La fractura de las expectativas

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He insistido recurrentemente sobre el grave riesgo que significa para un servidor público generar expectativas muy altas en la sociedad respecto a sus proyectos, planes, intenciones y propósitos políticos o en el futuro desempeño de su cargo, lo que sucede ordinariamente durante los procesos de campaña electoral.

Y no es necesariamente porque los compromisos hechos cuando se busca el sufragio popular no se puedan cumplir o requiera mucho tiempo para hacerlos realidad pues, al final de cuentas, está históricamente comprobado que la memoria política de los ciudadanos es muy corta o los reclamos a los políticos no sirven de mucho.

La tesis de Vilfredo Pareto considera que la fractura de las expectativas, es decir, a la condición mental que se manifiesta en los ciudadanos en lo individual y en lo colectivo cuando algo que se daba por hecho, un compromiso, una promesa de campaña o cualquier propósito de cambio positivo que se esperaba no se cumple, sólo deja dos caminos conductuales posibles: la abstracción social o la revuelta social.

Antes de seguir, debo precisar que dicha condición mental no se define como una frustración, sino es más parecida a una desilusión, aunque su definición no sea exactamente como tal; por eso Pareto la denominó “fractura de expectativas”.

Estos fenómenos sociales han sucedido en la historia de diversos países, primordialmente de América Latina, cuyas poblaciones y gobiernos han incluso caído en dañinas guerrillas y conflictos bélicos internos: Nicaragua, Chile, Ecuador, Venezuela, Bolivia y otros más.

La abstracción se manifiesta como un enorme abstencionismo de la población en asuntos de tipo electoral, cívicos e incluso económicos y sociales. A los ciudadanos parece no importarles lo que haga o deje de hacer su Gobierno y, ojo, ante la ausencia de liderazgos formales aumentan considerablemente la confusión, el hartazgo y crítica destructiva. Podemos sumarle ahora las expresiones de repudio a través de las redes sociales y los medios alternativos de comunicación.

Seguida de la abstracción, es inminente la aparición de la violencia que se puede a su vez derivar hacia dos rutas: el incremento considerable del delito, la inseguridad pública, la violencia y la corrupción. Incapaces los ciudadanos de soportar la fractura de sus expectativas, comienzan a considerar que la vía ilegal es el único camino disponible para satisfacer sus anhelos y llegan a considerar que “vale más unos cuantos meses de riqueza mal habida que toda una vida de miseria y podredumbre bien ganada”.

La otra ruta es la insurrección comandada por el neocaudillismo; movimientos sociales de inconformidad que brotan por todas partes y que son encabezados por líderes que brotan de la nada, voluntarios intempestivos que enarbolan la inconformidad social y encabezan movimientos insurgentes para combatir el abuso de los que gobiernan o tienen más dinero y poder. Personajes que alejados de las instituciones (partidos políticos, organización social formal, etc.) asumen el fracaso de los demás para movilizarlos en manifestaciones de protesta que casi siempre terminan con violencia. (Seguiré con este tema en la siguiente colaboración).