*Corral; voy yo, luego Chihuahua

* Los reflectores de Harvard

* Opositor sobre gobernador

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 Por el puente de la Constitución, febrero inicia este día cinco. Un mes de sólo 28 días y encima el calendario cívico le quita los primeros cuatro, reduciéndolo prácticamente a tres semanas. Visto con la resignación del ciudadano ordinario, ocupado en pagar las cuentas, no está del todo mal; la cuesta de enero quedó atrás y la pendiente de Febrero será de sólo 24 días, esperando que también pase de prisa o por lo menos traiga noticias alegres en estos días de incertidumbre y desasosiego social.

No sucumbo al desaliento con que suelen iniciar los nuevo ciclos anuales, me indispone la intemperanza de nuestros gobernantes, concentrados en remover el pasado para justificar sus deficiencias generan malos augurios entre los ciudadanos. Existe un extendido y silencioso rumor de desaliento.

Antes era sólo Javier Corral desatendiendo sus deberes con Chihuahua, concentrado únicamente en la campaña justiciera contra César Duarte y su pandilla; hoy también López Obrador rebusca entre el pasado intentando levantar un velo que cubra la incompetencia de sus acciones en los primeros dos meses.

¿Hacia dónde camina el país con gobernantes así? Es la pregunta que se formulan muchos chihuahuenses, sin atinar respuestas satisfactorias o divisar señales alentadoras que los hagan mirar al futuro con sentido esperanzador.

Vayamos al escenario local. El gobernador Corral aprovecha el puente para presentarse en Harvard y explicar su interpretación sobre las condiciones del país, desde que asumió López Obrador. Las encuentra desalentadoras, al ver en ellas “elementos muy luminosos” de que la Cuarta Transformación podría no terminar “nutriendo la democracia” y hace un puntual paréntesis sobre la polarización social.

Sólo verdades dice Javier y además las dice matizadas. En un discurso de choque pudo mencionar que López Obrador continúa en campaña, resuelto a profundizar la división del país entre mexicanos buenos y malos, erigiendo un régimen de voluntad única donde todo gira en torno a su persona y las instituciones son menospreciadas.

El encuentro en Harvard, donde también estuvo presente Yeidckol Polevnsky, tuvo pocos reflectores, menos de los que hubiese querido el gobernador, pero su comentario sobre la polarización es una de las observaciones de mayor trascendencia. No por obvias, deben ser omitidas.

En esa parte quiero hacer mi acotación personal: ¿Qué gana Javier Corral con alusiones así, conociendo la vengativa reacción del Gobierno Federal –López Obrador no es diferente- con los gobiernos estatales que desafían su autoridad?

Él si tiene un rendimiento personal; consigue visibilidad nacional, asumiéndose como el campeón de la oposición al nuevo régimen. Hay lógica en su discurso; es la lógica sobre la cual ha construido su brillante carrera política: la del critico severísimo contra los gobiernos establecidos.

Si Corral obtiene beneficios personales haciéndose pasar como el gran opositor, vale otra pregunta: ¿Qué gana Chihuahua con un gobernador enfrentado al Presidente? Aquí la respuesta es diferente, el estado no gana absolutamente nada. Peor, pierde apoyos que podrían atenuar problemas como la deuda, la inseguridad y contribuir al desarrollo estatal.

Ahí radica el gran problema, el gobernador continua comportándose como si sus dichos y hechos sólo tuviesen repercusiones en su persona, siendo que tiene la responsabilidad de conducir los esfuerzos de todo el pueblo de Chihuahua y por tanto lo que haga o diga impacta, para bien o para mal, en la entidad.

En esa parte, como lo he dicho en momentos anteriores, Corral coloca sus intereses personales sobre las prioridades de la sociedad que gobierna, subordinando las necesidades del estado a sus aspiraciones presidenciales. Qué importa el desarrollo de Chihuahua si con su discursiva desafiante consigue situarse entre los oponentes a López Obrador y en consecuencia inscribe su nombre en la lista de precandidatos a la Presidencia. Pudiendo ser un buen gobernador opta por ser un buen precandidato. Ahí radica su perversidad; es primero él, luego Chihuahua.