1 de julio

Jaime García Chávez.-  En el largo trayecto de construcción del Estado moderno en México, siempre han estado dos claves esenciales: en primer lugar la búsqueda de la democracia y, antes que ella, la ansiada equidad, anhelada por los olvidados de México, los pobres, en relación con los cuales Ignacio Ramírez, El Nigromante, afirmó las inexcusables responsabilidades del Estado para con ellos.

El primero de julio marcó la ruta y la revalorización del voto abrumador contra un régimen autoritario y cerrado, hundido en la corrupción política descomunal, efecto de una abyecta concepción patrimonialista del Estado, de sus recursos y en el que han reinado los grandes negocios generadores de una plutocracia oligárquica y una pobreza generalizada e inexplicable dado los grandes bienes que tiene el país, particularmente pensando que es de y para todos.

Para evaluar el primero de julio, en perspectiva, hay que darle tiempo al tiempo. Un politólogo, citado por Sartori, afirmó que: “hay grandes éxitos que se logran en la niebla mental de la experiencia práctica”. El acontecimiento que se condensa en la jornada electoral del domingo pasado, que duda cabe, podría catalogarse como uno más de los trabajos de Hércules, si queremos recurrir a una visión heroica de la historia. Si pretendiéramos hablar de la voluntad general, el pueblo se expresó soberanamente y fueron millones de seres humanos, unos vivos, otros ya muertos y mártires también, los que podrían reivindicar sus aportes, es lo justo y lo más infrecuente en las palabras de los que viven el día a día explicando los acontecimientos.

Tengo para mí que llegamos a un puerto después de un viaje, largo, iniciado en 1988 cuando el PRI y Carlos Salinas de Gortari despojaron a Cuauhtémoc Cárdenas Solorzano de su legitimo triunfo en la elección presidencial. En ese momento, aunque en la niebla referida no se vio del todo, surgió el liderazgo del ahora presidente vencedor. No olvidemos que el michoacano, en términos caballerescos, desde entonces le dio el espaldarazo. De entonces data el surgimiento del proyecto del PRD como un instrumento de los ciudadanos para obtener la transición democrática, hoy sabemos ,y no por una ironía de la historia, de la claudicación de ese partido, en extinción.

Si señalo esto, es porque hay que tener presente que el tránsito a la democracia en México, aparte de lento y acompasado, se debe al impulso de una amalgama de varias culturas políticas: la joven que surgió para dejar atrás los viejos totalitarismos del siglo XX y la síntesis que se fue construyendo entre las diversas culturas que arrastraron a muchos hombres y mujeres a buscar otros rumbos, aquí ensamblaron comunistas, guerrilleros, expriistas duros y blandos, y muchos que cambiaron de piel de manera auténtica. Todo esto es clave en la vida de los últimos treinta años. Si bien vale recalcar datos biográficos específicos, la realidad es que en el momento poco vienen al caso, por la magnitud del sacudimiento social que encontró en las vías democráticas el aliciente para sentar las bases de liquidación de un régimen y lanzar un proyecto contra el neoliberalismo -propio de PRI y sus sosias el PAN- que ha borrado, como nunca, las posibilidades de la inclusión económica y social.

No subrayaré la búsqueda democrática, creo que está suficientemente expuesta por muchos, sin olvidar que la democracia tiene en el país y fuera del país, poderosos enemigos y que, la democracia misma, es frecuente que posibilite su propia destrucción; en ese sentido, la moderación del lenguaje, la intransigencia e intolerancia fomentadas en la campaña deben dejarse de lado, contribuyen al campo de cultivo del neofacismo. Reconozcamos en los postreros discursos de Anaya y sobre de Meade, que asimilar una derrota es difícil e inédito y eso obliga a nuevos contenidos conceptuales. En cambio, sí deseo enfatizar que la búsqueda de la igualdad es condición y objetivo último de la democracia, que a la par, induce el reconocimiento de una diversidad que tiene que desembocar en un nuevo pacto social.

La teoría de las transiciones democráticas, de alguna manera, sustituyó las tesis de la revolución (especialmente la armada), pero nunca soslayó que también su esencia se constituye a través de reconocerse como un movimiento igualitario, que en el caso mexicano aspira a concretar sueños que vienen desde la Independencia, la afirmación de identidades, la soberanía de nuestro país en la concepción de un progreso entendido como oportunidad para todos, con respeto a la dignidad ciudadana y la expresión y defensa de las libertades. En 1988, más claramente en 1994, vimos cómo todo esto se condensó, guste o no, en la Declaración de la Selva Lacandona, que recuperó en su miga esencial términos como trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz, metas legítimas y justas, sin aceptar las vías armadas, que a la postre consolidan dictaduras.

