El cambio climático y la actividad humana facilitan la llegada de especies invasoras a la Antártida

El archipiélago de las islas Orcadas del Sur es un minúsculo punto blanco en el sur del océano Atlántico, no muy lejos de Ushuaia (Argentina). Desde hace más de 60 años, unos mosquitos diminutos sin alas de la especie Eretmoptera murphyi se adaptan a las condiciones de esta región de la Antártida que no mide más de 620 kilómetros cuadrados. Estos insectos no paran de multiplicarse y amenazar el ecosistema: por cada metro cuadrado se encuentran cientos de miles, según cuenta un estudio realizado por investigadores españoles publicado en la revista Journal of Biogeography.

La actividad humana les permite llegar a zonas donde pueden desarrollarse cuando tendrían que extinguirse por el cambio climático. Hay que ralentizar estas transformaciones que siguen un ritmo vertiginoso.

Los mosquitos desequilibran la ecuación natural que existe en la Antártida. La región cuenta con muy pocas especies debido a sus condiciones y solo tiene dos tipos de insectos nativos que ahora se enfrentan a otros dos invasores (E. murphyi y Trichocera maculipennis). Luis R.Pertierra, principal autor del estudio e investigador de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, cuenta que la llegada del E.murphyi altera los ciclos nutrientes ya que se alimenta de materia orgánica. “Además, se trata de una población muy densa. Son ingenieros medioambientales que se aprovechan y cambian el ecosistema”, explica.

Este mosquito necesita unos cuatro grados para existir y viene de las islas Georgias, a unos 1.000 kilómetros de las Orcadas del Sur, que supera esta temperatura desde los años 40. “Es una cascada mundial. Las especies se desplazan y lo más curioso es que sobreviven gracias al hombre. La actividad humana les permite llegar en zonas donde puede desarrollarse cuando tendrían que extinguirse por el cambio climático. Hay que ralentizar estas transformaciones que siguen un ritmo vertiginoso”, asevera el experto español.

En paralelo a este preocupante descubrimiento, Kevin Hughes, responsable de monitorización e investigación ambiental del British Antarctic Survey (Reino Unido) y su equipo, avisan de que 13 especies, entre las cuales hay mejillones, musgo y cangrejos, pueden invadir la península antártica de más de 420.000 kilómetros cuadrados de superficie en los próximos diez años.

Las primeras líneas del estudio de los británicos que se ha publicado en Global Change Biology explican que el incremento de la actividad humana desde hace más de 200 años rompe la barrera de protección que tenía la región gracias a sus condiciones extremas y su aislamiento. Un total de 50 instituciones de investigación, la llegada de cargos y el turismo en auge traen especies invasoras y “el peligro no parará de aumentar si no se toman medidas de control y prevención”, advierte Hughes.

Prevenir y erradicar

Hace cuatro años, Pertierra y Hughes participaron en la erradicación de una planta invasora, la Poa Pratensis. Pero eliminar especies es una tarea muy complicada, según confirman los dos científicos. Las plantas se pueden sacar desde las raíces, pero alcanzar las especies marinas o las larvas que se desarrollan en el suelo es casi imposible. “Nos obligaría a introducir químicos tóxicos que dañarían todo el ecosistema. Ya que no podemos erradicar las especies que ya están aquí, hay que impedir la invasión desde el inicio”, propone el británico.

La presencia humana aumenta el riesgo de propagación, pero también es esencial para controlarla. Este bucle sin fin preocupa los investigadores que deben, a cada llegada y a cada paso, verificar que no llevan pegado a sus botas un insecto o que ninguna especie ajena a la zona se haya introducido en su equipaje. “Todos los barcos pasan unas inspecciones minuciosas y las prendas y los zapatos se lavan. Una regulación muy estricta tiene que ser respetada por todos nosotros para proteger la zona, porque si no, la Antártida perderá su preciosidad”, explica Pertierra.

La competición entre nativas e invasoras

El cambio climático aumenta la temperatura y por lo tanto ofrece a las especies oportunistas unas condiciones de vida mucho más benignas para sobrevivir. Los 13 grupos que amenazan la península son grandes competidores contra los cuales los seres vivos nativos no están acostumbrados a combatir. “No hay todavía un estudio preciso sobre la interacción entre las especies nativas y no nativas, pero en efecto, podríamos decir que están en guerra. Las que llegan consiguen adaptarse con extrema facilidad y las que están no siempre saben reaccionar”, argumenta Hughes.

Es como una conquista. Los mejillones se pegan a las rocas, creando bultos e invadiendo así el hábitat de otras especies. Los cangrejos y las langostas son nuevos depredadores y su amenaza constante perturba el ecosistema y la cadena trófica de la región. Algunas plantas invasoras, como el musgo, crecen por encima de las demás impidiendo así su crecimiento mientras que otras, como la Poa Pratensis, tienen un entramado de raíces muy denso que forma una especie de alfombra.

Los investigadores crean modelos de escenarios del futuro y no pinta nada bien. Las especies invasoras pueden llegar a todos los sitios y provocar unas alteraciones muy graves. “Todo es cuestión de la acumulación de cambios. Que llegue una sola especie, pues quizás no pase nada, pero que lleguen varias una detrás de la otra perturba todo el sistema. La llegada de uno favorece a otros. Es una bola de nieve que puede provocar la pérdida de especies para siempre”, concluye Pertierra mientras Hughes hace una curiosa comparación: «Es como si añades una vaca en un valle y empieza a comer la hierba. Todo el sistema cambia y esta actividad constituye un nuevo y gran peso para la biomasa».

Antonio Quesada, secretario técnico del Comité Polar Español que pisó la Antártida por primera vez en 1996, explica que el riesgo de invasión siempre existe y se muestra muy pesimista con las tecnologías futuras que se necesitan para erradicar estas especies amenazantes. «Hay que evitar a toda costa que lleguen porque eliminarlas es imposible. Algunas ni se ven y estamos muy retrasados cuanto al conocimiento de esta biodiversidad. Ante todo hay que prevenir, luego explorar, estudiar y finalmente vigilar», aconseja. El cambio climático ya está ahí, según afirma, y no se puede modificar. «Pero podemos evitar ser unos vectores de estas invasiones», concluye. 

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