Justicia, reconciliación de un amanecer sin sol

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El domingo pasado nos quedamos en que Javier Corral recibió el Supremo Tribunal de Justicia como un amasijo de injurias, prepotencias, abusos, sometido y bullendo. Herencia maldita que todos los días recordaba el rostro del enemigo cuyo nombre no puede mencionar y optó por llamar “vulgar ladrón”.

Cerré preguntando qué hizo para desenredar la madeja y restituir la credibilidad perdida. Nada, en lugar de retirar las manos y permitir que las instituciones resolviesen la crisis siguiendo sus propias leyes, intervino de manera directa hasta batirla más de lo que ya estaba.

Descuidando las formas y sin recato por la división de poderes, con prisa inusitada movilizó a los diputados de su partido para relevar de la presidencia a Gabriel Sepúlveda, capitán de la legión oxigenadora, al que veía como estorbo de la “Operación Justicia para Chihuahua”, que traducida al lenguaje popular significa “Duarte a prisión”.

La intromisión resalta: El titular del Poder Ejecutivo usó al colegiado del Poder Legislativo para deponer a un presidente en el Poder Judicial y nombrar a otro, valiéndose de la influencia en los diputados de su partido, el PAN. No hay más razonamiento, así lo interpretó la Corte, está juzgado, desde luego en los cuidados conceptos con que suelen conducirse los ministros.

El gobernador democrático, transparente y respetuoso de las instituciones sometió al Poder Judicial al más indigno avasallamiento que los magistrados tengan memoria y de pasada embarró al Congreso, usándolo como ente ejecutor de sus intereses.

Consulté a tres expresidentes del Tribunal, varios magistrados jubilados, abogados con décadas litigando y ninguno recordaba mayor atropello –ni Duarte, dijeron varios- de un gobernador al Poder Judicial. Un conocido abogado y notario público, cuyo nombre podría mencionar pero no pedí autorización para citarlo, concluyó lapidario: “Nunca había visto que tantas personas en tan poco tiempo cometieran tantas pendejadas”.

Desde el punto de vista jurídico se trataba de pendejadas, como ya vimos que la Corte repuso, pero el propósito de Corral tenía sentido práctico y político: pretendía desmantelar la estructura judicial dejada por Duarte, pues la encontraba frustrante para su fin de llevarlo a prisión. La lógica es de lo más simple, quisiste blindarte con un presidente y trece magistrados amigos, quito a tu presidente, pongo al mío y someto a tus amigos.

Las decisiones basadas en la pasión del rencor, más cuando van acompañadas de prisas, terminan por cobrar altos precios. Fue tan burda la intromisión que una controversia constitucional hecha sobre las rodillas, Jorge Ramírez la presentó de un día para otro, concluyó en una sentencia histórica de la Corte, destituyendo al presidente impuesto por el Congreso, Julio César Jiménez Castro, y exhibió la violación de los poderes Ejecutivo y Legislativo a la autonomía del Judicial. Tras la sesión donde votaron ya no era una suposición, la Corte sentenció que vulneraron su autonomía. Punto.

Para suavizar el inminente fallo adverso, el gobierno de Corral desplegó un frenético cabildeo entre los ministros de la Corte e influyentes personajes de la política, entre ellos Diego Fernández de Cevallos. Nada consiguieron, los ministros jamás aceptarían que un Congreso del Estado nombrase presidente del Pleno. Como se dijo, trastocan cualquier sentido de respeto y autonomía entre poderes.

César Jáuregui, exconsejero de la Judicatura Federal, encabezó la brigada de cabilderos, evidenciado –por si alguna duda quedaba- el interés del Ejecutivo en decisiones judiciales aplicables a un Poder que no representaba. Tampoco esa parte cuidaron, los volvía locos imaginar el fallo adverso que fatalmente recibieron.

Ese capítulo concluyó con una victoria de Gabriel Sepúlveda, el odioso representante de Duarte. No lo restituyeron, imposible si había transcurrido el periodo para el cual fue elegido, pero el magistrado incómodo saboreó el regustillo de la victoria que, seguramente, disfrutó a placer sabedor de que muchos compañeros decían que los oxigenadores no sabían litigar. Puede que tuviesen razón en esa parte, sólo que la violación era tan obvia como la presencia de un elefante en la sala. Imposible justificarla.

Hay otra parte fundamentalísima en esta historia de abusos y venganzas, el Consejo de la Judicatura. A Duarte le faltó tiempo para dejar al Consejo debidamente integrado y dispuesto en razón de sus pretensiones de impunidad, quiso hacerlo de último momento pero no pudo por que al perdido nadie hace caso.

