La revolución del tupperware

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Los senadores han dado un gran paso hacia la consolidación de la Cuarta República, en intenso cabildeo y cediendo todos, consiguieron el derecho a botanas y aguas frescas durante la sesiones que se prolonguen más de cuatro horas, siempre que su precio no exceda los seis mil pesos por sesión.

Una batalla ganada, con el estómago vacío es imposible legislar con eficiencia y menos pensar claro en las grandes transformaciones nacionales urgidas al cambio de régimen. Si quieren buenos soldados legislativos necesitan estar bien alimentados, lo han dicho grandes generales en la historia; la tropa está feliz mientras tenga suficiente comida caliente. Rancho y vino para todos, pero sin meseros ni edecanes, que se sirvan solos.

Martí Batres, presidente del senado y promotor entusiasta de la austeridad, es uno de los más satisfechos con el acuerdo, su mujer evitará la fatiga de preparar lonche y enviarlo al trabajo con un conjunto tupperware –en grande los frijoles, el mediano arroz y el pequeño tres galletas marías, para el postre- que, orgulloso, presumió como su mayor aportación al ahorro nacional.

Su revolución fracasó, quizás por que salían más caros los plásticos que los magros alimentos transportados, dado que el despistado senador pensaba que eran desechables y además no tenía la costumbre de volver a casa con ellos.

La imagen del presidente del senado con una de las viejas loncheras de obreros alemanes en los sesentas, parecidas a minúsculo maletín médicos, hubiese sido más original y propia de la izquierda, esas loncheras son del proletario y los toper creación del Imperio.

Es perturbadora y grotesca la imagen de Martí presumiendo sus toper, postula el más ramplón de los populismos como si fuese una gracia, solución practica y a la mano de todos los comprometidos con impulsar la regeneración nacional. Su profesión de austeridad es ofensiva a la inteligencia, por risible y ridícula.

Contrasta, por ejemplo, con la escasa capacidad persuasiva de Mario Delgado, coordinador de los diputados de Morena, que no encuentra los consensos necesarios para reducir el salario de los legisladores, haciendo imposible su observancia.

Morena tiene mayoría absoluta en la Cámara de diputados, pero el señor coordinador necesita la concurrencia de otras fuerzas políticas para votar por consenso la iniciativa de salarios ¿También la necesitará para reformar los programas asistencialistas?.

Ahí empiezan las primeras resistencias, pueden tocarle los sagrados alimentos, obligarlos a comer lonches de jamón y queso sin aguacate acompañado con limonada, Jamaica u horchata, pero que no toquen el bolsillo, sus ingresos y prerrogativas, por que entonces se verían obligados a delinquir, lo dijo Xóchitl Gálvez, flamante senadora.

Ante “la falta de consensos” los diputados siguen ganando lo de siempre: 73 mil pesos mensuales, más 45 mil de asistencia legislativa –lo que ello signifique- y 28 mil más para atención a ciudadanos, es decir justamente otros 73 mil que en conjunto hacen 146 mil pesos mensuales. Pero su salario neto son los 73 mil, el resto lo destinan en apoyo a los electores de su distrito y pagos de estudios especializados para desempeñar su responsabilidad con eficiencia. Nadie piense, por favor, que conservaron los otros 73 mil, entre los que no están incluidos viáticos, vuelos, gasolinas, seguros, gastos de representación.

López Obrador fijó su salario en 108 mil pesos mensuales y la Constitución Establece que ningún funcionario federal puede ganar más que el presidente. Esa reforma viene desde Calderón ¿Por qué no la cumplen? La explicación habitual, cada que regresa el tema a la opinión pública, es que falta la ley secundaria ¿Y por qué no hay ley secundaria? Por que los señores diputados no han encontrado los consensos para votarla. Hoy, por Mario Delgado, sabemos que siguen buscándolos.

La explicación del coordinador de Morena es la misma que la de sus antecesores. Ha empezado la presente legislatura, tiene tres años para votar esa ley secundaria ¿Cuánto tiempo le gusta para que la voten? Usted calcule, por lo visto al inicio pasarán otros diez años antes de que se avengan.

Tampoco es la gran cosa, no es el salario de los diputados donde radican ahorros significativos. Si reducen el 70 por ciento del personal: asesores, choferes, asistentes, edecanes, secretarias, mensajeros, y el cien por ciento las partida secreta, una bolsa compuesta por miles de millones, jamás reportada, que los coordinadores parlamentarios disponen a discreción, el Congreso –en el caso del senado es igual- empezará una verdadera revolución austera. El tema de dicha partida quedó intocado.

