El pueblo huele sangre

Lo siente, no puede verle pero intuye que ya viene, algo en su interior le dice que ahí está o pronto llegará. Es una sensación extraña que, sin reparar en ello, la gente comparte entre amigos y parientes, como anunciación de un acontecimiento incierto pero anhelado durante largo tiempo.

Cuando cónsules o emperadores necesitaban congraciarse con el pueblo, por que su gobierno iba mal o buscaban popularidad, los antiguos romanos olían sangre, algo les decía que pronto llegarían los juegos y con ellos violentas batallas entre gladiadores, frotándose las manos a la espera del acontecimiento.

Pero nada disfrutaban más que la caída de un emperador, entonces el sentimiento de la turba era delirante. Durante años escuchaban historias de atrocidades, abusos, asesinatos, dispendio, depravación de dictadores corruptos asumiéndose divinos, que al verlos reducidos a simples mortales en desgracia desahogaban en ellos frustraciones y desdichas.

Poco cambió desde entonces hasta hoy en el sentir popular, es un sensación muy del pueblo que produce estados de ánimo exaltados. Acostumbrados a que los gobernantes encumbrados abusen de su poder y se salgan con la suya, cuando uno de los empoderados cae en la desgracia, la gente quiere verlo humillado, saber que “pagó las que debía”.

Es lo que sucede hoy con César Duarte. Al recibir información de que siguen cayendo cómplices, saber que su nombre es citado para mal en los periódicos más influyentes del país y las redes sociales lo atosigan, entender que la selectiva justicia mexicana mueve sus pesadas instituciones contra él, su instinto popular los advierte que la caída está cerca.

Entonces la misma sociedad retroalimenta los rumores, en tertulias y cotillos recicla las versiones más osadas hasta darles categoría de verdad y hacerlas crecer más allá de lo creíble. El morbo domina las conversaciones en comentarios generalizados de ya supiste, dijeron esto y aquello; yo creo que sí por que también escuché que a mi comadre le contaron… Es el deseo colectivo de justicia.

Como muchos chihuahuenses yo también estoy harto y condeno los excesos de Duarte y su pandilla. Su historia de latrocinio y abusos está siendo investigada judicialmente de las cuales el gobierno de Corral enderezó acusaciones específicas, con saldo parcial de diez detenidos y decenas de carpetas abiertas.

En los medios también la reseña es incompleta, ha sido documentada en trozos de suerte que faltan muchos espacios en blanco por llenar. Hoy entrego otro granito de arena en abono a la transparencia y la libertad de expresión.

Cuando Joven César Duarte vivía en modesta casa rentada, un barrio viejo próximo a la plaza Juárez de Parral, donada por los liberales masones para el busto del Benemérito, a unos metros del Museo de Villa.

La casa sigue en pié, es una sencilla y precaria construcción de adobe con fachada enmezclada cubierta de lo que llamaban marmolina color morado deslavado por el sol, parecida a otras viviendas de la singular privada.

Hacia la calle de la plaza, por la misma privada, durante aquellos años señoreba un caserón robusto contorneado en cantera, típica casona de los viejos ricos después venidos a menos. Supongo que Duarte, siendo muy joven, admiraba con envidia la imponente construcción cuando pasaba frente a ella, lamentando que su familia viviese en precaria finca de adobe.

Frente al vecindario donde vivió, una barda de adobe en ruinas sirve de perímetro para otra construcción, la Finca Arras, considerada histórica por ser anterior al siglo XIX y en consecuencia custodiada legalmente por el INAH.

Siendo gobernador Duarte quería dar lustre al barrio donde había vivido y lo primero que hizo fue comprar el caserón admirado, que remodeló en acuerdo a la pompa y dignidad de un gobernador lustroso. Una vez reconstruida a su gusto, relataría a sus amigos y conocidos que esa era la casa donde vivió con sus padres.

Para dar el toque personal al viejo barrio donde jugó a las canicas, ordenó destruir la Finca Arras con el fin de levantar una descomunal escultura ecuestre, con Francisco Villa sobre su caballo favorito, que sería la más grande del mundo en su género, autoría de Lourdes Trevizo.

Pero se trataba de una construcción histórica ¿Qué hacer para remover? Cansado de  escuchar largas a la demolición, en una noche de copas con Miguel Jurado y otros funcionarios del Ayuntamiento local, ordenó tirarla.

Imagine usted el diálogo al calor del alcohol: Basta de pretextos, tírenla ya.

