Duarte-Coneja; Impunidad en barata

 Cuando lo acosaba el desprestigio social y su popularidad caía destruida por el movimiento de los 43, Peña Nieto hizo lo que ningún presidente mexicano antes que él, pedir perdón en público. Quiso así sepultar el episodio de la casa blanca y relanzar su gobierno hacia el cierre, pensando en las elecciones del 2018. Había que hacer control de daños.
Rodeado de un público aplaudidor y condescendiente, en julio del 2016 se paró frente a la televisión nacional y reveló sus sentimientos de culpa: “… Y en esto reconozco que cometí un error –la casa blanca-. No obstante que me conduje conforme a la ley, este error afectó a mi familia, lastimó la investidura presidencial y dañó la confianza en el gobierno”.
El hombre sentía en su interior la mofa del rechazo social y las criticas mediáticas que desfondaban su gobierno. Las sufría: “En carne propia sentí la irritación de los mexicanos, la entiendo perfectamente. Por eso, con toda humildad, les pido perdón. Les reitero mi sincera y profunda disculpa por el agravio y la indignación que les causé”.
Palabras fuertes para el hombre más poderoso de México en ese momento: humildad, perdón, culpa, sincera, indignación, conceptos propios en una discusión marital de infidelidad e inexistentes entre poderosos. Ver que Peña los soltaba juntos y además en público, con rostro de contrición, era desconcertante.
Muchos formularon críticas, otros hicieron burla pero todos vieron a un presidente apocado, encontraban inaceptable que un presidente pidiese perdón. Pensaban que su confesión lo inhabilitaba para gobernar.
Nadie, fuera de su primer círculo, reparó en el propósito que lo impulsó al mea culpa, a pesar de revelarlo explícito: “Si queremos recuperar la confianza ciudadana todos tenemos que ser autocriticos; tenemos que mirarnos al espejo, empezando por el propio presidente de la República”. Aspiraba a la redención social y en su afán de congratularse con la gente llegó al extremo de la humillación púbica disfrazada de sinceridad.
Dos años después, replegado por el avasallamiento de López Obrador y sin que nadie voltee a verlo, sabemos que sus palabras eran falsas, ordinario montaje teatral propio de políticos demagogos. Una engañifa.
Dos años después, liberado de los cálculos electorales y sin más que perder, en Veracruz y Chihuahua hizo público su compromiso con la impunidad. Es admirable su compromiso de complicidad hacia el amigo, con la última brizna de poder hace hasta lo imposible por rescatar de prisión a sus compañeros de partido acusados de corruptos, aquellos que confabularon para defraudar al pueblo mexicano.
Lo que sucedió con Javier Duarte es grotesco. Desfalca las arcas de un gobierno como Veracruz, más de 100 mil millones de pesos anuales, y recibir cuatro años de cómoda prisión. Pero que no se te ocurra robar un becerro famélico por que no sales jamás.
Me decía un amigo, hoy convalece de complicada operación –saludos, pronta recuperación- que los gobernadores acumulan riqueza ilegal, sabiendo que al entregar el cargo la mitad será para sus abogados. Tienen razón, mientras pueden roban a dos manos y con el mismo dinero mal habido pagan los mejores abogados para salirse con la suya.
Es la impunidad en acción, expuesta sin tapujos ni matices, fría y encima simulada en leyes diseñadas a modo para los delitos de cuello blanco, estirándolas por jueces y abogados hasta quedar a medida del requerimiento específico. Robas, no importa, si caes me haga cargo de sacarte. Tu tranquilo que yo te protegeré.
¿Cuánto se robó Javier Duarte? Quizás ni él mismo sepa, es tanto el dinero que pasa por las manos de gobernantes corruptos que terminan dejándolo de contar. Lo que obra en autos es que parte de ese dinero sirvió para que su esposa se de la gran vida en Londres, adquirir 41 bienes inmuebles valuados en 600 millones de pesos, joyas, obras de arte: Botero, Miró, Siqueiros, Tamayo, autos, botes de lujo, pagar campañas políticas, esconderlo en cajas bajo tierra, abrir cuentas de prestanombres. Su límite es el cielo, lo dijo su esposa, “merecemos la abundancia”. Inimaginable para el ciudadano común.
En chihuahua tenemos nuestros particulares compromisos presidenciales con la impunidad. César Duarte, refugiado en los Estados Unidos, es otro ejemplo de corrupción y ante la incapacidad de Corral para extraditarlo puso a Alejandro Gutiérrez como insignia del combate a la corrupción.
La sentencia de los nueve años –tres efectivos- contra Javier Duarte sucedió el martes en la noche y 48 horas después el Tercer Tribunal Unitario de Circuito resolvió que la Consejería Jurídica de Chihuahua no tiene carácter de parte en el juicio contra Gutiérrez, por lo que no está legitimada para interponer ningún recurso legal y en consecuencia encontraron francamente improcedente el amparo que promovió gobierno para mantenerlo detenido.
De esa manera el ícono local de la corrupción, dejó San Guillermo la madrugada del viernes. Las chicanas llevadas al límite por Javier Corral no resistieron la orden inapelable del Juzgado Unitario de Circuito, haciendo imposible cualquier otro recurso con fines de ganar tiempo.
La obsesión de Corral, llevada al extremo de pisotear las leyes y disponer del Poder Judicial del Estado a su arbitrio, resultó insuficiente ante la determinación de Peña, había que sacar a sus amigos de prisión antes de entregar el poder y los sacó.
En esta lucha de egos y soberbias desbordadas, presidente y gobernadores pisotearon la ley sin pudor. Peña pudo más aligerando la carga de Javier Duarte y liberando a Gutiérrez. Con vísperas así, pensar en que César Duarte sea detenido es utopía, el hombre celebra desde Miami la impunidad brindando con Petrus del que le regalaba Jaime Galván.
Encuentro difícil de aceptar que los movimientos de Peña para garantizar impunidad a sus amigos, sean ajenos a López Obrador. Ya se, calificó de “show y circo” la sentencia de la PGR, los diputados de Morena citaron al procurador Alberto Elías Beltrán y el senado prometió llevar el caso a la Haya. Con sinceridad ¿No le parece a usted otro circo de los nuevos empoderados?.
Que weba, sólo faltó decir que harán una comisión para estudiar la forma de replantear la estrategia jurídica y volver a encerrarlos. La impunidad es transexenal, si Elba Esther está libre y Napoleón Gómez despacha desde el senado como presidente de la Comisión del Trabajo, nada podemos esperar de López Obrador y la República del perdón.
Al ver la impunidad en barata, con el cinismo del bribón Raúl Salinas de Gortari, protagonista del mayor escándalo de corrupción en el sexenio de su hermano Carlos, pide al consejo de la Judicatura Federal publique un desplegado declarando su inocencia.

Por mi que limpien la cara del corrupto ese y de pasada levanten un monumento al negro Durazo frente a la PGR. Tanta corrupción, impunidad y discursos simulados hartan.

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