No, Peña no es pendejo, su problema es que parece

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Los priistas saben que el presidente morirá con su convicción, es la debilidad de quienes ejercen el poder; irremediablemente pierden el sentido común, mutilan el genio político que los hizo alcanzar tan altos niveles de poder.

Durante lo peor de la crisis de los 43 y la casa blanca, una de las frases más demoledoras contra el presidente Peña Nieto la entregó el rotativo londinense “The Economist”, en un editorial cuya sola cabeza estrujó Los Pinos: “El problema de Peña es que no entiende que no entiende”.

Mil reproducciones tuvo la sentencia del influyente medio, todo columnista, analista o comentarista serio del país la retomó en alguna o varias de sus entregas, describía mejor que nadie lo que sucedía en torno a la casa presidencial; asesores, consejeros, secretarios y el mismo presidente lucía confundidos, desconcertados.

Desde entonces la prensa ha sido tan despiadada con el presidente, que muchos mexicanos compraron la versión de que es pendejo. Es calificativo que no comparto, alguien que fue gobernador del estado más politizado del país, asiento de una cofradía que ha dado varios presidentes de la república, que además llegó incuestionable a la Presidencia, con apenas una tímida oposición del priista más respetado del momento, Manlio Fabio Beltrones, no puede ser pendejo.

No señores, de ninguna manera compro esa baratija. Su problema, sin embargo, es que parece y en cada oportunidad lo refrenda, sin querer alimenta el grosero calificativo que nació desde su precampaña, con el tema de los tres libros.

La más reciente exhibición de que desconoce la realidad política del país y el descrédito de su gobierno, la dejó en su visita al PRI. El 26 de noviembre estuvo en la sede nacional, ahí pronunció un hueco discurso contra los corruptos de su partido e intentó desautorizar a los pesimistas que los ven derrotados: “No se dejen contagiar por los derrotistas, ni quienes viven con dudas, esos mismos que en el pasado ya se han equivocado”. Sabe que las versiones anticipan la derrota del PRI, pero no hace sino llamados al viento para evitarlo

No obstante en su fuero interno siente la fragilidad de su liderazgo, por eso intenta convencerse a sí mismo de que hace lo correcto para enmendar: “Si, vamos por el triunfo. Afuera habrá quienes cuestionen mi optimismo… pero conozco a mi partido y he visto como se crece ante la adversidad”. Es el modo en que pretende animar a sus compañeros de partido, derrotados, humillados en las elecciones de junio cinco.

Los priistas no están para discursos alentadores, quieren ver un liderazgo activo, dinámico, concentrado en la realidad política del país, no en la realidad que le hacen ver al presidente, la de una pandilla ocupada en denostar su administración, negada por intereses electorales a reconocer sus grandes logros reformistas.

Lo que observan sus propios compañeros de partido es a un presidente que habla de corrupción sin atreverse a combatirla. Lo más que intenta es pretender engañar a la gente estableciendo equilibrios de castigo: un gobernador del PAN por otro del PRI, se hizo la justicia. Mientras, solapa a Rodrigo Medina, César Duarte, José Luis Borge y otros de la peor calaña que abusaron del poder en altos grados de corrupción. Por eso su discurso es hueco, condena la corrupción sin combatirla con la fuerza del Estado.

Se engaña diciendo que el PRI se crece ante la adversidad. Nunca en la historia ese partido ha ganado una elección adversa, sus triunfos están soportados en una estructura basada en compromisos de nómina o complicidades en el ejercicio del poder, herramientas insuficientes cuando la sociedad decide salir a votar.

Sobran ejemplos de esa inoperancia electoral burocrática, Chihuahua acaba de dar uno muy ilustrativo. Enrique Serrano tuvo menos de 400 mil votos, por casi setecientos mil de la oposición y el independiente, perdieron casi dos a uno. En la entidad no hay un electorado ejemplar, lo mismo se reprodujo en los otros estados perdidos y antes en Nuevo León. Ese comportamiento ss constante, no excepción.

