SOBERBIA, EL PECADO ORIGINAL

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Por: Luis Froylán Castañeda.- Entre las muchas y severas críticas que hizo el senador Javier Corral al gobernador César Duarte, la más brillante y acertada –a mi ver- fue cuando dijo que confundió la constancia de mayoría con la factura del estado a su nombre. Con ello explicaba que lo tomó por suyo.

Cierto, como cacique inculto y aspirante a dictador Duarte asoció su nombre al de Chihuahua, una versión burda del “Estado soy yo”, proclamada por el Rey Sol. Puesto en ese papel, cualquier crítica a su gobierno era por motivos políticos o personales, de los insensatos que apostaban al fracaso de Chihuahua. Por tanto no valía la pena ser atendida.

Supongo que César soñaba con ser el emperador de Chihuahua, el “Julio Cesar” del norte, en su nombre llevaba el destino “el César”, como el monumento que sus aduladores mandaron colocar frente al Palacio de Alvarado, muy cerca de donde vivió en casa rentada.

En su mente estaba revestido de túnica morada y coronado de laurel, fantaseando que su reinado sería de obras magníficas, enormes como el frustrado caballo de Villa en Parral, el mega mural histórico que terminó en pequeño friso con Villa tocado con sombrero charro, como si fuese Zapata, perdido en la plaza del Ángel. Esas y otras fantasías iban y venían en su pequeña mente de dictadorsuelo tropical.

Las consecuencias de sus desvaríos hoy las conocemos todos; saqueó el estado a conciencia sin abonar un ápice a su desarrollo, permitiendo que una camarilla de ladrones hicieran lo mismo en las secretarias y organismos que tomaron por su coto de esquilma.

Duarte soñaba a ser Julio César y terminó como pequeño Nerón ¿Con quién sueña Javier Corral? Quizás asocie su nombre a Gandhi, promotor de la resistencia civil que derribó al Imperio Británico, o Mandela, ícono de la mayor lucha contra la segregación racial.

Imposible meterse en los sueños del señor gobernador, en una lógica simple cualquier ciudadano con sentido común supondría que, en lugar de sueños tendría pesadillas. Imaginando un grotesco y desafiante número ochenta con cabeza de medusa y rostro de Al Capone en su recámara, sin poder despertar mientras escucha una siniestra carcajada del César destronado.

Sin embargo yo más bien creo que sus noches son de sueños armoniosos, como la publicidad en revistas de credos llamados cristianos cuando describen el paraíso: verde pradera con árboles frutales espaciados a uno y otro lado del arroyo manso y cristalino donde conviven jugando niños, animales y las flores son manjares a la vista, sin molestos insectos ni alimañas ponzoñosas.

Sería un prado parecido a un campo de golf, con lagos artificiales y cascadas salpicadas de gansos en pareja protegiendo a sus polluelos y pescadores dominicales conscientes, que regresan la trucha al agua, cerciorándose que no vaya lastimada.

En ese lugar maravilloso no pasa el tiempo, está blindado contra horrores y maleficios perversos. Es inalterable y perpetuo, el paraíso celestial, el lugar de los juncos salvíficos que describían los egipcios al dejar el lago de los muertos.

Un mundo mágico colmado de buenos deseos y encantadoras costumbres, sin manzanas envenenadas ni evas tentadoras, donde prosperen los valores de honestidad, transparencia, democracia, alejados del mal y las perversiones. Conjurado todo intento de maldad con la inscripción “Vade retro Satanás”.

En ese lugar predominan las buenas costumbres, en las que los ciudadanos se protegen, cobijan y alimentan unos a otros. El comunismo primitivo de los antiguos discípulos de Jesús, la Utopía de Moro, la ciudad dorada de los españoles donde ataban a los perros con tiras de longaniza.

No pretendo ironizar ni hacer bulla a costillas del señor gobernador, es demasiado grave lo que sucede en Chihuahua para descripciones hilarantes. Con sinceridad pienso que Javier vive o sueña en ese mundo perfecto e inalterado donde los malos están fuera.

Y cuando las  sanguijuelas penetran su entorno, como en las Siete Moradas de Santa Teresa que alteran la paz de los oradores, intentando disuadirlo de su obra benéfica, en su caso demonios chocarreros revestidos de periodistas corruptos y vendidos que lo envidian y por eso las críticas, cierra sus ojos y profundiza la oración.

