Javier Corral, ya más naranja que azul

Jaime García Chávez.-

En Chihuahua era un secreto a voces: Corral migrará al partido naranja, al Movimiento Ciudadano de Dante Delgado. Durante la contienda electoral en la que el PAN y los restos del PRD obtuvieron la gubernatura del estado, se fueron manifestando los pasos hacia el futuro partido del gobernador que dejará de serlo entrando el mes de septiembre.

Detrás de esa decisión, que puede llegar más temprano que tarde, a mi juicio, están cerca de treinta años de militancia en el partido fundado por Manuel Gómez Morín. En ese ciclo, que pudiéramos fechar en su inicio a partir de 1983, Javier Corral fue diputado local en la primera legislatura de mayoría panista, que acompañó al entonces gobernador Francisco Barrio. Luego se convirtió en presidente del comité estatal del PAN, registrando una derrota instantánea. Después fue, en dos ocasiones, diputado federal y senador en el 2000, cargo que repitió en 2012. Y de ahí se catapultó a la gubernatura de Chihuahua.

Estamos hablando prácticamente de tres décadas de protagonismo político, en gran medida apalancado en las relaciones intramuros de su partido y por la vía pavimentada de la representación proporcional. 

En ese tiempo el PAN se solazaba en cuestionar a los políticos priístas que se eternizaban en los puestos públicos, cuando brincaban de uno a otro de manera interminable. Pero ese discurso fue quedando atrás porque así convenía a un partido que, al empoderarse, tuvo que establecer nuevos cauces para las ambiciones desbordadas.

Javier Corral incursionó en el periodismo de opinión e hizo de la retórica su herramienta fundamental. De ahí que su estadía en los congresos se explique por su madera de tribuno, no siempre acogiéndose a las buenas reglas de esta disciplina, sobre todo aquella que dicta el talante benevolente que tantos servicios presta a la tarea de la persuasión. Esta que es su definición lo pinta como un personaje de rencores, polémico, agresivo y dado a la reyerta facilona. 

Cuando fue gobernador se le reconocieron esas características, que siempre fueron en proporción inversa a su escasa capacidad de gobernante vinculado a la conducción de una administración pública, con todas las complejidades contemporáneas que ello implica. En las cámaras peleó y es natural, pero combatió también a los suyos, porque no es de afectos duraderos. Al igual que en la prensa, fue gran amigo de directores locales, pero pronto terminó en riña con ellos. Al momento de asumir la gubernatura era columnista de El Universal, de la familia Ealy Ortíz, y de los diarios de Osvaldo Rodríguez Borunda, de donde salió con pugnacidad acrecentada. 

A su tiempo entró también en riña con Fox, luego con Calderón y con Ricardo Anaya, con el que tuvo al final un acuerdo de conveniencia para hacerse con la candidatura local a gobernador, en el entendido de que lo respetaría en su búsqueda de la Presidencia de la república. De ese Anaya al que le disputó la presidencia nacional del PAN y al que acusó de habérsele hinchado las manos de tanto aplaudir al peñanietismo.

En su momento Corral le quemó incienso al Pacto por México, nada más para dejar una constancia discreta. Retóricamente dijo estar en contra de la misma. 

Con oportunismo se sumó a la lucha anticorrupción contra César Duarte. Perteneció a Unión Ciudadana hasta el justo momento en el que sabía que era un reto pertenecer a la misma y luchar eficazmente contra la corrupción política, cuando no es andamiaje para la conquista del poder político.

Durante la etapa de decidirse la candidatura a la gubernatura de Chihuahua, quemó las naves con Gustavo Madero para oponerse con todo a María Eugenia Campos. En todo el ciclo costó una impericia superlativa para hacer política, y hoy es el gran derrotado por su propio partido. Si el rencor no lo deja dormir, menos le puede permitir seguir militando en el partido que lo vio nacer a la política y lo alimentó de manera soberbia. 

Por eso se va al partido naranja. Que se cuide.

HTML Snippets Powered By : XYZScripts.com