Te aseguro, César, que mañana no verás en pie esa casa, habría ofrecido Jurado. El presidente cumplió su palabra, aquella misma noche personal de Obras Púbicas municipales movilizó maquinaria pesada y antes de cantar los gallos la casona incomoda quedó reducida a escombros.

En la misma propiedad, a cubierta de la barda de adobe en tapias, hasta la fecha permanecen dispersas las piezas de la enorme escultura de Villa, como recordatorio de un gobernante con sueños megalómanos que intentó reconstruir su pasado, sin respeto a la historia ni a la familia.

El de la casona reconstruida, la histórica finca derribada, la humilde morada de renta donde vivió y el monumental caballo, es sólo un ejemplo de los muchos que describen una mente trastornada por la ambición y el impulso de asumirse superior, así tuviese que trastocar la historia familiar construyendo fantasías que luego dio por ciertas.

Lo mismo sucedió con “El Saucito”. La propiedad era de su abuelo, quién la heredó a sus tres hijos: Nacho, Chano –papá de Duarte- y Atilana, conocida por el diminutivo “Atilanita”. Ella compró su parte a los dos hermanos y entregó la propiedad a uno de sus hijos, al que Duarte compró a su vez, siendo gobernador electo o durante la campaña. En plenitud de su poder gusta de presumirlo, diciendo que antes de llegar a Palacio “ya tenía rancho de gobernador”.

Con el mismo desvarío intentó trasladar el mausoleo de Villa, del parque de la Revolución a la plaza del Ángel y mandar construir un balcón digno de su grandeza para ser aplaudido por el pueblo durante el grito de Independencia. Ahí sigue el balcón y el capitel en la cara oeste de Palacio. De haber podido gira la construcción o manda hacer una puerta monumental, la idea era cambiar el norte de la fachada para recibir a sus anchas aplausos y loas.

La suya es una conducta sin respeto a la historia ni a la familia, esfuerzos por asemejarse a lo que nunca fue o añoranzas imaginarias de grandeza, creyéndose con certeza “ganadero de cuarta generación y el lotero más grande de Juárez y El Paso”.

Con todo, sin contrariar el sentido común colectivo que huele sangre, tengo mis dudas sobre su próxima detención. En éste país todo se mueve en acomodo a los intereses electorales del partido gobernante, en consecuencia veo que a esas decisiones queda ligada la suerte del exgobernador en fuga.

No obstante hay razones objetivas para suponerlo detenido pronto. Desde que la Fiscalía Especializada para la atención de Delitos Electorales (FEPADE) lo citó por desviar, presuntamente, diez mil millones del erario público a campañas del PRI, es patente que perdió la protección del Gobierno Federal.

Para los observadores más agudos otra señal de que está sólo, es la facilidad con que citan su nombre la mayoría de los medios nacionales y algunos de los columnistas más influyentes, de los que abrevan en Los Pinos, dan por “inminente” que la PGR gire orden de aprehensión en su contra.

Esta columna fue escrita antes de la comparecencia del viernes pasado, a la que también estaban citados Karina Velázquez y otros funcionarios de la pasada administración.

En buena medida esa diligencia ministerial catalizó el morbo ciudadano, pues esperan que al incumplir con el citatorio, el Juez de Distrito, Eduardo Javier Sáenz, ordene a la PGR detenerlo.

Volvemos a la mismo, si el presidente Peña Nieto encuentra estratégica su detención ahora, quemando de esa manera banderas a la oposición con miras a la elección federal del 2018, Duarte ingresaría al estatus de perseguido por la Justicia Federal y correría la misma suerte que su tocayo de Veracruz y Roberto Borges, de Quintana Roo. Sus días estarían contados, el pueblo recibiría su circo.

Si en cambio Peña resuelve que la detención de los dos primeros más la de Guillermo Padrés, exgobernador panista de Sonora, es suficiente para mitigar el apetito justiciero de los mexicanos, el caso de César entraría en un impaz, a la espera del resultado electoral del 2018. En ese caso habría baraja nueva y cualquier cosa podría pasar. Las prioridades cambian.

Por eso la política da weba, todo queda sujeto al interés del Tlatoani en turno, hasta la justicia. Pero mientras Peña resuelve que hacer, la gente sigue disfrutando con ese regustillo morboso de cuándo lo traerán. Usted por qué apuesta ¿Lo detienen pronto, llega a los buñuelos o patean su caso hasta pasadas las elecciones? Que Hank Rhon haga su quiniela en Caliente, yo me voy a seguir el consejo de Ismael Rodríguez y Mario Mata ante la falta de agua.

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