También están los excesos en seguros de gastos médicos que, además del legislador(a), incluye a su cónyuge. Es decir el matrimonio dispone del privilegiado servicio y existen antecedentes de que muchos estafaron a la compañía de seguros.

Hay datos documentados donde diputados “enferman” de gravedad a su esposa con tal de cobrar el seguro. Lo hace –o hacían- en complicidad con hospitales de dudosa reputación que recibían de contraprestación el cincuenta por ciento de la estafa. César Duarte puede ofrecer detalles al respecto. No es el único, en pasadas legislaturas la estafa fue popular entre nuestros ínclitos parlamentarios.

Cuando las compañías aseguradoras la detectaron, les pareció extraño una epidemia de cáncer entre las esposas de legisladores, los diputados corruptos idearon la estafa de los “moches”. Por ley cada diputado recibía diez millones de pesos anuales –llegó hasta 20- con la facultad de ordenar donde invertirlos ¿Qué hicieron los señores legisladores? Ofrecieron el dinero a sus amigos alcaldes a efecto de recibir un “moche” del 20 o 30 por ciento, según la relación de complicidad con el alcalde y constructor. Otro personaje de Chihuahua puede proporcionar información al respecto, pregunten por los detalles al ahora senador Gustavo Madero.

Además de los Congreso, donde obviamente hay una cultura dispendiosa y de estafa que se acerca a delincuencia organizada, un programa efectivo contra la corrupción está en los “otros moches”, los de verdad; obra y servicios, donde Pemex, CFE, Secretaría de Comunicaciones y Sedesol son minas de oro.

Odebrecht y la estafa maestra son ejemplos muy frescos, así como Higa directamente relacionada con Peña Nieto y la Casa Blanca. Eliminar el podrido diez por  ciento en las operaciones de gobierno es una necesidad para que los planes de austeridad anunciados por López Obrador tengan éxito. Son un tobogán sin fin donde terminan miles de millones de pesos que organizaciones de transparencia han calculado en el 20 por ciento del Producto Interno Bruto.

Último apunte, ejemplos sobran, para intentar comprender el tamaño del reto, son los huachicoleros y el robo de energía eléctrica. Han calculado que Pemex y la CFE, en consecuencia el gobierno, pierde más de 60 mil millones de pesos anuales en robo de energía e hidrocarburos. Nada más, obviamente también producto de la corrupción.

Es demasiado lo que se puede hacer en materia de honestidad, López Obrador los describió durante la campaña y consiguió con ello un apoyo inusitado, la gente hasta harta de los políticos truhanes y vividores. Esa perniciosa cultura está expresada en dichos y estribillos populares del moche y la tranza, igualmente extendidos entre los mexicanos: es un error vivir fuera del presupuesto, el que no tranza no avanza, un político pobre es un pobre político, póngase la del Puebla, yendo arriba no le hace que vaya en ancas, yo no quiero que me den sólo que me pongan donde hay, llegamos al año de hidalgo, pendejo el que no agarra…

El problema al inicio de la Cuarta República, de la Regeneración, del nuevo proyecto de nación, es que sus actores protagónicos envían señales desalentadoras y ruines. Traducir la importancia de la tarea en llevar alimentos en toper a su oficina, reducir el alimento en el recinto a tortas y aguas frescas pero encontrar “dificultades” para consensos que les permitan votar la ley de salarios, es un tomadura de pelo a los ciudadanos.

Es como la simulación que Dolores Padierna, otra promotora fiel de la austeridad. Llegó al super en un jetta blanco de modelo reciente y línea austera, pero con chofer y cuando bajó del auto e ingresó a la tienda tomó la cava por su primera estación después se detuvo en los alimentos y por último pasó por la juguetería. Compró una botella de ocho mil pesos, caviar del mar Caspio, bacalao, salmón y una muñeca de cinco mil pesos para su nieta.

Al salir pidió factura con el registro del Congreso y el lunes a primera hora la entregó a su secretaria, quién la llevó al administrativo exigiendo el reembolso. La factura fue registrada como gastos de alimentación, apoyos al ciudadano y “otros”. Si el combate a la corrupción es como lo entienden Martí Batres, Delgado y la Padierna, ya sabrá usted lo que podemos esperar. La austeridad en acción.