Sorpresivo y extravagante, el gobierno de Javier

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Cuando gobernar duele, el poder resulta insuficiente alivio. Dolencia rara entre políticos y en muchas formas inexplicable, por lo regular disfrutan ejerciendo el mando, proponer y conducir soluciones a problemas importantes de una comunidad, grande o pequeña, que confió en ellos para gobernarlos. Sentirse un poco patriarcas y guías es, para los que aspiran al poder, un regustillo que satisface su ego.

Decía Manuel Bernardo Aguirre que a nadie le gusta la política, pero todos quieren el Poder, explicando así que los aspirantes a cargos de gobierno sufrían y renegaban durante el camino hacia la cima, pero la buscaban con denuedo por su pasión de conseguir el mando anhelado, la facultad legal de conducir a una sociedad, ponerse por encima de otros, alimentar la soberbia que viene con el “si señor”, disfrutar del glamur… sentirse y verse superior.

Tengo la sensación que Javier Corral sufre con el ejercicio del gobierno e intenta suavizar el difícil trago pasando directo hacia el poder, disfrutarlo sin asumir como propias las responsabilidades y consecuencias que llegan con el cargo. Es algo verdaderamente extraño: le apasiona la política, disfruta el poder pero hace a un lado su responsabilidad de gobierno. Curioso.

Otro priista sabio, Miguel Etzel, decía que los presídiums, las comidas de “trabajo”, las recepciones masivas, el aplauso y la zalamería propias de la vida pública, eran muy bonitas pero implicaban responsabilidades a veces desagradables. También esas había que asumirlas como parte del buen gobierno. A nadie le gusta cargar con los muertitos, por ejemplo, pero atender la seguridad es una tarea sustantiva del gobierno.

Dos momentos recientes de Javier acentúan esa sensación de enfado con la responsabilidad inherente al cargo. Transcribo, por parecerme de lo más revelador, una parte importante del texto leído para invitar a la segunda asamblea informativa, el domingo pasado: “Hay quienes dicen que ya no nos metamos en problemas, que dejemos de combatir la corrupción, que estamos obsesionados con César Duarte e incluso que nos dediquemos a gobernar, como si luchar por la justicia y en contra de la impunidad y establecer un autentico Estado de Derecho no fueran tareas fundamentales de un gobierno democrático.

No nos acomodemos ni nos confundamos, varios de nuestros principales problemas, incluidos por supuesta la pobreza, la violencia y la inseguridad, tienen que ver con la corrupción política. Ese es el mal de males y lo que estamos haciendo no solo es para llevarlos a la cárcel, sino fundamentalmente para recuperar el dinero robado, dinero que debió servir para vacunas, tener mejores hospitales, asegurar el abasto de medicinas, becas para nuestros jóvenes, vivienda para los mas pobres y asegurar la alimentación de los indígenas”.

Ha resentido la crítica, generalizada, de quienes lo toman por negligente en asuntos de gobernanza y en un acto contrito de autoindulgencia, intenta disiparlas. Más que una explicación, en el fondo sus argumentos son una justificación complaciente.

La primera parte es irrefutable: La corrupción es el mal de males, combatirla por tanto es obligación de todos y la mejor forma de hacerlo radica en el establecimiento de un Estado de Derecho. Por supuesto, sí y mil veces sí, dónde firmo y me pongo a las ordenes de quién. Hacía allá deben estar orientadas las acciones de gobierno ¿Quién podría recriminar su empeño? Sólo aquellos batidos en la corrupción, comprometidos con Duarte o necios por nacimiento.

La segunda parte, sin embargo, es falaz e irresponsable, indigna de un gobierno que se asume democrático, sensible a las necesidades e intereses ciudadanos y comprometido con sus causas ¿Detenido Duarte construirán nuevos hospitales o mejorarán los actuales, asegurarán el abasto de medicinas, habrá becas para jóvenes, acabará la pobreza, los indígenas tendrán alimento suficiente y lo pobres vivienda?. La respuesta obvia es no. Si continúa libre e impera la impunidad, los males de Chihuahua seguirán creciendo hasta parecer plagas egipcias. Tampoco.

