¿Llegará el día en que las maquinas sustituyan a los humanos?

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Comenzaron a entender frases simples en inglés en los años sesenta. Más tarde aprendieron a traducir textos más complejos a cientos de lenguajes, filtrar nuestros correos electrónicos y reconocer texto escrito a mano.

Y hoy ya son capaces de ganarnos a juegos de estrategia y lógica (como el popular Go), entender lo que decimos y actuar en consecuencia, reconocer CAPTCHA diseñados específicamente para que sólo los humanos puedan entenderlos, asistir a los médicos y vencer a los mejores jugadores de esports en su terreno.

Son las máquinas, y el interés y éxito de las grandes compañías tecnológicas ha despertado debate e, incluso, temor en torno a sus capacidades y el impacto que éstas tendrán en nuestra sociedad.

Para los reyes de internet como Google y Facebook, que controlan la casi totalidad de la inversión publicitaria en la red, la inteligencia artificial (IA) se ha convertido en el pilar maestro de sus negocios. Las máquinas les permiten mejorar sus servicios y personalizar la experiencia de cada uno de sus usuarios; algo que requeriría el trabajo de millones de empleados.

Compañías como Tesla, llamadas a revolucionar el transporte, dependen de la IA para hacer sus coches completamente autónomos y seguros. Waymo, la empresa que desarrolla tecnología de conducción autónoma perteneciente al conglomerado Alphabet Inc., comenzará a rodar sin la supervisión de seres humanos en Phoenix, Estados Unidos.

Las máquinas no tienen por qué ser algo más que herramientas que ayuden al ser humano en las tareas que realiza de forma ineficiente.

Las máquinas son el futuro de las compañías de mayor capitalización bursátil del mundo, y sus avances despiertan sorpresa, temor y, habitualmente, preocupación. ¿Qué haremos cuando las máquinas sean capaces de todo? La clave de la cuestión suele estar en el propósito intrínseco de la tecnología y la automatización de tareas y procesos, algo que siempre ha perseguido el hombre desde que es hombre. Y de la misma forma por la que los seres humanos no competimos contra grúas o farolas que se encienden solas al anochecer, los expertos creen que las máquinas seguirán siendo primordialmente ayudas al ser humano.

«Los humanos no tendrán que competir contra las máquinas», dice François Chollet, ingeniero de software especializado en IA y aprendizaje automático en Google, a EL PAÍS. «La IA se ocupará de las tareas en las que los humanos no somos muy buenos, y lo harán mejor. Serán una herramienta, no la competencia».

Pero si los camiones comienzan a conducirse solos y los robots son capaces de tramitar, gestionar y responder a todos los trámites que se llevan a cabo por Internet, el ser humano vivirá una profunda transformación, tal vez parecida a la vivida en la revolución industrial. Nacerán y prevalecerán, no obstante, infinidad de trabajos que no serán aptos para las máquinas. «Las personas seguiremos al cargo de todas las actividades que involucren comunicación, empatía, creatividad y adaptación. Por eso siempre habrá doctores aunque la IA sea capaz en el futuro de realizar mejores diagnósticos y recomendaciones de tratamiento. Las máquinas harán el trabajo y el doctor será la interfaz humana entre los resultados computacionales y el paciente. Será especialmente indispensable en áreas que requieren de una importante capacidad de empatía como la Oncología», dice Chollet.

Las personas seguiremos al cargo de todas las actividades que involucren comunicación, empatía, creatividad y adaptación

Su opinión la comparte Adam Cheyer, cofundador de la empresa Siri que fue adquirida por Apple para crear el asistente que escucha y atiende a los usuarios de iPhone: «Cuándo quieres averiguar qué se hará en el futuro, tienes que ver lo que hacen los ricos en el presente. Cada vez están más interesados en los servicios de persona a persona, y es probable que en unas décadas cada vez haya más monitores deportivos, cuidadores, esteticistas, etc. porque del sector primario y secundario se ocuparán las máquinas».

