, no con el corazón.

Esas pueden ser la diferencia en las elecciones del año que viene; Duarte supuso que cada elector votaría en acatamiento a su voluntad; Peña es capaz de cambiar en el camino según el sentir ciudadano. Sabe que los acuerdos políticos cuentan, pero cuentan más los electores. Créalo, es de weba sin embargo ahí está el PRI, en la disputa.