Además, como era su costumbre, intentó servirse con la cuchara sopera, dejando a siete amigos a cargo de la Judicatura. Una rayita menos le hubiese venido bien y probablemente hasta se sale con la suya. Imagine el escenario, frustración total de Palacio.

Para un entuerto, otro masterizado. También el Congreso, rendido a Javier, legisló a fin de cancelar el Consejo duartista y crear uno que atendiese las prioridades del nuevo empoderado. Un atraco más al vapuleado Tribunal. Los magistrados ni las manos metían en el ir y venir de leyes, quedaban enterados por la prensa de los cambios en el reglamento que los regiría y felices aplaudían la intromisión de Javier, como lo hicieron antes con las reformas de Duarte.

El nuevo Consejo quedó partido en dos, en el que Luz Estela Castro consiguió montarse sobre el débil carácter del presidente impugnado, Jiménez Castro. La versión de magistrados viejos y oxigenadores, era que Lucha hizo del presidente su marioneta. Son versiones que todos conocen, corrieron sin restricción, no me las adjudiquen solo por referirlas.

Lo peor, por voraces, igualito que Duarte, cometieron otro error. Trasladaron facultades propias del Pleno al Consejo de la Judicatura, algunas tan absurdas como la de otorgarle atribuciones para despedir magistrados y dar carácter de inapelable a sus resoluciones. El Consejo montado sobre el Pleno; Luz Estela sobre Jiménez Castro. La locura.

Cuando se percataron de los despropósitos votados por los diputados, a recomendación –otra vez- del Ejecutivo, el Pleno, ahora si firmada por todos los magistrados, interpusieron su propia controversia constitucional, en la que pretendían rescatar las facultades perdidas a manos de la Judicatura.

Después Jiménez Castro y los más leales a Palacio raspaban las paredes con su cabeza, castigándose por haber sido tan pendejos al no visualizar los alcances reales de su controversia. Sin quererlo abrieron la puerta para que la Corte desautorizara al Consejo armado por Javier y eventualmente repusiese al duartista. Sudaron frío, tuvieron pesadillas y vivieron meses de zozobra permanente de solo imaginar las consecuencias.

En la peor etapa de su desesperación, enviado por ya saben quién, Jiménez Castro presentó un escrito en el que pretendió desistirse, alegando que no buscaba ir más lejos que la restitución de las facultades otorgadas al Consejo. Rieron los ministros de la Corte, el presidente en apuros no podía alegar que “se le chispoteó”. Es que, la verdad, si movían a risa.

La Corte también resolvió en contra del Consejo pero faltó solo un voto para que su fallo fuese vinculante, así conservó vigencia y se salvó Luz Estela Castro, por razones de edad la consejera más vulnerable. Pero la sentencia, otra vez, llegó en el sentido de que hubo intromisión de Congreso y el Ejecutivo, la constante del sexenio.

Hoy es irrelevante abundar en detalles que describan las disputas jurídicas, hasta Luis Villegas pidió perdón, en público y en privado, a Jiménez Castro: te quiero, Julio, besos mua mua, por favor no te jubiles, te lo pido con el corazón en la mano palpitando por ti. Haces falta en el Pleno, el odio me tenía cegado pero ya comprendió que estaba engañado. Más besos mua mua. Amor eterno. (Tómalo con humor, Luis, rectificar y reconocer errores enaltece).

En esa escena está representada la reconciliación de un amanecer sin sol. Y al nublarlo no trato de mandar vibras nefastas ni alimento deseos de fracaso, mientras Duarte siga prófugo el amanecer prometido seguirá negado.

En el mea culpa de Villegas también prevalece un rayo esperanzador. La votación unánime a favor de Pablo Héctor González Villalobos, para presidente, atisba el fin de un Tribunal en litis que, sumiso, se dejó avasallar por los dos gobernadores.

En éstos momentos Pablo es el magistrado mejor calificado para iniciar el arduo proceso de revertir los sinsentidos que denigraron al Supremo Tribunal de Justicia los últimos años. Necesita saber que los gobernadores siempre tendrán la tentación de manipularlo, ofrecer respuestas sensatas y oportunas a los futuros intentos de aproximamiento avasallado, será su mejor blindaje. Felicidades y éxito, por el bien de Chihuahua regresen a la normalidad, hay dolientes en la resolana de Huejotitán que añoran la calma.