Intento, sin éxito, otra explicación a su conducta en los presentes momentos de crisis, pero no puedo sino aceptar, con temor, que el gran capitán de la nave llamada Chihuahua ve un cielo azul y despejado donde sus tripulantes miran con pavor nubes de tormenta, más aún vientos que azotan la nave sin que el capitán afiance con firmeza el timón.

No se entera de la tormenta en que vive Chihuahua, asombra su autismo. Cada quién piense lo que le venga en gana, sea por interés, afinidad política, mala leche o ganas de mortificar. Pero dos declaraciones y tres hechos apoyan mi reflexión, a ellos apelo.

Todos los seguidores de Javier Corral estarán de acuerdo en que las criticas a su gobierno son atribuibles única y exclusivamente a periodistas vendidos que se cuajaron con millones de César Duarte y hoy están muy molestos por no recibir dinero de su gobierno. Son unas ratas que deben ser eliminadas, así, en general como él lo maneja.

De la misma manera en que Duarte desacreditaba a sus detractores, diciendo que lo señalaban por motivos políticos, Javier Corral los desautoriza llamándolos corruptos. En el fondo es lo mismo, la intolerancia a versiones diferentes que le resultan incómodas. Sólo él tiene la razón, nadie más.

No cabe en su cabeza de idealista puro que haya una crítica sincera, con propósitos de influir positivamente en el curso de su gobierno, con dolor por Chihuahua. Cero, todos son unos vendidos que actúan para sacar tajada. Perdónanos la vida, no te merecemos.

El anterior es un hecho, comprobable y vigente. El otro más específico, particular y atribuible al momento de crisis: Pasaron más de sesenta horas, desde que jugaba Golf en Mazatlán –así evitamos las disputas del campo- y la balacera en Rubio, antes de que emitiese una declaración al respecto.

Todo ese tiempo mantuvo silencio y cuando decidió hablar lo hizo forzado por los medios, en el Congreso del Estado, a donde acudió para una ceremonia de mojigatería política. No convocó a rueda de prensa, ni mandó un pronunciamiento, ni siquiera un twitt. Nada, calló como si la matanza fuese en Kuala Lumpur, Addis Abeba o Belice.

Antes del tercer hecho las dos declaraciones, van íntimamente ligadas a los sucesos desastrosos. En el Congreso, después de las sesenta horas, dijo que “Los enfrentamientos del pasado fin de semana –la matanza de El Cabo- ha sido entre grupos de la Línea, por lo tanto no son agravio a la sociedad”.

¡No le parecen agravio social! Se matan entre ellos, todo está bien. Evidentemente no sabe que en Cuauhtémoc y la región las gasolineras cierran de noche, no hay vida nocturna, que la gente vive amenazada y con temor. Su sentencia es definitiva: no hay agravio a la sociedad..

Ponga usted que fue un lapsus, a cualquiera le pasa. Sin embargo no ha repuesto, al contrario y aquí va la otra declaración, cuando el reportero de El Universal le preguntó por su estancia en Mazatlán y el avión prestado, no entendía el motivo del interés periodístico “¿Cuál es el problema?”, reviró desconcertado.

Piensa que todo está bien por pagar sus gastos. Si en Chihuahua se matan unos a otros en batallas sin fin, es cosa de cada quién, yo estoy en mi día de descanso y que nadie me moleste. Ese mensaje manda ¡Es un gobernador con horario de burócrata y semana inglesa! Pero no se da cuenta “¿Cuál problema?. Desde luego que ninguno, usted siga concentrado en el golf.

El tercer hecho: decretar tres días de luto estatal por la muerte de Miroslava ¿Y la muerte Jesús Adrián Rodríguez   y la muerte del vicerrector y las quinientas muertas que van en su sexenio? ¿Vale más la muerte de su amiga periodista que otras? No alcanzan los días de toda su administración para tanto luto.

La soberbia, es su pecado original, una rayita menos le vendría bien. Son tiempos difíciles para gobernar, si, pero más cuando pretenden hacerlo desde su Castillo de la Pureza y en semana inglesa. Que weba.