Percepción, la clave

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Hace algunos días tuve la oportunidad de exponer un curso de comunicación política ante servidores públicos del Gobierno estatal que se encuentran radicados en Hidalgo del Parral, donde abordé la trascendental importancia que tienen las estrategias mercadológicas para mantener una positiva percepción social respecto al desempeño de sus funciones en el cargo.

Advertí, antes de empezar con la exposición, que el curso no trataría de convertir a los servidores públicos en periodistas, ni comunicólogos sociales, expertos en entrevistas o productores y diseñadores de publicidad política, pues esa era tarea que los responsables de sus respectivas áreas de comunicación social deberían de manejar con precisión y saberse al dedillo.

El curso fue orientado en concientizar a los servidores públicos sobre el valor de conseguir que la sociedad los perciba bien, que los ciudadanos aquilaten positivamente sus actos y que conozcan estrategias adecuadas para administrar, regular y controlar los indicadores de percepción social durante el desempeño del cargo público.

La exposición parte de la premisa que todo ser humano basa sus decisiones e interpreta su mundo con base en la percepción que tiene de las personas, de las cosas o las circunstancias. Los humanos somos esclavos, para bien o para mal, de nuestra percepción y de ella dependen esencialmente los resultados obtenidos.

De nada servirá gobernar eficientemente si la ciudadanía no lo percibe así. Tampoco vamos a lograr mucho si los servidores públicos se comportan con verticalidad, son honestos y transparentes si la sociedad que los eligió no los valora así. Cada ciudadano ve a los políticos de una forma particular y su percepción la adquiere en virtud de una serie de factores que no necesariamente van intrínsecos con el personaje que evalúan.

No debemos soslayar que la percepción es subjetiva, cada uno ve “lo que quiere ver” y todo depende de nuestra historia, nuestro entorno y nuestros principios y valores. No siempre lo que percibe la sociedad es bueno o cierto y no siempre el mejor es el que obtiene el mayor apoyo popular (sea candidato o servidor público), sino que todo depende de cómo lo perciben los demás.

Por eso, los servidores públicos, antes de intentar comunicar algo, deben analizar y valorar el estado de humor de la colectividad, el rango de credibilidad que tiene, la capacidad que su objetivo tiene para entender los mensajes, pero sobre todo, la disponibilidad y oportunidad de las circunstancias para hacerlo. La parodia para demostrarlo es muy simplona pero muy precisa, cuando dice que “de nada le servirá a un político enviar flores de San Valentín, en las vísperas de Navidad”.

Tampoco debemos olvidar que la percepción es selectiva y temporal. Esto significa que estamos obligados a considerar el objetivo final (target) de nuestro esfuerzo comunicacional y el momento en que le habremos de dirigir nuestra comunicación. La percepción puede lograr que la voluntad consciente de las personas cambie repentinamente y que todos los esfuerzos mercadológicos transformen los resultados deseados.

Por ello, en el curso derive hacia la importancia que tiene, primero, regular y controlar esa subjetividad, selectividad y temporalidad mediante mecanismo de colocación de marca e imagen permanente. Esto se logra reafirmando el posicionamiento positivo que ya se tiene mediante impactos continuos de publicidad y vinculando al servidor de forma afectiva con los gobernados, pues es más fácil conquistar a una persona que se le estrecha la mano, que a la que se ve sólo por radio y televisión. Lo que definitivamente no podemos olvidar es que los seres humanos somos inminentemente emocionales y nuestras decisiones irreductiblemente se basarán en nuestra particular distinción entre el bien y el mal.