Tres mandamientos y una indulgencia plenaria

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Tres mandamientos y una indulgencia plenaria

 

Entramos, ayer a la media noche, en la cuarta transformación. Es el inicio de un periodo que lleva por norma tres mandamientos de observancia general: No mentir, No robar y No traicionar, definidos por el presidente como honestidad y fraternidad. Sobre ellos descansará la política mexicana en tanto llegue la Quinta República, sepa cuando.

En positivo sus equivalentes son sinceridad, honestidad y congruencia. Es la conducta de vida que deben asumir los políticos adheridos al nuevo régimen, si aspiran a trascender.

Sería una transformación radical teniendo en cuenta que la esencia del ser político radica en traicionar y mentir. Mienten a sus pares intentando escalar posiciones, mienten a la población con promesas que no piensan cumplir, mienten y ocultan sus intenciones para salirse con la suya. La traición es corriente y de uso compartido entre políticos; traicionan sus principios, traicionan a sus amigos, traicionan a sus aliados… traicionan a su madre.

Si la Cuarta Transformación mexicana consigue redefinir los valores de la política, nuestro país será ejemplo mundial de transparencia, rendición de cuentas, responsabilidad en el manejo de bienes y eficiencia en el uso y distribución de los dineros públicos. Destacaremos por congruentes, honorables, bien portados y confiables. Sería un logro portentoso sabiendo que hoy ocupamos los últimos lugares entre los países que aceptan mediciones internacionales.

Es imposible hablar de López Obrador sin hacer referencia a valores axiológicos, les considera una elevada importancia en el ejercicio de la política y el poder. Los pone a la par de su sometimiento voluntario al “pueblo bueno y sabio”, único soberano. Sobre éstos principios, a los que ve como la sólida roca de su Cuarta Transformación, transcurrió su larga campaña presidencial. Ayer fueron los conceptos sobresalientes al dirigir su primer discurso a la Nación en calidad de presidente constitucional.

Pondré a un lado los tres mandamientos rectores del nuevo régimen, pensando que los políticos mexicanos en la Cuarta Transformación seguirán siendo lo que han sido desde la Conquista hasta la fecha: cínicos, ladinos, embaucadores, corruptos y alzados. Pero me ocuparé de un valor que destaca sobre los otros y, a contra cara, define a los políticos del neoliberalismo, la honestidad.

López Obrador dedicó la primera parte de su discurso a describir la evolución económica del país en el último siglo, teniendo crecimientos del cinco por ciento, promedio, desde 1930 hasta 1970, en donde hizo notar el “Milagro Mexicano” del 58 al 70, con Antonio Ortiz Mena como artífice.

Dio poca importancia a las caóticas administraciones populistas de Luis Echeverría y López Portillo que desfalcaron y dejaron endeudado al país. En cambio criticó, severo, al neoliberalismo de los últimos 30 años, al que calificó de “catástrofe y desastre para la vida pública del país”.

Sin darse cuenta dejó salir una especie de añoranza por los gobiernos desde Cárdenas hasta Díaz Ordaz, cuando el país alcanzó niveles destacados niveles de estabilidad financiera y desarrollo económico, pero no reparó en abusos de poder, corrupción, centralización, antidemocracia y corporativismo. Dictadura perfecta, la definió Vargas Llosa.

No me sorprende, veo al nuevo régimen muy parecido al viejo PRI de los setentas hacia atrás. Era un sistema presidencialista de instituciones sometidas a la voluntad del tlatoani en turno, donde Congreso, Corte y procuraduría servían de instrumentos al poder omnímodo. Era una casta política hecha en la cultura del “si señor”, una generación que prostituyó el concepto de institucionalidad confundiéndolo con servilismo y sumisión abyecta.

En ese sistema que añora López Obrador prevaleció, además, una arraigada corrupción de la clase política que ayer se abstuvo de mencionar. Generales, gobernadores, secretarios del gabinete, senadores, diputados, jefes de policía, presidentes municipales y presidentes de la república disponían de los recursos públicos sin oposición ni remordimientos.

Su apetito por el dinero fácil iba más allá de ambiciones estándar. Esa clase política solía enriquecerse igual o más que las de ahora y lo festinaban en dichos cínicos que rigieron la vida política del país: “un político pobre es un pobre política”, “no quiero que me den, sólo que me pongan donde hay”, “yendo arriba no le hace que vaya en ancas”, “roban pero salpican”, “en el año de hidalgo es pendejo el que deje algo”.

La oposición de entonces, Acción Nacional, respondió con su propio catálogo de frases, intentando exhibir la inmunda corrupción del régimen de partido hegemónico: “cada seis años nacen nuevas comaladas de millonarios sexenales”, “son pillos de siete suelas”. Gómez Morín quería “mover las almas” y Efraín González Luna derrotarlos con el uso de las ideas “por que no tenían más armas ni las hay mejores”.

No obstante lo afianzado de la corrupción en el sistema político, decido ser optimista y creer, por éste día, en López Obrador. Si despoja de la corrupción al viejo PRI o atenúa sus apetitos a niveles tolerables, su gobierno será sobresaliente y el régimen al que llama Cuarta Transformación tendrá oportunidad de prevalecer.

Poco importa si en el camino somete a las instituciones y hace girar la política en torno a su persona, siempre que consiga erradicar los niveles insultantes de corrupción que socavan al país y cuyo inmundo pináculo alanzó en el sexenio terminado ayer.

Los presidentes mexicanos, hasta antes el 82, también asumieron conductas absolutistas y no por eso perdió el país. México ha perdido por lo mismo que describió ayer López Obrador; un sistema económico inhumano e injusto soportado sobre la mitad de un pueblo empobrecido y unos cuantos bribones oportunistas que los parasitan. La minoría rapaz a la que ayer hizo alusión, otra vez y la corrupta complicidad que los une.

Nada dijo diferente a lo que hemos escuchado durante la última década, su discurso fue un compendio de los compromisos y promesas de campaña. En esa parte es congruente, pero encuentro necesario destacar el momento donde prometió no reelegirse.

Mientras permanezca la sensación de que pretende perpetuarse en la presidencia, la promesa de tendrá sentido. No la tomo por garantía absoluta, Porfirio Díaz llegó a la presidencia del país con el lema de la “no reelección” y se quedó 34 años. López Obrador bien puede desdecirse con el pretexto de que “yo no quería, pero el pueblo bueno y sabio exige que siga gobernando y, humilde siervo, obedezco”.

Por lo mismo tampoco mes gusta el anuncio de refrendarse, promesa vieja reiterada ayer. Su nombre estará en la boleta del 2021 ¿Cómo podríamos estar seguros que no estará otra vez en la del 2024? Hoy sólo tenemos su palabra y en prenda el primero de los tres mandamiento: no mentir.

Quizás en Chihuahua la Cuarta Transformación no parezca la gran cosa, hace dos años y medio vivimos el Nuevo Amanecer, un modelo político que pondera mismos valores y principios aunque sin perdón ni olvido. A la vanguardia, siempre adelantados a las causas nacionales.

Pienso y más que weba me aterra imaginar al país colapsado y titubeante como está hoy el estado. Por eso comparto que no encierre a ningún ratero del pasado, un esfuerzo así distraería de los asuntos de gobierno. Pero que se ocupe de los nuevos manos largas y los contenga, con eso y sin tentar al gran capital estamos del otro lado.