*Expediente Corral: ecolalia, soberbia y narcicismo

Nada es peor, para la convivencia civilizada, que una mente perturbada con ínfulas de superioridad queriendo monopolizar la conversación. Altera la sana relación entre amigos, familias, socios, grupos y cuando tienes voz pública, entre la sociedad. Son los vulgarmente iluminados, idos de la realidad, que habitan en una dimensión diferente a la de personas comunes, seguros de tener siempre la razón y de que los otros están equivocados.

No se puede con ellos. Si estás en la cantina y no te callas diciendo que juegas mejor que Messi cuando tus amigos te han visto en el campo, acabas deshaciendo el grupo; si están lavando en la vecindad y presumes de viajes a París siendo que no has salido del pueblo, las comadres te dejan lavando sola; si eres parte de un club universitario y te ufanas de altos grados académicos, convencido de que Santo Domingo es la mejor universidad del mundo, terminas marginado. En todo los casos tu estás bien, ellos mal.

La perturbación no es contar que juegas mejor que Messi, has viajado a París o posees tres maestrías y dos doctorados, sin que los hechos respalden tus afirmaciones. Está en asumir como cierto lo que dices, pues en tu mente no engañas a nadie ni te engañas a ti mismo, simplemente describes la realidad que vives, tú realidad. Mitomanía, es como la psicología llama esos casos patológicos, son aquellas personas que de tanto mentir terminan creyendo sus mentiras.

Quienes conocen a Javier Corral están seguros de que sufre mitomanía extrema, tanto ha mentido durante toda su vida que terminó sustraído de la realidad, dicen. Yo pienso que va más allá, el suyo es un caso de estudio clínico por que su mente aloja también trastornos de la personalidad como narcicismo, frente al espejo e impostando la voz nadie es mejor, y ecolalia, solo escucha su voz y cuando habla piensa que está en el Monte Olimpo y su eco es la respuesta de los dioses.

Además de creerse sus mentiras, acomoda los hechos a una realidad alterna en la cual vive ajeno al mundo que lo rodea y su mundo es para él, “la realidad real”, lo tangible, comprobable, objetivo. Como el Rey Desnudo, pasea por las calles pensando que lleva sus mejores galas y así seguirá hasta que, como al Rey, lo descubra la inocencia de un infante ¿Quién será el inocente que denuncie la desnudez de Corral?.

Su disfunción mental lo hace víctima de agudos rencores e incontenidos apetitos de venganza, que su mente procesa como actos de justicia y dignidad. Es una riqueza para los investigadores de la mente humana, en él confluyen mitomanía, narcicismo y ecolalia, entreverados con agudos vicios de la voluntad: soberbia, pereza, envidia y egoísmo. Se asume mejor que todos, los conceptos de trabajo y deber no existen, sufre con el éxito ajeno y tiene un amor desmedido por si mismo.

Está convencido de que su plumaje es de los que cruzan el pantano sin mancharse. Que puede atropellar, insultar, pisotear las leyes, perseguir inocentes, abandonarse a la pereza y aplaudirían alabando sus “virtudes”. Piensa que puede llamar a una gran movilización social y la gente saldrá de sus casas a defenderlos de los malvados que lo persiguen por ser un honesto, austero, ejecutivo eficiente. Y sí, está convencido de ser moralmente superior; discute y la sabiduría se manifiesta a través de él, amonesta y su juicio es infalible e inapelable, habla y las palabras que salen de su boca son verdad absoluta.

Su realidad no sólo es alterna, está en contradicción con los hechos observables por el común de los ciudadanos: siendo un persecutor, en su realidad es un perseguido; habiendo destrozado al gobierno, en su realidad ha sido el mejor gobernador; pisoteado las leyes inescrupulosamente, en su realidad es justiciero. En eso cree por que aceptarse como el persecutor que fue intentando heredar el gobierno, el que hizo de la justicia un acto personal de venganza, el que se abandonó al golf en vez de cumplir con sus deberes, quedaría exhibido en su miseria humana. Reconocería que va desnudo y eso jamás, prefiere la comodidad de su propia realidad.

Con frecuencia escucho que sobran elementos para presentarlo ante la Justicia. No se, de ser el caso y es lo que uno supondría de un gobernador que manipuló discrecionalmente leyes y recursos públicos en delirantes persecuciones políticas y con ese afán dejó tiradas sus obligaciones, la Fiscalía General del Estado tiene la obligación de actuar y hacerlo con celeridad. Su omisión sería complicidad.

El hecho de estar disociado de la realidad no lo hace inimputable, es un ser tan mezquino que antepone su “dignidad” a los intereses generales de la sociedad. Chihuahua ya pagó su cuota de populismo con once años de gobiernos infames y desastrosos. Duarte y Corral deben salir de la agenda pública y situarse en el basurero de la historia, donde la sociedad los ha colocado.

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