EL TUFO QUE IMPREGNÓ AL 2016

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A nuestro pequeño mundo de caos y frustraciones; vendettas y odios recíprocos entre nuestros gobernantes, el acoso de políticas insensibles sostenidas en la prioridad de indicadores macroeconómicos que olvidan al ser humano en sus necesidades básicas; alimento, vestido, vivienda, educación, nos llegó de Reyes Magos el aumento al precio de las gasolinas.

De pesadilla para muchos chihuahuenses el 2016, gracias a Dios ayer terminó. Atrás dejamos un año impregnado de pastoso y maloliente tufo alimentado en abuso de poder, frivolidad, ignorancia y corrupción de un gobernador en la cima de su alocado mandato, punto donde los políticos de mente estrecha se sienten omnipotentes, se ven a sí mismos trascender en la historia ordenando desde la trastienda a los nuevos electos o sueñan con ser Presidentes de la República, sin percatarse de la fragilidad en sus pies de barro.

Ese tufo penetrante y denso colapsó el sistema de transporte público, condenando a miles de trabajadores al uso obligado de las más indignas unidades, además caras, e insuficientes sin rutas ni horarios establecidos. El transporte de Chihuahua no era el mejor del país, pero el gobierno anterior lo dejó a niveles de las más empobrecidas y sobrepobladas capitales del tercer mundo.

Nunca entendí por qué lo llevaron al punto del colapso, hasta el comentario aislado de un amigo que conoció, desde adentro, el origen y la evolución de la crisis: “es que Duarte y Zapata querían quedarse con el negocio”. Me impactó su versión, pero conociendo antecedentes de los actores y la historia del complot consentido, no encuentro otra explicación lógica para tal desastre. El problema persiste y el gobierno del PAN no voltea ni a verlo.

En un ejercicio que irónicamente llamaron oxigenador, el mismo tufo invadió al Tribunal Superior de Justicia. Lo asaltaron y se apoderaron de su estructura de mando con la misma convicción e irresponsabilidad de quién toma por suyo un botín electoral o de guerra y después manosearon al Pleno quitando y poniendo presidentes como si fuesen dependientes de botica.

Al llegar Corral hizo lo mismo, quitó a un presidente incómodo para poner otro a su gusto y satisfacción. No estoy de acuerdo con que los gobernadores traten al Poder Judicial como si fuese la “Secretaría de Justicia”, sin embargo en este caso particular intento justificarlo, pues con Gabriel Sepúlveda presidiendo, toda acción de justicia al pueblo de Chihuahua, por los atracos de la pandilla anterior, estaría negada.

Lo deseable es que dejen en paz a la institución y permitan al proceso legal definir si permanecen o se van los magistrados duartistas. Sería un sano gesto de respeto.

La nube enrarecida también alcanzó a la Universidad Autónoma de Chihuahua. Con el último impulso pretendió imponer rector y aunque no logró su cometido, hoy dos facultades permanecen sin director por el desaseo de una elección tirante que intranquilizó a la comunidad universitaria.

Duarte nunca lo sospechó, pero mientras más pisoteaba las instituciones, se burlaba o sometía a sus adversarios y alentaba o permitía el enriquecimientos de sus próximos, más alejaba a los candidatos de su partido del voto popular. Y lo hizo sin detenerse hasta llevarlos a la más estruendosa derrota en la historia del PRI.

La reacción ciudadana es obvia, sólo quienes estaban enceguecidos por el poder no la veían, en toda acción del pasado gobierno asomaron las constantes de corrupción, frivolidad, abuso de poder e ignorancia. Desde los magnos atropellos anunciados arriba, hasta los caballos que tomaban agua purificada, el pequeño ejército custodiando a Duarte, las fiestas con Juan Gabriel, aviones, helicópteros, ranchos, presas…

Ahí están los hechos, falta que Javier Corral y su cuerpo de asesores tengan la capacidad de convertirlos en pruebas legales para formalizar el proceso de justicia.

En esas estarán nuestros nuevos gobernantes el año que hoy inicia, ocupados y distraídos en detener a César Duarte, mientras buscan pretextos que justifiquen su inacción de gobierno. Así empezaron, no es pronóstico.

Justicia sí; gobierno también, en la segunda parte están confundidos, sin saber que hacer. De permanecer así dilapidarán su bono democrático antes de darse cuenta, los chihuahuenses no son mayoritariamente panistas, sólo quieren ver a Duarte en prisión, sin embargo jamás aceptarían una entidad paralizada. Ojalá una luz los ilumine, entiendan la responsabilidad de gobernar y sepan como hacerlo.

