Libertad de expresión vs discurso de odio

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 No hay mayor libertad que la libertad de expresión, sin ella estarían canceladas las otras las libertades fundamentales del hombre: culto, ideológica, prensa, asociación, opinión. Ninguna persona estaría satisfecha con su entorno social si le niegan la libertad de expresar sus creencias, afinidades, anhelos, sentimientos. Es, por definición, la base de toda sociedad democrática.

La historia por conseguir y afianzar esa libertad es la historia de una sociedad insatisfecha contra las tiranías y el deseo de todo ser humano por sentirse pleno y seguro en su entorno. Empezó en la Revolución Francesa y hasta hoy seguimos intentando establecerla, con mayor o menor éxito pero jamás acabada. Es una lucha eterna.

Desde los atentados al periódico francés Charly Hebdo, semanario satírico famoso por cartones que ridiculizan a lo que millones de personas alrededor del mundo consideran lo más sagrado, su fe, se abrió una discusión académica en torno a la libertad de expresión.

La esencia de la discusión radica en los límites, dónde deben quedar situados en previsión de que la libertad de expresión trastoque otras libertades, en qué parte deja de ser libertad y se convierte en ofensa, abuso, exceso, injuria.

Las opiniones van desde el radicalismo –todo extremo es radical- del semanario francés, donde no hay limites, hasta quienes pretenden reglamentarla con propósitos de censura, del que México tiene uno de los más absurdos ejemplos en sus leyes electorales.

Por mi formación de periodista, veía la libertad de expresión como la lucha de dos fuerzas tirando en sentidos opuestos; el Estado y sus intereses contrapuesto a la necesidad social del derecho a la información y al hacer uso de la palabra para expresar sus opiniones sin castigo.

En esta parte haré una generalización atrevida y sumaria, si me lo permiten: todos los gobiernos ejercen algún tipo de control sobre la libertad de expresión, sin excepción. En ese plano de valores entendidos entre dos, los limites están en la capacidad social de romper los controles de gobierno y la fuerza del gobierno para defender los secretos incómodos.

Hasta en ese momento estábamos bien entendidos, los limites de la relación prensa-poder quedaban establecidos en acuerdos no escritos basados en el estira y afloja de las fuerzas opuestas, muchas veces definidos en sutiles intentos de manipularse unos a otros, pero encontraban equilibrios aceptables.

Sucedió que desde la era digital y más concretamente desde la generalización de las redes sociales, ese viejo esquema entre dos fuerzas buscando equilibrio quedó hecho añicos. Nadie advirtió el fenómeno envolvente de las redes hasta que tomaron control de la información y entonces los gobiernos se vieron rebasados y pretendieron manipularlas, mientras los medios aprendían a servirse de ellas, con torpeza.

Al dar voz a los que antes sólo escuchaban o se desahogaban en bares y merenderos, las redes trastornaron esa relación incómoda pero aceptada, muchas veces pervertida y siempre simulada entre las dos fuerzas que monopolizaban la expresión masiva y por tanto la opinión social.

Hacía ese punto se trasladó la discusión sobre la libertad de expresión y ahí permanece. Las teorizaciones académicas sobre lo que pudiésemos llamar una libertad de expresión legítima o libertinaje ruin están incompletas por que se quedaron en la conceptualización ética, sin llegar a la práctica.

Todos entendemos el concepto de bien y de mal, pero muchos deciden ignorarlos.  Imposible definir los limites si la misma sociedad no está convencida de que deban existir ¿Quién los pone? ¿Cómo los pone? ¿En qué se basa para ponerlos? ¿Cómo sanciona a quienes los rompen?. Hay lógica en esas obvias reticencias sociales a dejar la injuria y el anonimato en bien de la comunicación social madura, en medio está una nebulosa sostenida en juicios de valor.

Agregue dos factores y hará el tema más complejo aún: el anonimato de las redes como acción organizada y eficiente para la ofensa sistemática, y la intolerancia de una minoría comprometida ideológicamente, organizada y actuante que consiguió posicionar sus criterios como medida de lo correcto e incorrecto y que además los mueve a conveniencia.

