*El constructor del tejido social

*Eterno luchado de la conciliación

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Y cuida que no tiren ningún álamo, Arturo, le decía el gobernador Fernando Baeza a su Joven secretario particular, cada vez que pasaban por la alameda de Meoqui, donde maquinaria pesada se abría paso para construir la carretera de cuatro carriles entre Chihuahua y Delicias. Era el primer tramo de la autopista Juárez-Jiménez, que Baeza había prometido durante su campaña y para demostrar que iba en serio, lo primero que hizo luego de protestar el cargo fue dar el banderazo de salida al equipo pesado que construiría la carretera. En los seis años de su gobierno la maquinaría no paró hasta conectar las dos ciudades al extremo de la entidad, haciendo un antes y un después en la movilidad terrestre interestatal.

Antes de terminar su gobierno, construidos los cuatro carriles, Carlos Salinas de Gortari la inauguró sobre los puentes del Río Florido, en Jiménez. En esa gira que coronaba su gobierno, Baeza recibió un íntimo e inesperado reconocimiento: “Te felicito, Fernando, hiciste una gran obra a pesar de mi”. Quien pronunciaba las lacónicos y confidenciales palabras, reconociendo esfuerzo y tesón del gobernador, era Pedro Aspe, poderoso secretario de Hacienda a quien Baeza le había sacado a tirones el dinero para la construcción. Hizo más obras, pero la que trascendió en el tiempo fue la autopista, ganándose el mote de “gobernador carretero”. Sentía un impulso casi frenético por construir, construir, construir.

Sin embargo no fue la obra pública lo que más lo movía, en su mente estaba primero “la reconstrucción del “tejido social”, tema que repetía en cada oportunidad de las muchas a su alcance, con dos frases que se hicieron famosas durante su sexenio; el “yo le digo a Magaly”, como hablando en una especie de confesión pública sobre sus mejores deseos para los chihuahuenses, y el “no nos auto flagelemos”, llamando a la sociedad a una reconciliación necesaria, tras la feroz confrontación política en la mítica elección del “Verano Caliente”. Fue tan apasionada aquella elección que fracturó a la sociedad hasta la unidad familiar, confrontando a padres e hijos, hermanos contra hermanos, esposos y esposas. Es hasta hoy la elección más compleja y competida en la historia de Chihuahua.

Cargando la sospecha del fraude, sobre todo cuando Manuel Bernardo Aguirre atizó la crispación política y social con lo del “Fraude patriótico”, Baeza tomó la decisión de legitimarse en los hechos. Su instinto lo empujaba a buscar con vehemencia la conciliación social. Pudo lograrla: se granjeó a la izquierda con Antonio Becerra como diputado, se reconcilió con los emergentes “santones del PAN” y concedió garantías electorales al partido, abrió su gobierno a la Iglesia hasta conseguir, junto con monseñor Fernández Arteaga, la visita de Juan Pablo II –se la ganaron a Sonora-, reactivó la economía estatal, lastimada como la de todo el país por los dislates de López Portillo y los ajustes de cinturón que nos administró Miguel de la Madrid.

Más que la obra pública, que fue abundante, su mayor orgullo es haber reencausado la unidad de los chihuahuenses, reconstruido el “tejido social”. No era el gobernador carretero, era el gobernador de la conciliación y la unidad. Le gustaba que lo vieran así, poco antes de terminar su administración, como reportero de Novedades acudí a un recorrido de obra en la avenida Juárez. En un momento que caminábamos solos, me sorprendió con una pregunta: ¿“Cuál le parece que haya sido mi mejor obra”?. Intuí que no esperaba la respuesta obvia, “la autopista”, pero no supe que responder y sin pensar dije “el acueducto, señor gobernador”. No era la respuesta esperada.

Con la claridad de los hechos vistos en retrospectiva, treinta años después respondo con absoluta certeza: su mejor obra, licenciado Baeza Meléndez, fue la obra política. Reconstruyó el tejido social evitando que los chihuahuenses siguieran auto flagelándose. Felicidades por el reconocimiento que le entregó el Ayuntamiento de Delicias, la medalla al “Mérito Ciudadano”. Se que de primera se negó a recibirlo, renuente a arrogarse méritos de un equipo y se que después aceptó pensando en abonar a la unidad, esa unidad social por la que nunca ha dejado de luchar. Usted, licenciado, no se arroga ningún mérito, tiene méritos bien ganados en la diaria batalla vida.