*Chapo ¿Justicia o venganza?

Cadena perpetua y cincuenta años más, purgados en una prisión de máxima seguridad, es la sentencia del juez contra Joaquín Guzmán Loera, el mítico Chapo Guzmán. El barón de la droga más visible desde Pablo Escobar terminó convertido en víctima de sí mismo y de los oscuros intereses tejidos entre los gobiernos y las organizaciones criminales.

A la sentencia carcelaria agregue dos mil quinientos millones de dólares en indemnización al gobierno de los Estados Unidos, por las molestias. Sentencia imposible de cumplir, el dinero que se lo cobren en su celda –quién se quede con los millones ya no importa- y pague momificado los cincuenta años extras.

Son los absurdos del sistema judicial del arrogante Imperio que, por su severidad, abren al menos dos preguntas ¿Hablamos de Justicia o venganza? ¿Estamos frente a un mensaje dirigido a otros capos, para que sepan como serán tratados cuando se rebelan contra el sistema?.

Siempre tuve la convicción de que el Chapo era un jefe medio del crimen, como tantos que había en el país durante la época de Carlos Salinas, hasta el asesinato del cardenal Juan José Posadas Ocampo, en mayo de 1993. Hoy sabemos que los Arellano organizaron aquel tiroteo, pero en ese momento deliberadamente las autoridades terminaron responsabilizando al Chapo, y para dramatizar el hecho lo pusieron al tope de la lista criminal.

Sólo un mes después lo detienen en Guatemala y es presentado ante los medios como uno de los narcotraficantes más importantes del país, pensando en tranquilizar a la opinión pública internacional, alterada tras el escandaloso asesinato.

Como todo preso con relaciones en el submundo, en prisión llevó una vida relajada y en muchos sentidos dispendiosa, circunstancia que le permite huir con una facilidad inusitada por la complicidad con las autoridades policiales y penitenciarias. La creencia popular es que lo dejaron salir.

En ese momento empieza su leyenda, pues había escapado de una prisión de Máxima Seguridad a reclamar el supuesto liderazgo en el cartel de Sinaloa. Una vez en libertad el gobierno de Calderón, a través un sujeto avieso como Genaro García Luna, quiso ponerlo al frente de la malograda Federación de la Droga, con la que Calderón y la DEA pretendían retomar el control de los grupos criminales, perdido desde que detuvieron a Miguel Ángel Félix Gallardo y la sospechosa muerte de Amado Carrillo.

El chapo era la cabeza visible, pero los estudiosos del crimen sostienen que tras él estaban el Mayo Zambada y Juan José Esparragoza, el “azul”, como los verdaderos capos del poder. El estruendoso fracaso de la Guerra declarada por Felipe Calderón lo puso otra vez en la vitrina pública y obligó al gobierno de Peña Nieto a detenerlo, por segunda vez.

Con Peña no gozó de las libertadas y libre manejo en prisión que le dispensaron durante la administración de Vicente Fox, por eso urdió su segunda huida, la del túnel. En ese punto su leyenda creció inusitadamente, era el criminal dos veces detenido en una prisión de máxima seguridad y dos veces fugado. Ahí, sin darse cuenta, firmó su sentencia, no tenía más que dos opciones; la cadena perpetua o la muerte. Encontró lo segundo. Desafiar a los gobiernos de México y de Estados Unidos fue una mala idea, jamás la calculó correctamente, hoy sufre las consecuencias. Más que justicia o venganza, su absurda sentencia es una lección para futuros narcotraficantes, cooperan con los gobiernos o se pudren en la cárcel. Final adecuado para un criminal que se creyó la propia historia que sus enemigos le inventaron.

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