En esa trampa de las minorías, imponer criterios de la comunicación, definir lo permitido y lo censurable, han caído las viejas fuerzas que antes dominaban la opinión pública: gobiernos y medios formales. Les preocupa, irónicamente, el qué dirán de una sociedad desbordada en las redes que los desplazó como hacedores únicos de opinión.

No defiendo a Ricardo Alemán, con sinceridad digo que me parece un columnista más, sin profundidad de análisis. Tampoco lo conozco, digo lo anterior apoyado en lo que leo, es otro periodista como tantos del sistema. Sin embargo su trabajo merece mi respeto, como cualquier actividad intelectual requiere un esfuerzo.

Mucho menos, mil veces subrayado, pensaría o estimularía una salida trágica para resolver controversias o disputas político-electorales. Creo que una solución así ni siquiera debería ser insinuada por ningún comunicador profesional, del discurso del odio llegan a los hechos. Ese, el jamás proponer la violencia como alternativa política, es o debería ser uno de los límites mejor establecidos entre la libertad de expresión y la injuria ruin.

Me pareció, no obstante lo anterior, un linchamiento mediático atroz contra Alemán. Lo hicieron pedazos en tres días siendo que la opinión pública, en estos momentos cruciales para el país, está dominada por el discurso del odio y que hay voces de personajes más influyentes –desde el punto de vista de opinión- que Alemán, abonando la polarización social sin ser censurados o reconvenidos. No merecía, por ese error, ser víctima de la hoguera mientras otros atizan el fuego con singular odio.

Su caso proporciona un ejemplo del peligroso rumbo que toma el país en las presentes elecciones. Aclaro, no me refiero a la mal llamada “guerra sucia” entre candidatos, las campañas electorales son las modernas guerras por el poder, esperar que los protagonistas asuman conducta de caballeros medievales es ingenuo. Campaña es campaña y con tal de bajar al adversario todo recurso es legítimo, mientras no sea violento.

Hablo del encono social, la polarización del país que raya en los extremos y con tristeza veo en ella preludios de dos México chocando entre si en lugar de aceptarse con la tolerancia civilizada del buen vecino. No estamos frente a la polarización de la política sino ante el desencuentro social y ahí entramos todos.

A Ricardo Alemán lo despedazaron por un retweet en un chat personal –insisto y lo pongo de la siguiente manera, fue una insensatez- sin embargo los llamados de Paco Ignacio Taibo II, uno de los escritores mexicanos más leídos dentro y fuera del país, promoviendo la expropiación de las empresas cuyos dueños están en desacuerdo con López Obrador, recibieron aplauso en amplios sectores dominados por las redes extremistas.

Además la hija del escritor, con dejo de burla, conminó a los mexicanos que no quieran votar por el proyecto de su papá, a dejar el país, apurándolos para que lo hagan “ahora que pueden”. ¿Cerrarán las fronteras si ganan y entonces sólo a ellos les será permitido salir?

A uno condenan y a los otros celebran. Es una contradicción cruda que refleja la incongruencia del momento social y el dominio de la minoría radical en el proceso comunicacional de nuestros tiempos que destruye la convivencia social armónica.

Tampoco auguro un desastre nacional si cae el régimen, al contrario estoy contra los corruptos y cínicos que hicieron del neoliberalismo un instrumento perverso cuyo resultado en décadas ha sido el empobrecimiento del país y la consolidación de una casta de políticos y millonarios que nos parasitan.

Pero cada vez me convenzo más, con tristeza y coraje, que esa minoría dominante  quiere llevarnos hacia un régimen estatista, donde toda libertad queda cancelada, empezando por la libertad de expresión.

No soy un romántico del periodismo, por mi que Alemán y los Taibo, padre e hija, se vayan al diablo, además francamente no entiendo los motivos que me impulsan a escribir esta absurda reflexión, convencido como estoy de que esa dictadura feroz e implacable despedazará todo intento de libertad, si consiguen imponer su proyecto de nación. Que weba, los mexicanos llegando tarde a todo, el populismo va de salida en la región y nosotros lo acogemos como si fuese novedad salvífica.