Hoy el PRI está en una condición electoral más precaria que cuando perdió por vez primera la Presidencia de la República, en el 2000. Entonces el priismo se amalgamó contra su candidato, Roberto Madrazo, recuerden el original Tucom, hoy su devastación es regional y con un liderazgo confundido y omiso, cuya aceptación popular está por debajo del dos por ciento.

Se entiende el discurso de aliento y el no se preocupen que venceremos, es lo menos que puede hacer, intentar mantener el buen ánimo de sus tropas y generales. Sin embargo su exhortativa se pierde en las decisiones burocráticas que adopta o mejor dicho en la inacción partidista.

Peña no se percató del daño que hizo a su partido con la imposición de Enrique Ochoa, un burócrata sin experiencia ni antecedes de partido. Cayó tan mal que hasta intentos de rebelión hubo, algo inaudito en la historia de institucionalidad y sumisión de ese partido.

Siete meses han pasado desde la elección de junio y el CEN de Enrique Ochoa no ha removido a ninguna de las presidencias estatales derrotados. No se da cuenta que el tiempo pasa sin esperarlos y que los priistas, al verse la inacción, buscan otras alternativas.

Imposible pedirle que se percate que su presidencia es un lastre, aunque la vea como activo, una prueba es que todos los miembros del gabinete protestaron como Consejeros Nacionales, el suyo no es el partido de todos los priistas, es el partido de Peña. Sería fácil decir que siempre ha sido así, la historia enseña que es el partido de su presidente en turno, por eso carece de ideología, adopta la de cada presidente.

Hay razón en que cada presidente hace lo que le viene en gana con el partido, sólo que ahora la situación electoral es francamente desesperada, el PRI camina de frente y sin pausa hacia el barranco. Un priista bien formado, de mucha trayectoria la interpreta peor: “En el barranco ya estamos, ahora cada vez cavamos más profundo”, me confesó en privado. Severa la autocrítica.

Los priistas saben que el presidente morirá con su convicción, es la debilidad de quienes ejercer el poder; irremediablemente pierden el sentido común. La genialidad política que los hizo alcanzar tan altos niveles de poder, suelen perderla en el último año de su gobierno, el estrés y desgaste es fatal.

Con Peña ese desgaste que lo inutiliza es prematuro, lo que suele observarse en los presidentes al último año de su mandato, principalmente que le pierden el temor, se observa en Peña desde hace por lo menos un año. La clase política, los mismos integrantes de su partido, lo ven como un presidente de caricatura.

Esa debilidad la describe a la perfección una revista del corazón, “Vanity Fair”, que usa a la primera dama, Angélica Rivera, para golpear al propio presidente. Nunca nadie se había atrevido a tanto dos años antes de que entregue el cargo. Esa información la recogió uno de los columnistas más influyentes del país. Si alguno de los lectores está interesado, busque el número de diciembre de la revista, aunque le resultará difícil encontrarla, aparentemente ha tenido dificultades para circular.

Así que pedirle abrir el partido más allá de su entorno próximo, es decir la nómina, es imposible y pensar en que elija a un candidato fuera de su gabinete impensable, sin duda Peña perderá con los suyos. En eso está peor que César Duarte, el exgobernador suponía que ganaría la elección con remiendos políticos, como lo había hecho en elecciones anteriores; en cambio Peña Nieto ve las derrotas y les resta importancia.

Viene la elección del Estado de México, su estado, si el PRI pierde esa elección es improbable levantarse para el 2018. La elección es sumamente complicada, anticipando una alianza PAN-PRD. Dicen que Joel Ayala comentó, a ese propósito, que una derrota en el Estado de México los pondría fuera del estado, no sólo fuera de la cancha.

Tiene razón, suponiendo que ciertamente el cacique sindical hizo la observación, perdidos en el Estado de México sus posibilidades de refrendar la presidencia de la república en el 2018 son equivalentes a cero.

Por eso la frase del Economist londinense  es genial, ciertamente Peña no entiende que no entiende… lo peor para él y para su partido, es que ya no entendió, el tiempo los consume; su confusión los inhabilita.