Rafael Espino y la tentación del ‘deux ex machina’

Jaime García Chávez .-

Si en algo hay abundancia de análisis, enfoques y tratados es en el tema de lo que es –y debiera ser o no– la izquierda, su congruencia y el cómo que ha de ser honrada en un partido político. Hay comunes denominadores que nos dicen que la organización tiene que ver con un tema de teoría y praxis política fundamentales. En esta exuberancia se resalta que el partido político tiene como función analizar la sociedad en la que va a actuar y elaborar las grandes metas que se acumulan en la búsqueda del poder político. También la elaboración de síntesis ideológicas que expongan los conflictos y contradicciones de la sociedad para la búsqueda de una resolución final, no se diga de la autonomía de la organización, que la defiende de ser penetrada por sus propios adversarios. Igualmente se exalta que debe cubrir una función educativa y de dirección política para hacerse del poder y transformar un régimen político. 

En todo esto se reconoce una limitación: no es el partido político el que tiene el monopolio de lograr esos objetivos; se dan casos en los que varios partidos, con diferencias reconocibles, se proponen las mismas finalidades y también que al lado de los partidos existen movimientos sociales que pueden contribuir a su triunfo si el partido cumple a cabalidad su función beneficiándose de la confluencia de esos movimientos en objetivos más altos y compartibles. 

Lo escrito no se entendería sin profesar una ética partidaria comparativa colectivamente, de la que se deben desterrar las formas, contenidos y estilos de hacer política de aquellos contra los que se lucha por una transformación de fondo. Esto se entiende en el sentido de que el partido político, si es de izquierda y revolucionario o reformista avanzado, debe prefigurar en su propia vida interna aquello que busca. Manifestarse con una personalidad dividida, esquizofrénica, habla mal del partido mismo y de los actores que en búsqueda del poder no tienen límites en su actuación y hacen de su tarea una simple búsqueda circunstancial u oportunista. 

En un régimen democrático precario como el mexicano, se comprende que todos los ciudadanos titulares de derechos políticos tienen abiertas las puertas de la participación. El tema que planteo es más de contenido que de forma, más de legitimidad que de justicia. Parto de una premisa: la simple circunstancia de que a partir de 2018 se quebrantó un régimen, abrió la posibilidad para que las ambiciones se desataran y, ahora, resulta menos oneroso aspirar a un cargo público de elección que en el pasado. En otras palabras, que aún en vigilia hay carne y se puede aspirar a tomar y comer un buen trozo de la misma. 

Todo esto lo quiero enmarcar como un conjunto de premisas mayores para examinar el andamiaje que se autoconstruye Rafael Espino De la Peña para convertirse en candidato a la gubernatura de Chihuahua por el partido MORENA. 

Se trata de un hombre dedicado hasta ahora primordialmente a los negocios de buen tamaño (lo que es legal, no lo discuto), a tareas en la burocracia priísta en los tiempos de Ernesto Zedillo, a formar parte de un entramado institucional en Petróleos Mexicanos y que, al alimón, es un desarraigado de su propia tierra y se ha presentado ante los chihuahuenses con una credencial que reditúa beneficios: prácticamente exhibe una patente que le entregó el presidente de la república para venir a Chihuahua, convertirse en candidato del partido en mención y, posteriormente, ganar las elecciones con el peso que el nuevo partido se ha acarreado a partir de el proceso electoral de 2018 que sepultó al sistema de partidos vigente hasta ese momento de quiebre histórico. 

Obviamente que en todo esto se empieza a romper lo que se anuncia como “regeneración”, que aquí se pone en escena como en las viejas prácticas de siempre: la pretensión de una gubernatura proconsular y arraigarla a través de mecanismos que ya de suyo hablan de inversiones muy altas en publicidad para dar a conocer al pretendiente. Hay una conseja muy sabia: quien invierte de su bolsillo a la obtención de un cargo público, lo va a cobrar después. 

Estas prácticas, en el caso que me ocupa, han venido acompañadas por la carencia de escrúpulos políticos. Es del dominio público que Espino De la Peña aceptó y es suplente de Cruz Pérez Cuéllar, también aspirante al cargo, desentendiéndose de la oscura biografía de este hombre de la derecha política, saltimbanqui consagrado, todo en aras de ir labrándose un destino superior. Y si bien es cierto que toda actividad política para ser eficaz ha de llevar una dosis medicinal de pragmatismo, en este caso los gramos de la misma hablan de otra cosa. 

Rafael Espino es consciente de que no está en el conocimiento público de Chihuahua, que es extraño a su historia de los últimos lustros, pero como empresario sabe que existe la publicidad y que se puede comprar en mérito de tener el dinero suficiente para hacerlo. Así, contrató una casa dedicada al marketing, que le presta sus servicios a todo el que tenga recursos para pagarlo, y a partir de ahí ha ido proclamando una narrativa que tiene que ver con propalar un “estado grande”, frase que seguramente tomaron en préstamo a Patricio Martínez García; que aquí tenemos predilección por la carne asada, los jamoncillos de Parral y el cielo de Chihuahua al que el mismísimo José Alfredo Jiménez le cantó. 

De la voz de Espino hemos escuchado su admiración familiar por un Práxedes Giner Durán, aquel que quería darle, hasta el hartazgo, tierra a los agraristas y a los guerrilleros. Para mí, el señor tiene sus derechos a salvo. Sinceramente ignoro si tenga credencial de elector en algún distrito de Chihuahua, pero puede soñar y aspirar con el cargo, incluso puede presentarse para producir el desenlace de una tragedia como un deus ex machina; para mi ese no es el problema esencial, que lo encuentro en otro lado. 

El problema es del perfil partidario de MORENA, de la renovación de la vida pública a partir de no mentir y hacer de la verdad un valor supremo de la política, de profesar una ética genuina hacia la izquierda y demostrarlo con hechos. Cuando así no sea estaremos hablando de cualquier otra cosa, menos del partido político que describimos al inicio de este texto y, por lo tanto, dando curso a que todo se siga haciendo de la misma manera a como lo hacía el partido de Estado en el pasado. 

Probablemente a Espino nunca le concedió Zedillo la prerrogativa de venir por Chihuahua, como gobernador procónsul, y es inadmisible que ahora quiera hacer de una supuesta credencial entregada por el presidente para que acuda a hacerse cargo, porque aquí en Chihuahua hay siervos y no ciudadanos. 

Y como Espino era un desconocido que tenía que hacerse del conocimiento público, pudo haber incendiado un templo, como lo hizo Heróstrato en la legendaria Grecia para enfocar el ojo público en él. Pero qué necesidad si ahí están los vendedores de marketing que se compran con dinero. 

En Chihuahua está a prueba la congruencia entre ideales y realidades, entre la palabra empeñada y los hechos. Ya veremos, como en una de las novelas de Leonardo Sciascia: la Verdad, así con mayúscula, medirá sus fuerzas frente a los intereses de los poderosos.

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