*El chipilín es un gusto adquirido

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Si partimos de la noción que un gobierno eficaz es aquel cuyas acciones están pensadas y ejecutadas a favor de ciudadanos, en generar condiciones de movilidad social, tendríamos que aceptar necesariamente que el de López Obrador ha sido

 pésimo; fracasó en todos los parámetros medibles sobre calidad de vida. Si nuestra noción de buen gobierno es, en cambio, uno que concentre poder en detrimento de instituciones, defina sus políticas en razón de posicionamientos ideológicos y sobreponga su autoridad moral al Estado de Derecho, entonces la conclusión incuestionable es que ha sido brutalmente exitoso; hace valer su voluntad a la menor sugerencia matutina, imponiéndola a capricho sobre leyes o instituciones autónomas.

¿Atenidos a los hechos, qué tipo de gobierno ha sido el de López Obrador?. La pregunta es pertinente en éste momento más que en otros, nos acercamos al tercer tercio de su administración con amenazas de sufrir severos castigos arancelarios impuestos por nuestros principales socios comerciales, transitamos sobre una sucesión presidencial anticipada y estamos en vísperas de una elección que podría marcar el rumbo del país –Estado de México-, proceso en el cual estará concentrada la clase política nacional, incluido al presidente.

A partir de la controversia por el supuesto incumplimiento con el T-MEC, la agenda gubernamental quedó definida por los gobiernos de Washington y Ottawa y la política nacional por el calendario electoral. Sujeto en estas camisas de fuerza, los márgenes del presidente son muy estrechos, no tendrá tiempo más que para insistir en los tiempos de sus megaobras, ya inauguró dos inconclusas, supervisar la derrama económica de los programas federales y desacreditar en las mañaneras a quienes cuestionan su gobierno. Es decir, en el tiempo que le resta sólo podrá moverse en la inercia que lleva su administración y lidiar con la reacción de los socios. Ahora, si tiene la mala suerte de que otras crisis estallen, imagine. Caminamos a cierre traumático.

En cuanto a indicadores para evaluar la primera noción, propongo los de pobreza, salud, educación, seguridad,  inflación, corrupción. Sin detenerme en detalles, están ampliamente documentados, paso a los datos objetivos. Pobreza: Coneval/Inegi establecen que los tres niveles que miden; pobreza extrema, pobreza y pobreza moderada, crecieron durante el presente gobierno. Salud: Al desaparecer el Seguro Popular 15.6 millones de mexicanos perdieron el acceso a la Salud, Coneval/Inegi. Seguridad: Tenemos el dato oficial de los 121 mil muertos, muchos más que en los sexenios anteriores. Educación: la matrícula en educación media y media superior cayó 7.5, México Evalúa. Inflación: superó el ocho por ciento el pasado trimestre y en la canasta básica llegó al 32 por ciento, la más alta desde los primeros años de Zedillo. Corrupción: Transparencia Internacional situó a México en 31 puntos de cien posibles y Mexicanos contra la Corrupción dice que 67 por ciento de los mexicanos creen que aumentó la corrupción y el 54 por ciento que López Obrador es corrupto.

Sobre las categorías anteriores hay muchos datos, todos los imparciales son adversos al gobierno actual. Entiendo que la pandemia explica en mucho la deserción escolar y los conflictos mundiales la inflación, pero la percepción sobre corrupción, la violencia creciente, salud en colapso y el crecimiento de la pobreza tienen explicación estrictamente doméstica. Se produjeron por políticas dictadas por López Obrador.

En cuanto a la segunda noción de gobierno, los parámetros son menos medibles pero igualmente objetivos: concentración del presupuesto, desmantelamiento de instituciones, autoritarismo, desprecio a las leyes. Tan sólo en el primer semestre del 2021, el 80 por ciento de los contratos del gobierno, un monto de 74 mil 640 millones de pesos, se adjudicaron sin licitación. El 91 porciento de los contratos de Salud se adjudica de manera directa y tratándose de la pandemia el 94. La tendencia sigue hasta lo que va de la administración en absoluta opacidad. Para sus programas asistencialistas, dispone de un fondo multimillonario –no existen datos confiables del monto- que maneja discrecionalmente desde sus oficinas en Palacio Nacional. Es pública la polémica sobre ideologización de los libros de texto, en cuyo centro está Max Arriaga, director general de contenidos de la SEP. Violando la ley hizo de la Revocación una campaña de Ratificación, “para que AMLO siga”, con decretos presidenciales desactivó los amparos el Tren Maya, la devastación de las instituciones es tarea permanente y un largo etcétera.

En sus momentos de angustia por ver que pierde la Opinión Pública, nos ha dejado excesos verbales que nos permiten asomarnos a su pensamiento. Uno es la declaración contra la clase media y otro su definición de austeridad individual: “Hay un sector de la clase media que siempre ha sido muy individualista, que le da la espalda al prójimo, aspiracionista, que lo que quiere es ser como los de arriba y encaramarse lo más que pueda”. “No consumir de más. Si ya se tiene un par de zapatos ¿Para qué más? Si ya se tiene la ropa indispensable, con eso. Si se puede tener un vehículo modesto para el traslado ¿Porqué el lujo?”. Porqué se ocuparía de la movilidad social, si su ideal de mexicano es el conformismo, quedarse donde están, no tener aspiraciones de mejorar su calidad de vida. Otro exceso revelador nos lo entregó cuando reprendió a los abogados, exigiéndoles que “no me vengan con el cuento de que la ley es la ley”. Es decir, no me vengan con estupideces, la ley soy yo.

Esos destellos de sinceridad nos aproximan el pensamiento más íntimo de López Obrador. Él mismo ha definido su noción de gobierno y, como dije antes, ha sido brutalmente exitoso: concentró el poder, debilitó las instituciones, dispone del presupuesto sin restricción, impone su “calidad moral” sobre las leyes y sueña, confesión propia, con una sociedad sin aspiraciones.

Corresponde a los mexicanos decir si también deseamos la promesa de una vida en la miseria, sujetos por el puño de un gobierno irrebatible construido sobre la idea de que lo necesitamos para conocer nuestras necesidades, o la esperanza -subrayo esperanza- de movilidad social sustentada en los valores de libertad y democracia. Nos ató a una polarización social donde, como siempre quiso, ningún mexicano con sentido de responsabilidad puede mantenerse ajeno. La gran definición será el 2024 en las urnas, pero la disputa mediática está en las ideas, vayamos tomando posición. Por mi parte les digo que ya tengo la mía, en Palenque supe que el chipilín es un gusto adquirido.