*Como anillo al dedo, corruptos

* La contumacia como virtud

Escuché completo el informe del presidente López Obrador. Ingenuo, supuse que en medio de la contingencia sanitaria y una crisis económica sin precedentes pisándonos los talones, era momento pertinente para ofrecer un mensaje sensato a los mexicanos y líneas generales para tranquilizar a los desconfiados inversionistas. Estaba muy equivocado, escuché otra mañanera, si acaso más articulada que las habituales, leer tiene ventajas.

No soy fan de Enrique Krauze, me parece un intelectual muy al servicio del gran capital, del que sabe sacar provecho. Sin embargo reconozco la lucidez y pulcritud de su análisis entregado a Reforma, “Psicología del poder”. Observación profunda que da marco al contexto nacional en la época de López Obrador, en rápida referencia a otros pasajes nefastos de la historia nacional.

Estoy de acuerdo, López Obrador no es el único presidente que traslada sus traumas hacia el gobierno, pero si uno de los más desesperantes e iluminados que hayamos tenido. Es inconsciente de que su contumacia complica la construcción de la nueva etapa nacional con la que sueña. 

Intentando construir un legado a la vez que socava las bases de la economía nacional, es el peor enemigo de si mismo.

Con frecuencia pienso que tenerlo en circunstancias tan adversa como la presente es una especie de castigo colectivo, un proceso expiatorio por el que debemos pasar los mexicanos en represalia por los años de corrupción desbordada que permitimos en gobiernos anteriores. Por que en eso tiene mucha razón, en los últimos gobiernos la frivolidad, el dispendio y la dilapidación de los recursos públicos alcanzó niveles de obscenidad. Especialmente Peña Nieto, sexenio en el cual parecía obligatorio ser corrupto para formar parte de su gobierno. En Chihuahua tuvimos a nuestro Duarte, hay que joderse.

¿Tener a un presidente desubicado de la realidad, es el precio que debemos pagar por nuestra complicidad, activa o pasiva, en los periodos de la corrupción?. De ser así bienvenido el “Líder Amadísimo” y sus traumas, seis años de obsolescencia administrativa nos saldrían baratos. Su concepción de un gobierno setentero, pensando que mientras derrame dinero a manos llenas entre los más pobres, al tiempo que complica la generación de empleo, terminaría reducido a simple pesadilla si en los próximos cinco años no viene otro iluminado igual. Sólo faltan cuatro años y medio.

Su proyecto es una contradicción tan absurda que sólo un necio podría negarla. Nuestro problema es que, ciertamente, López Obrador, es un gobernante necio que suele definirse como “muy terco”, como si la terquedad fuese una virtud en sí misma ¿Terco para qué?.

Como Krauze, uno se pregunta si estará bien cuando formula declaraciones como la del “anillo al dedo”, en plena emergencia sanitaria cuyo resultado preliminar se aproxima a las cien familias enlutadas, cientos de miles de negocios cerrados y el recogimiento, responsable y voluntario, de millones que nos hemos puesto por encima de la autoridad.

Envalentonado contra los “conservadores, corruptos y neoliberales” que pretenden hacer colapsar a su gobierno, suelta el estribillo sin percatarse de que ofende a las víctimas y deja ver que sólo piensa en consolidar un nuevo régimen, asumiendo que la victoria electoral es suficiente para cambiar la historia del país.

La obsesión por trascender en los libros de historia como el nuevo Juárez, Hidalgo, Madero, Morelos y Cárdenas, todos en uno sólo, trastorna su mente y lo hace cometer barbaridades así. Y cuando uno piensa que puede recomponer, durante un mensaje formal como el informe de ayer, refrenda su narrativa populista inspirada en el pasado, confiado en que “muy pronto salgamos a las plazas a darnos abrazos y besos”.

Piensa, tan iluso como yo esperando un signo de sobriedad, que al terminar la cuarentena la vida de los mexicanos será como antes, como regresar el reloj al 31 de enero y volver a empezar. ¿Cómo recuperar los empleos perdidos? ¿Creando dos millones de jornales con dinero del pueblo? No hay presupuesto que aguante ¿Cómo recuperaremos las perdida por los bajos precios del petróleo? ¿Aligerando la carga fiscal de Pemex en 65 mil millones? Imposible, hace un hueco para tapar otro ¿Cómo recuperará la confianza de los inversionistas, especialmente los extranjeros? ¿Regresando con prontitud el IVA? Ningún empresario agradecerá la celeridad si tienen en mente la cancelación caprichosa de una planta cervecera con valor de 1,400 millones dólares.

En los extremos del delirio, de pronto reducirse los salarios se ha convertido en la estrategia más vendible de nuestros gobernantes. Cínico populismo, ellos saben que esas medias en nada contribuyen a la inversión pública, los montos ahorrados por ese concepto son irrelevantes con relación al tamaño del reto. Equivalente, por ejemplo, a pensar que un jefe de familia con ingresos de cien mil pesos mensuales, resolverá su crisis particular reduciendo a la mitad el domingo de veinte pesos a sus hijos.

En tiempos de oscuridad necesitamos gobernantes comprometidos, sensatos, líderes dispuestos a jugarse el prestigio con políticas públicas pertinentes y oportunas, así sean impopulares. Ni en México ni en Chihuahua los tenemos, son una calamidad en tiempos de peste; charlatanes en tiempos de pandemia.

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