No hay Tony que valga

* PRI, su descrédito lo lastra

* Cerrar los ojos no ayuda

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Tras la derrota del 2000, muchos pensaron que el PRI había concluido su ciclo y lo dieron por muerto. Los cálculos sepultureros estaban errados, doce años después regreso con inusitada fuerza y recuperó su hegemonía, sin recurrir al fraude. La gente lo trajo de vuelta pero su regreso resultó fugaz y pernicioso; sólo volvió para profundizar el descrédito social, olvidado temporalmente por la impericia de Fox y Calderón para gobernar.

¿Podrán repetir el milagro de la resurrección y consolidarse como una opción creíble? Su capacidad de adaptación a las condiciones sociales y políticas más extremas es admirable; sobrevivió a la guerrilla de los sesentas y setentas, los movimientos sindicales independientes, el 68, a la llegada de Marcos y los asesinatos políticos, el populismo de Echeverría y las locuras de López Portillo, tuvo con Ortiz Mena su milagro mexicano y se sobrepuso a las crisis sexenales. Vivó el surgimiento del comunismo, estuvo en la segunda guerra mundial, observó la caída del muro de Berlín y las Torres Gemelas y asistió a la llegada del terrorismo.

El mundo cambiaba y el PRI prevalecía, acomodándose a las circunstancias. Durante décadas otros regímenes de vocación antidemocrática lo siguieron con envidia y un premio Nobel lo llamó “La Dictadura Perfecta”. Por algo es un partido casi centenario, siempre en la cúspide del poder.

Sin embargo todo sistema político es temporal, tiene límites y creo que el PRI alcanzó los suyos. No veo de qué manera pueda regresar, su descrédito es sólo comparable al tamaño de la inmundicia que distribuyó a lo ancho del país, sólo en los últimos seis años.

Paradójicamente fueron sus “mejores activos” quienes pincelaron la imagen de la degradación, aquellos a los que Peña Nieto puso como ejemplos del “nuevo PRI”; César Duarte, Javier Duarte y Roberto Borges, iconos de la deshonestidad en un sexenio esencialmente corrupto. Junto al propio Peña, son las figuras más representativas de una era dispendiosa, frívola, ensoberbecida, teniendo al cinismo como eje galvanizador de sus bribonerías.

Los partidos políticos en general están desacreditados socialmente, pero entre ellos el más desacreditado es el PRI. Muchos ciudadanos lo tienen por fuente de toda corrupción ¿Cómo podría recuperar la confianza ciudadana que le permita reconstruir una base social que lo regrese al juego? Imposible, no en las condiciones que terminó tras la elección del año pasado. Sin el Gobierno Federal y con sólo diez gobernadores, la mitad coqueteando con Morena, endeudado, sin liderazgos que lo reagrupen, a punto de otra división profunda, es un partido camino a desaparecer o quedar reducido a  “nano”.

Con toda la carga negativa que arrastran, hay optimistas confiados en su pronta recuperación. Su optimismo carece de asidero, está sostenido en la conocida capacidad de negación, así como se han negado a reconocer la corrupción que los destruye, así también cierran los aojos a la realidad deplorable que los circunda.

No hablaré del proceso nacional para renovar su dirigencia, donde bullen los ánimos de otra gran fractura, ni del choque de los grupos domésticos, habrá tiempo para eso. Hoy se trata de las elecciones estatales 2021 y tiene más nombres con credenciales suficientes que cualquier otro partido. De corridito citaré diez: Teto Murguía, Lilia Merodio, Enrique Serrano, Mario Tarango, Oscar Villalobos, Alejandro Cano, Graciela Ortiz, Doroteo Zapata, Omar Bazan y Guillermo Márquez.

Podría seguir con otros diez y jugar a las candidaturas externas, el empresario ambicioso convencido que puede ser gobernador. Sucede que en las condiciones actuales ninguno entre los anteriores o posibles externos correría el riesgo de poner su nombre junto al logo del partido al que todavía pertenecen.

Hasta la pasada elección estatal cualquiera de ellos, y otros, se hubiesen cortado la mano izquierda por ser candidatos, hoy “sacrificarían” sus “legítimas aspiraciones” para que otros lleven las siglas. Tendrán dificultades hasta para conseguir candidatos.

Mientras esos tiburones abren paso a los valientes, los últimos leales a las siglas ponen sus esperanzas en un cantante de música popular: Tony Meléndez, pensando que podría ser la solución a sus problemas electorales. Tampoco, no se trata de personas populares o simpáticas, la marca los condena socialmente. Los electores escuchan la palabra PRI o ven su logo y lo asocian a la corrupción, el dispendio y la prepotencia.

Vean el caso de Tamaulipas. Allá el candidato de Morena , Miguel Barbosa, tiene una amplia ventaja sobre el candidato del PAN y muy por debajo, con sólo trece puntos, está el candidato del PRI. Falta ver en que termina la elección por que la proyección de analistas es que cerrará con menos del diez por ciento.

Ante la irritación social contra las siglas no hay “Tony” que valga. Está muy bien eso de que canta y se queda hasta el último para saludar a la gente y repartir autógrafos, o que cuenta la historia de su mamá enferma en Ojinaga y la solidaridad en un PRI que le salvó la vida. En cuanto la gente vea su nombre junto al logo del PRI, no lo votan ni dándoles un concierto particular a cada elector.

Así que no, no veo al PRI jugando en la próxima elección ¿Quién será su candidato? Cualquiera, da igual, sus posibilidades de ser competitivos son marginales. Si acaso serviría de comparsa, actor de segunda línea, con alguno de los que compitan en serio.

Si, ya se, no todos son corruptos, estoy de acuerdo, hay justos en esa Sodoma decadente, pero el descrédito los lastra por igual. Vean lo que pasó con Reyes Baeza, perdió contra una desconocida cayendo hasta el tercer lugar en la elección de senadores. Imaginen, hijitos, que les depara en la próxima.