*A cada quien su coronavirus le engorda

* Recemos y que AMLO siga dando besos

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Aquí está, llegó como visita incómoda, sin invitación y cuando su presencia era más impertinente, trastornando nuestras vidas. Hoy prospera entre nosotros, desquicia la convivencia habitual; escuelas, iglesias, espectáculos y centros recreativos cerrados hasta nuevo aviso. Ya ni al bar de la esquina puede ir uno, por que nunca falta el tosigiento que destruye la armonía parroquiana. Por que no se quedan en casa, que le tosen a su mujer. Por eso cerraron los bares en Los Ángeles, Nueva York y decenas de ciudades europeas, al rato cierran los nuestros.

Junto a la naciente guerra petrolera entre Rusia y Arabia Saudita la pandemia hizo colapsar la frágil economía mexicana, que ya se veía tocada por decisiones públicas absurdas. El dólar superó la barrera de los 23 pesos, el más caro en la historia del país, el petróleo rozó el piso de los 25 dólares, cuando se ha cotizado por encima de los ciento cinco, como en tiempos de Vicente Fox, y nuestras reservas monetarias empezaron a ser una preocupación, en vez de generar la tranquilidad para cuyo fin fueron creadas.

Así es el nuevo virus, la pandemia mortal de la segunda década, nos aterra más por su capacidad para infundir temor que por su condición patógena. Ante su avance sucumbimos sin ser portadores, la sola idea de vernos contagiados altera nuestros nervios y volvemos, como irracionales, a movernos por impulsos, con la marea de la manada, sin saber hacia donde vamos ni que hacemos. Hay que comprar papel sanitario, compremos todo; hay que acumular medicinas, las que sean y mientras más mejor. Pero eso sí, la fiesta que no se detenga, estamos de vacaciones. 

Más que el virus, tengo pavor por un Sistema de Salud precario donde escasean los medicamentos más elementales, en el que faltan camas hospitalarias y todas las de terapia intensiva están ocupadas, de pasillos saturados de pacientes esperando cama y familiares impotentes, un sistema capaz de asesinar enfermos de cáncer en hospitales públicos, cambiando sus tratamientos por veneno.

¿Cómo podemos reaccionar positivamente ante la emergencia, si el Sistema es incapaz de atender con la mínima eficiencia a sus enfermos diarios?. Estamos a la voluntad de Dios, sin posibilidad de ser atendidos sólo nos queda implorar el auxilio de la Virgen de Guadalupe, rogar a todos los santos o volver a las limpias de chamanes, el té milagroso de Tepito, el agua de tlacote, la yerba de víbora o los ungüentos de doña chole.

Hasta este punto hemos llegado, así nos tiene el más obtuso y engreído jefe de gobierno que podemos tener, el presidente que nos recomienda abrazarnos y besarnos por que “nos queremos mucho y somos más fuertes que la crisis sanitaria”; un presidente que suspendió la compra de medicamentos por que “había mucha corrupción”, ignorante de que generaría una crisis en los hospitales públicos y después responsabilizó a los corruptos liberales y conservadores del pasado.

Tiró el agua puerca con todo y niño e, insensato, ahora nos pide estar tranquilos mientras él se conduce con la irresponsabilidad del ignorante, besando a niños en sus giras, como sucedió apenas el 14 de marzo durante una visita a comunidades indígenas en Guerrero. Envía un ejemplo contrario a las más elementales recomendaciones internacionales de prevención.

Uno pensaría que no se puede ser más irresponsable pero a la vuelta de aquella gira del besuqueo infantil, el subsecretario de Salud López Gatell nos tenía reservada una frase que permanecerá en el cajón de la ignominia y el servilismo de la política mexicana: “La fuerza del presidente es una fuerza moral, no es fuerza de contagio”, dijo el cínico funcionario, en quien el presidente confía tanto como los zapotecos en su brujo étnico.

Ya está, si resolvió por decreto la pobreza que por su fuerza moral también decrete el fin de la pandemia y así evitamos la angustia colectiva que nos paraliza o que, en el colmo de la perversidad, disponga que se trata de un mal que sólo ataca a fifís, neoliberales y conservadores, de modo que el pueblo bueno y sabio está blindado por la pura voluntad de su bondadoso padre. Ya empezaron a decir que es enfermedad de ricos, ahí déjenla y, de un plumazo, liberan al 90 por ciento de la población. Asunto resuelto, habló el “Líder Amadísimo”, se los dije.

Con la seguridad que da un líder así, omnipotente e infalible, yo también me envalentono y les digo que no pasa nada, en un año estaremos riendo a carcajada suelta del maldito virus, digo, no todos, desde luego. Jajajaja, la ocurrencia no es mía, la leí en uno de los mil memes que envía a propósito de la pandemia y la recupero por que uno tiene que reírse de si mismo y del peligro en que estamos con expertos epidemiológicos más arrastrados que serpientes ratoneras, líderes que habitan en su particular realidad donde todo es maravilloso y un Sistema de Salud rebasado por enfermos comunes y, en consecuencia, incapaz de admitir a los futuros contagiados.

Pues si, que Dios nos libre, recemos por qué no haya un virus con nuestro nombre, por que de que ya llegó nadie tenga dudas y si nuestras autoridades son irresponsables e indolentes, nosotros cumplamos las recomendaciones internacionales. En lo que todos concluyen es que la higiene y evitar los contactos es la mejor prevención. Cuídese a usted mismo, así nos cuidamos entre todos.