No obstante, las máquinas son entes en realidad muy limitados intelectualmente, aunque puedan llegar a ser brillantes en la especialización. Un niño en su más tierna infancia es capaz de aprender a meter el triángulo en el hueco del triángulo del juguete, puede reconocer los sonidos de los animales y comenzar a aplicar lo aprendido en un escenario en otros diferentes. Las máquinas no son capaces de hacer esto a la vez sin ser entrenadas previamente para cada tarea.

No hay red neuronal en el mundo capaz de identificar objetos, imágenes, sonidos y jugar a videojuegos a la vez como las personas. Sus limitaciones son obvias incluso dentro del mismo campo de acción: cuando Deep Mind de Google creó un sistema para pasarse videojuegos de Atari, relativamente sencillos para un ente informático debido a su progreso bidimensional basado en los reflejos y la prueba y error, sus redes neuronales tuvieron que ser entrenadas cada vez que se completaba un juego. Las máquinas no son capaces de trasladar lo aprendido a otros escenarios que las cojan desprevenidas tan bien como los humanos que pueden adaptarse, hacer uso de la lógica, la creatividad, el ingenio y la razón ante toda situación, por nueva y extraña que les resulte. Aunque se están realizando avances.

El aprendizaje automático no es la panacea de la IA. Pero acapara todos los focos por ser el enfoque más apto para resolver problemas por máquinas en manos de empresas como Google, Apple, Amazon y Microsoft que tienen a su disposición enormes cantidades de datos que necesitan ser tratados para mejorar sus servicios. En algunos casos, como señala el ingeniero Chollet, «la inversión en aprendizaje automático viene dada en parte por el miedo a quedarse fuera».

Que pase algo como en la película Terminator es pura ciencia ficción, ni siquiera es buena ciencia ficción.

Sin duda, el principal miedo, conflicto o punto de interés para con las máquinas y sus avances, es su hipotética capacidad de tomar decisiones que jueguen en contra de los seres humanos. Un escenario fantaseado desde hace décadas por la literatura y la filmografía de la ciencia ficción, que ha cobrado más relevancia que nunca en la prensa especializada y generalista a raíz de los constantes comentarios de Elon Musk, el emprendedor a cargo de Tesla Motors, SpaceX o Solar City, sobre los inminentes peligros del desarrollo de la IA sin supervisión gubernamental. Mark Zuckerberg, desde el jardín de su casa, dio un paso al frente y argumentó que esos escenarios apocalípticos e hipotéticos eran contraproducentes para el desarrollo de herramientas que podrían mejorar la vida de miles de millones de personas.

La IA muestran peligros inminentes más allá de las hipótesis: la parcialidad y la posibilidad de usar algoritmos para vigilancia masiva

«Que pase algo como en la película Terminator es pura ciencia ficción, ni siquiera es buena ciencia ficción», dice Chollet. «Existe una gran desconexión entre lo que el gran público percibe como IA, debido a la cultura popular, las películas y los errores de los medios de comunicación, y lo que realmente la IA es. Nos cuentan historias sobre una IA consciente de su propia existencia, con sus propios objetivos y sentimientos. Pero en la práctica, esto está a siglos de nuestras capacidades actuales. No tenemos ni idea de cómo podríamos siquiera empezar a desarrollar algo así. Y no es sólo eso, lo principal es que nadie lo está intentando», explica.

Chollet cree que los medios están pasando por alto los verdaderos peligros de la IA para centrarse en la ficción. Porque hay peligros, y están ya. «Son realistas e inminentes, como la parcialidad de los algoritmos o la posibilidad de que se emplee para realizar una vigilancia y control masivo sobre la ciudadanía». El talón de aquiles de las máquinas somos los humanos, y si al analizar los datos ven que somos machistas, homófobos o racistas, ellas también lo serán. En cierto aspecto, los humanos también somos peligrosos para las máquinas.