Probablemente para el futuro gobierno sintetizar este pensamiento, ponerlo en acción, desplegarlo en políticas de gobierno, se entienda como una cuarta transformación en la vida de la república y la nación. Es pensar que hay un eslabonamiento histórico con tres revoluciones que se ganaron con las armas en la mano y en los campos de batalla: Independencia (para algunos historiadores México es la Francia de 1789), la Reforma y la Revolución (¿quién la ganó?), es sostener además, válidamente, que venimos de lejos y podemos avanzar mucho más y para bien, si entendemos una lección que hoy obliga que derecho y política se den la mano.

En otros términos, se exige un conjunto de cambios necesarios, históricos, legitimados por el grito abrumador de un pueblo harto que concurrió a las urnas, para exigir una transformación, con un mensaje inequívoco. Hacer política de Estado, significará trastocar intereses, afectar ambiciones, encontrar el andamiaje de la constitucionalidad para que el Estado de Derecho se convierta en un instrumento de transformación. El campo de batalla, lo digo por el esfuerzo, tendrá que ver con la construcción del pacto social y las transformaciones económicas de un régimen productor de millones y millones de seres humanos postrados en una miseria ya inimaginable, infernal.

En la medida en que haya un trueque hacia un proyecto de poder, estaremos en presencia del riesgo de una debacle de dimensiones enormes. En todo esto juega un papel importantísimo la inserción de México en el mundo, bregar como Estado contra una globalidad imperial y demencial en la era Trump.

Es del pasado remoto -cuando se pensaba que el tamaño de la soberanía la daba el alcance de los cañones de pólvora artesanal- pensar que la política internacional surge exclusivamente del interior del Estado nacional. En el mundo de hoy las grandes potencias con anhelos hegemonizantes, desean soberanías nacionales porosas, agujeradas, para el México del futuro eso no es valido, no es viable, pero se necesita una visión renovada y fortalecida para insertarse en el juego de intereses que marcan el delicado rumbo del planeta.

Desde la izquierda, he planteado la consolidación del movimiento pendular que hoy marcó el primero de julio. He hecho votos para impedir que lo grande que ha producido nuestra Nación se absorba en el fermento descompuesto de tiempos pasados. Vi como en 2006 se impidió esa transformación. México ya no puede moverse a grandes trancos, reconociendo contradicciones, necesita de puntos de cohesión, de acuerdos fundamentales y a ese propósito, el sistema de partidos actual ya no se sostiene, es un gran escollo, a veces insuperable.

México, hoy más que nunca, necesita de sus ciudadanos. De comprender, además, que la política es la capacidad de influir a profundidad en la vida pública del Estado,  de lo público en general, para lo cual no se necesita estar atrás y con el escudo de un cargo, sin regatear que ocupar una posición de Estado es fundamental. En 1997, apoyé a López Obrador para que se convirtiera en presidente del PRD nacional, conviví con su dirigencia, trabajé en 2006 para que conquistara la presidencia, discrepando del beneplácito con el que recibió la candidatura senatorial del priísta Victor Anchondo Paredes. A la hora del atraco PAN-calderonista, lo exhorté a encabezar la resistencia nacional y no levantarse como presidente legítimo. En 2012 apoyé a Marcelo Ebrard como opción, andando el tiempo no me sumé a MORENA partidariamente y continúe siendo estructuralmente de izquierda.

En otras palabras, he asumido mi papel desde las gradas del ciudadano y me siento satisfecho, y si digo todo esto, es porque no pocos lectores, amigos y compañeros, me reclaman una postura. La estoy construyendo, la tengo al lado de los ciudadanos, en un tiempo en el que hay que reconocer que ni el Estado, ni el poder son lo que fueron. En un tiempo difícil.

Ortega y Gasset, que es una sola persona no dos, dijo que el que nace solitario no encontrará más compañía que una ficción. Para mí las ficciones en todo esto no están en mi ámbito personal. Estoy contento, no más de cinco décadas he luchado contra el PRI y todo lo que significa y ha hecho al país y ese solo regocijo le da fuerzas a mis piernas para mantenerme de pie.

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