*Cohabitación criminal inducida

*Vileza de Lozoya e Ibarra

*Pronta recuperación a Maru

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Miguel Ángel Félix Gallardo es considerado, hasta hoy, el único “jefe total” del crimen organizado que ha existido en el país, las crónicas periodísticas de su tiempo lo llamaban “capo de capos”. En 1989, una tarde de abril llegó hasta su casa rentada en Jardines del Bosque, Guadalajara, un comando de la Policía Judicial y lo detuvo sin disparar un solo tiro. Lo que llaman operativo limpio.

La primer versión oficial del Gobierno Federal sobre la violencia terrorista en Jalisco y Guanajuato fue que la detonó un presunto criminal apodado el RR, por que el Ejército “descubrió” una reunión a la que asistía. Sobre Juárez dijeron que una riña entre pandillas se trasladó a las calles. La alcaldesa de Tijuana insinuó que la violencia en aquella ciudad era por que les debían facturas a los criminales.

En las cuatro entidades las jornadas vividas fueron de terror, nos quedan las imágenes de tiendas y vehículos incendiados, de muertos tirados donde cayeron, los heridos suplicantes y, sobre todo, la psicosis colectiva de la comunidad al ver que sus lugares habituales donde hacen vida comunitaria, súbitamente son convertidos en zona de guerra. El temor social paraliza.

En el lapso de seis presidentes –Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Peña y López Obrador- pasamos de la rendición incondicional del poderoso Félix Gallardo, al incendio simultaneo de grandes ciudades por que las fuerzas de seguridad incomodan en sus reuniones a lideres regionales del crimen o permiten una batalla campal entre presos de diferentes bandas. También pasamos de la venta y trasiego de enervantes, al robo masivo de combustibles y el secuestro de amplias franjas del territorio estatal ¿Cómo llegamos a tales excesos?.

En las últimas décadas, pongamos cuatro, la historia del crimen es la historia del país: corrupción, complicidad, negligencia, simulación, cortoplacismo, ignorancia, sometimiento abyecto al Imperio. Salinas entregó a Félix Gallardo intentando limpiar su nombre ante los Estados Unidos, manchado por el fraude del 88; Zedillo y Fox decidieron voltear hacia otro lado, fingiendo que no pasaba nada; Calderón les declaró la Guerra a recomendación de la DEA, con el fin de volver al mando único que la misma DEA había desecho en venganza de Camarena; Peña administró la crisis con el anodino criterio “dejar hacer dejar pasar”.

Cierto, el país ya estaba podrido cuando llegó López Obrador al poder. Pero ningún presidente había rendido el Ejército ni abandonado sus deberes constitucionales ante las fuerzas criminales. Ninguno había tratados a los jefes del crimen como una institución a la que deba darle gracias por “que se portaron bien en las elecciones”, ni se había declarado su protector “por que también son seres humanos”, ni había confraternizado en público con matronas famosas, ni mostrado respeto teniendo cuidado en decir señor Guzmán, en lugar de chapo, ni había ordenado personalmente liberar a capos.

Un amigo que conoce bien el Triangulo Dorado, me dijo una vez que con los jefes del narcotráfico nunca se debe cometer el error de darles o recibir dinero. Si les das no tienen llene, siempre querrán más; si recibes te tomarán por su mandadero. El presidente López Obrador no les dio dinero, les dio algo más: poder. Los empoderó conscientemente, frente al reclamo generalizado de la Iniciativa Privada, la Iglesia Católica, los intelectuales… frente a la sociedad en general.

Porqué los empoderó ¿Son sus amigos? ¿Lleva mochada en los negocios? ¿Es una sincera convicción humanista? ¿En realidad piensa que acusándolos con sus mamás se portarán bien? ¿Está atado de manos por la DEA? La respuesta general a las preguntas anteriores, es que no. Los empoderó por la misma razón que polariza, que inhibe la inversión privada, que confronta al Imperio, que destruye las instituciones, que atenta contra el INE, que militariza al país. Empodera al crimen por que en la violencia anidan miseria, ignorancia, esclavitud, temor social, todas condiciones para instaurar un régimen autocrático con el cual ha soñado y al que llama Cuarta Transformación.

Vimos la utilidad electoral del crimen en los estados del Pacífico y, recientemente, en Tamaulipas, son un aliado confiable para los candidatos de Morena. Pero la complicidad electoral es el mal menor, cualquier gobernante mexicano se serviría de ellos si lo ayudan a mantenerse en el poder. Lo verdaderamente trágico para los mexicanos es que López Obrador, consciente de la tragedia social, induce y certifica deliberadamente una cohabitación infame entre crimen y gobierno. Toda su narrativa, sintetizada en el chocante “abrazos y no balazos”, es una oda al crimen de la cual se ufana como si el resultado fuese la pacificación del país: de ahí no me moverá nadie, dice con orgullo.

Esta es una de las grandes tragedias, que la corrupción, complicidades, negligencias del pasado reciente cayeron como anillo al dedo a un presidente iluminado y soberbio sin otro deseo que pasar a la historia junto a los héroes nacionales, motivado en la contumacia de que para conseguirlo necesita destruir al país. Pero como dijo mi amigo, si les das no tienen llene. El presidente empezó a comprender esa máxima, él mismo se mostró sorprendido de la violenta capacidad de reacción, siguen empoderándolos y terminarán mandando sobre él mismo.

Rompeolas

La vileza de Epigmenio Ibarra no reconoce límites. Declarar que el narco y la derecha del país actúan en complicidad para destruir a López Obrador, es de un cinismo absoluto. Miseria de ser humano el tal Epigmenio. López Obrador los alienta, protege, defiende, rinde el Ejército ante ellos y ahora son cómplices de “la derecha”. Si el presidente tuviese a los sicarios del mal por conservadores y neoliberales, ahora mismo los combatiría ferozmente. Pero no, los tiene por aliados y amigos, por extensión socios y compañeros de lucha del propio Ibarra.

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En Chihuahua tenemos también a nuestro vil oportunista; Alfredo Lozoya. Mientras en Juárez lloraban a sus muertos y la sociedad entraba en shock, a Lozoya le pareció muy prudente declarar que “no dejará sólo a ningún juarense” y después se tomó la foto en el lugar de los caídos, ofendiendo su memoria. Es de tal vileza la conducta con que actúa, que cuestiona su calidad humana. Su sentido del oportunismo los hace cometer tamañas estupideces. ¿Quién se ha creído? ¿Campeón de la liga justiciera?. Que se concentre en Parral, donde el crimen gobierna sus calles.

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Pronta recuperación a la gobernadora Campos, Chihuahua necesita de todas sus capacidades para gobernar en éstos momentos de crisis recurrentes. Saludos y que la convalecencia le sea ligera.