A nuestro pequeño mundo de caos y frustraciones; vendettas y odios recíprocos entre nuestros gobernantes, el acoso de políticas insensibles sostenidas en la prioridad de indicadores macroeconómicos que olvidan al ser humano en sus necesidades básicas; alimento, vestido, vivienda, educación, nos llegó de Reyes Magos el aumento al precio de las gasolinas acompañado del mayor atraco que pueda sufrir la economía familiar, lo que llaman el impuesto más caro del mundo: la inflación y sus nefastos derivados.

El peso tardó décadas en estabilizar su poder adquisitivo, con el aumento inflacionario predecible por las gasolinas y el dólar hasta las nubes, tanto esfuerzo y sacrificio para regresar a su espiral degenerativa.

Predecir las consecuencias de esa impopular medida es un absurdo, los más avezados analistas económicos pasan la mitad de su tiempo explicando por qué fallaron sus pronósticos y la otra mitad haciendo nuevos.

Prefiero discutir sobre la historia que jugar al pitoniso, pero resulta incómodo aceptar con resignación el aumento a la gasolina -de entre el quince y el veinte por ciento- mientras la industria petrolera nacional sigue sin modernizarse, limitada en buena medida por un sindicato de sátrapas protegidos por los gobiernos en turno y ejecutivos improvisados cada tres o seis años.

Al aumento, por sí mismo indolente, le seguirá la campaña negra contra el gobierno de Peña Nieto, organizada desde la izquierda radical que patrocina López Obrador. Ramón Reyes, un fallecido alcalde de la ciudad, tenía un dicho tan cínico como sincero: “para qué inventarme, si con lo que me conocen es suficiente para hacerme garras”.

Sobre el ancho río de las redes corren versiones de que gravarán la plusvalía de los bienes inmuebles, que también aumentarán gas, energía eléctrica, agua y que habrá desabasto de alimentos. Hay quienes esbozan condiciones para la insurgencia violenta, evocando tiempos pasados que no les tocó vivir, todo con la pérfida intención de contribuir a la inestabilidad.

No me sumo al coro de fatalistas cuyo fin principal es desestabilizar al gobierno para facilitar el arribo de la izquierda, los considero oportunistas sin el menor amor por México ni responsabilidad con los más necesitados. Pero reconozco que nunca había observado condiciones tan adversas al inicio de un año, siendo que los mexicanos tenemos una frase universal para describir el doloroso transe anual de los primeros meses: “la cuesta de enero”.

En buena medida esas condiciones adversas son causa de políticas desacertadas desprovistas de sentido social, que contribuyen a la inseguridad ciudadana y ponen al país en dinámica de rebeldía; prototipos de un sistema neoliberal francamente agotado que no sólo inhibe la movilidad social, sino que alienta la separación entre los que menos tienen y los millonarios que dominan la economía, reduciendo cada vez más a la clase media que amortigua la brusquedad de los cambios sociales.

Encima el 2017 lo recibimos con el arribo de Donald Trump al gobierno más poderoso del mundo, nuestro vecino incómodo de abiertas expresiones hostiles al interés de los mexicanos, asumirá el poder el 20 de enero.

¿Qué resultados prácticos dejará el gobierno de Trump? No sabemos, imposible predecirlos, pero el sólo hecho de la incertidumbre que genera su mandato es suficiente para intranquilizar a sus vecinos y al resto del mundo. Se trata del Imperio, sus acciones en todo repercuten.

Véalo usted, en Chihuahua un gobierno local concentrado en su objetivo de “cárcel al vulgar ladrón”, pero titubeante al momento de ejercer el cargo, paralizado por el tamaño del reto que tiene frente a sí; a escala nacional un presidente con los estándares de aceptación más bajos de la historia, sin credibilidad ni respeto ciudadano, sometido al torbellino de los cambios mundiales, con márgenes de acción cada vez más estrechos; y un poderoso presidente de los Estados Unidos que reniega de nuestra vecindad y cuyos alcances o acciones son insospechadas.

No, el 2017 no pinta bien. Con todo hago un esfuerzo de optimismo e intento imaginar un año positivo, lleno de esperanzas y buenos motivos. Prefiero pensar en que Dios nos regala un año más de vida, que tenemos salud, armonía familiar y capacidad para enfrentar los desafíos que nos imponga la realidad que nos tocó vivir.

Así que les deseo, amigos y amables lectores, un feliz y prospero año nuevo, con que Dios nos de salud, lo demás es nuestra responsabilidad. Buen 2017, las vacaciones terminaron. ¡Que Weba, lléguele al recalentado!