Su pasión contra la corrupción es aplaudible, siempre que las tareas diarias propias del gobierno no sean relegadas a momentos fugaces o apurados por la presión social y el cálculo político. Hay que atenderlas, son asuntos específicos, concretos. Hambre, violencia, salud, educación, falta de oportunidades para los jóvenes, corrupción, sólo evocan conceptos abstractos que ocupan a los académicos, a los estudiosos de las ciencias sociales.

Aquí entra el otro momento que refleja su enfado, lo mostró durante la rueda de prensa en el Senado a pregunta de un veterano reportero y columnista que cuestionó su presencia en México, siendo que Chihuahua –afirmó el reportero- esta lleno de problemas. La respuesta tampoco tiene desperdicio: “El gobernador de Chihuahua está presente en Chihuahua, atendiendo los problemas de Chihuahua y gobernando el estado. Gobernar también significa combatir la corrupción y la impunidad, lo que pasa es que en México no estamos muy acostumbrados a eso y resulta sorpresivo o a veces extravagante, cuando un gobernador se propone establecer el Estado de Derecho en su entidad, que es lo que estamos haciendo. No descuidamos ningún rubro y ninguna preocupación de las y los chihuahuenses, estamos siempre al pendiente”.

Un gobernador en ejercicio del poder está obligado, por mandato constitucional, a ver por las necesidades específicas de la comunidad sobre la cual preside, en su caso los problemas que lastran y erosionan su administración no son abstractos, están bien identificados: falta de medicinas y material de curaciones en hospitales del Ichisal, no hay ni jeringas; ataques contra los cuerpos estatales de seguridad, principalmente mandos, para infundir temor en la población; cientos o miles de maestros interinos que no han recibido su salario en meses, parálisis financiera y cero inversión en obra pública. A más de año y medio, no hay obra que valga la pena mencionar.

Las soluciones son complejas, por ejemplo el conflicto magisterial está contaminado de política, las finanzas son famélicas por que promesas de campaña frenan nuevas burzatilizaciones, de la violencia ni hablar. No soluciones fáciles y concentrado en “prioridades superiores” nunca las resolverá. Peor, da la impresión que tampoco quieran hacerlo, toda exigencia encuentra respuesta en la falta de dinero por el saqueo de Duarte, en la solución.

Ir tras Duarte no implica desatender tareas prioritarias, Javier es gobernador de sólo cinco años, ya paso más de uno y medio, su responsabilidad mayor es con los retos de hoy, atenderlos es perfectamente compatible con su propósito central de combatir la corrupción. Ahora, si ciertamente está concentrado en atenderlos, como dijo en el Senado, quién podría tener duda de su fracaso. Abusados.

Tampoco Javier es ingenuo, al contrario es de brillante inteligencia, pícaro y perverso como todos los políticos exitosos. Atisba el fin de un régimen corrupto y decadente y quiere tomar parte en su destrucción con el propósito de ponerse entre los primeros que tomen el poder en futuros años. Desde el punto de vista político, su estrategia es inteligente, audaz y pertinente.

Sabe lo que hace, recorrió ese camino para llegar al gobierno de Chihuahua. Hizo precampaña durante un año con Unión Ciudadana, llevando por bandera el caso de Unión Progreso y en campaña ofreció poner en prisión a Duarte, ícono de la corrupción priista.

Éxito total, conocido el camino intenta transitarlo hacia los Pinos, sólo que en lugar de Duarte el objetivo mayor contra la corrupción ahora es Peña Nieto, al que pretende llevar a tribunales internacionales por obstaculizar la justicia contra los corruptos; en vez de Unión Ciudadana su vehículo es el “Grupo Chihuahua”.

A partir del uno de julio López Obrador desocupará el espacio de gran opositor al régimen –si gana se convierte en gobernante y si pierde termina en la chingada- espacio que Javier pretende ocupar. Mira alto y mira bien, sin embargo hay dos aspectos fundamentales e incompatibles con la estrategia general: Su activismo político perderá impulso mientras Chihuahua esté desatendido o permanezca la percepción de estarlo y, la sombra que lo ha seguido en toda su carrera política, la proclividad hacia la oposición. Aún en la responsabilidad de gobierno se conduce cual opositor ¿Contra quién iría siendo presidente de México?

Son realidades que minan la credibilidad de Javier, es de weba reconocerlas siendo el hombre más importante del estado, pero ahí están, es su némesis que lo acompaña donde quiera que va y hace de su quinquenio, por él definido, un gobierno sorpresivo y extravagante.