*El oscuro país de López Obrador

*Sin INE no hay democracia… ni país

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Llegó al gobierno prometiendo que bajaría el precio de las gasolinas a la mitad, acabaría con la corrupción y la violencia, encarcelaría a los ex presidentes y pondría al centro de sus políticas públicas a los más necesitados del país; “por el bien de todos, primero los pobres”.

Después de dieciocho años de frivolidades, incompetencia, abusos y corrupción cínica, treinta millones de mexicanos tomaron las promesas del carismático candidato como esperanza de un nuevo México y lo votaron entusiasmados. Al verse defraudados por dos presidentes del PAN que ofrecieron más de lo mismo y uno del PRI que se batió en la más espantosa corrupción, los mexicanos necesitaban creer en alguien y ahí estaba él, siempre desafiante, siempre convencido de ser el elegido.

En lo que va de su gobierno, ya entrado el último tercio, los hechos objetivos describen a un Presidente cuya contumacia de gobernar atado al pasado distante compromete el desarrollo económico, un hombre cargando rencores mal curados, al eterno perdedor que cuando por fin triunfa lo mueven incontenidos apetitos de venganza, ahora van las mías. Uno era el candidato, otro el Presidente.

Pero sobre todo describen al déspota que se ve y se siente moralmente superior, convencido de que su voluntarismo es suficiente para gobernar al país; a nadie escucha, de nadie se sirve, todo lo sabe y en su poderosa voluntad todo lo puede. El México de López Obrador es el país de un solo hombre y uno ciertamente precario, tan ignorante como obstinado en tener por únicas e inalteradas sus verdades absolutas, sus ideas dogmáticas.

A los hechos me atengo: llegó y se mantienen con un discurso redencionista, sin embargo el número de pobres creció en millones durante los primeros años de su gobierno; postula una narrativa pacifista, abrazos y no balazos, y el número de muertes violentas supera por mucho a los sexenios anteriores; prometió regresar a los militares a sus cuarteles y cambió de parecer llegando al extremo de militarizar el país; repitiendo el mantra de que “no somos iguales”, hoy los parámetros de corrupción ocupan peores niveles que durante “los gobiernos neoliberales” y el Estado de Derecho ha mermado.

No estoy hablando de la concentración de poder y dinero, de la obstinación de las mega obras, de la opacidad cínica, de la falta de medicinas, de la ausencia de mantenimiento en infraestructura pública, del retroceso en política energética, de ideologización educativa, del fiasco que fue el AIFA, de sus condescendencia con los barones del mal.

No, me refiero a los principios que mueven sus acciones de gobierno, pues aunque asegura que son tres: “no robar, no mentir y no traicionar al pueblo”, otro estribillo infame, él y los suyos saben que miente como habla, que traiciona a sus más cercanos y que solapa la corrupción, permitiendo que muchos, incluida su familia, roben al erario público ¿De que viven sus hijos? ¿De qué vivió él y mantuvo su campaña de dieciocho años?.

Esos hechos ahí están para quienes decidan verlos. Sobra quienes los nieguen, maticen o se consuelen diciendo que los corruptos gobiernos del PRIAN robaban más. Cada quien es libre de interpretarlo a su manera o conveniencia. Sin embargo ahí están, son el rostro grotesco de un gobierno que llegó prometiendo un cambo profundo y si, lo consiguió en retrospectiva, el cambio de la 4T es en reversa, vamos hacia atrás.

Todo lo anterior, sin embargo, es soportable, digamos que un precio a pagar por los excesos de gobiernos frívolos y corruptos como los de Fox, Calderón y Peña. Precio aceptable si reparamos en que México no será destruido en el curso de un sexenio. Nos atrasamos, si, pero hemos salido de otras crisis como la petrolera de López Portillo, cuando nos preparamos para administrar la abundancia, o los errores de diciembre y el robo infame del Fobaproa, cuando Zedillo ponderó a los millonarios sobre el resto de los mexicanos.

Pongamos que las crisis económicas y política son, desgraciadamente, inherentes a nuestros gobiernos, tampoco es que nos asusten. De lo que si tardaríamos años en levantarnos, sería de la vuelta al régimen de partido hegemónico, hacia donde nos quiere llevar la obsesión de López Obrador, irracionalmente propuesta a colocar su nombre en a historia.

Para conseguir la trascendencia no está empeñado en desarrollar al país, generar movilidad social, mejorar los estándares de salud, educación, crear infraestructura que contribuya al crecimiento económico, insertar al país en las oportunidades del mundo globalizado. Por obvio y primario, su propósito da miedo; quiere pasar a la historia secuestrando a los organismos que garantizan nuestra democracia, sepultándola bajo un INE subordinado a sus intereses y un partido nutrido por vastos recursos púbicos y operado por brigadas infinitas de jóvenes a los que llaman siervos de la nación.

Cea el INE y el país cae junto con él. Teniendo a un presidente que, vuelvo a los hechos que dan testimonio de su vida política, es profundamente antidemocrático, incapaz de reconocer una derrota, que reniega de quienes le van “con que la ley es la ley”. Triunfa su despropósito y desaparece la política electoral como la conocemos desde el INE ciudadanizado.

Podríamos tener elecciones donde la oposición gane tres a uno y el INE cooptado resolvería un triunfo indiscutido de los candidatos oficiales, teniendo al Ejército como garante del “resultado”. En ese peligro estamos ahora mismo, nos asomamos al abismo y algunos caminan cantando, convencidos de ir al paraíso.

No obstante la indiferencia de una sociedad distraída, hay esperanza. Me da gusto que la Iglesia Católica se haya pronunciado enérgicamente contra la destrucción de los órganos electorales, saber que liderazgos políticos y sociales se organizan, que intelectuales y periodistas ofrezcan una resistencia tesonera contra los impulsos destructivos.

Lo mejor de éste país está en la campaña de “Contra el INE No”, esa valiente oposición da confianza a pesar de políticos presumiblemente opositores sometidos al chantaje presidencial, donde los ejemplos más viles son Alejandro Moreno y Rubén Moreina. Si López Obrador consolida el atentado, ellos pasaran a la historia como los grandes traidores del país.

Sabemos inequívocamente que el régimen despótico ha decidido enfrentar su último reto con la mayor convicción destructiva; o es el INE subordinado a sus deseo o no es. La batalla por la democracia y por recuperar el país es ahora, no el 2024, sin el INE no hay democracia… ni país.