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Cerrando el sexenio, millones de mexicanos libres quedaron con la boca abierta por las “barbaridades” que hizo el todavía presidente. La sorpresa explica que somos un pueblo de memoria corta o que decidimos ignorar una realidad incómoda; López Obrador es un producto de la decadencia política, consecuencia lógica de años, décadas de saqueo indiscriminado, desapego a la ley, ineficiencia administrativa, impunidad compartida, desprecio a los pobres, frivolidades.

Cuando se formaba en el peor priismo, al que pretende regresarnos, los presidentes establecieron como inamovibles “verdades absolutas” contrarias a la mayoría de los mexicanos, los trabajadores. En complicidad con el gran capital, desde Salinas hasta Peña Nieto asustaron con la narrativa de que aumentar el salario generaba inflación y ahuyentaba inversiones. Falso, mejorar los niveles de vida de quienes mantenían la operación productiva del país nunca fue su prioridad. Estandarizaron la corrupción con Raúl Salinas y el saqueo a la partida presidencial, llegando a los niveles grotescos de la estafa maestra y patentes de impunidad a gobernadores y alcaldes.

Podría enumerar hasta el diez vicios infames que normalizaron los últimos gobiernos, sólo apuntaré otro más: el desacierto estratégico en el combate a la criminalidad. Permitieron que la DEA, arrogante y corrupta agencia norteamericana contra las drogas, impusiera al gobierno mexicano criterio cuestionable sobre la manera de combatir los carteles, cuyo interés era la seguridad de los Estados Unidos, no la mexicana. El resultado de ceder tanta soberanía buscando el reconocimiento exterior resultó catastrófico, ni con los militares en las calles pudieron detener el empuje violento.

Ahí, en ese amasijo de intereses retorcidos al más alto nivel de la política y el capital, entreverado con pequeñas mezquindades y ambiciones incontenidas de una clase política agachona y trepadora, se incubó el huevo de la serpiente que aprovecharía un político ladino, farsante, enamorado de sí mismo, engreído y profundamente autoritario. Creció criticando los viejos y ofensivos vicios del gobierno, mientras los presidentes a quienes se cansaba de ofender premiaban o toleraban sus desplantes. Lo enseñaron a mentir y pisotear las leyes sin consecuencias, reforzando conductas adquiridas en su niñez y juventud, según han referido sus biografías no autorizadas.

Un repaso fugaz: Salinas le perdonó la toma de pozos petroleros; Camacho le llenó los bolsillos a cambio de levantar plantios artificiales; Zedillo autorizó su participación en la elección del 2000, sin tener acreditada residencia en CDM; Fox inició el proceso de desafuero y, estúpidamente, lo dejó a medias; Calderón permitió la creación de su partido político, Morena, sabiendo que incumplía requisitos; Peña Nieto pacto la entrega del gobierno, a cambio de impunidad para él y un puñado de los suyos.

En ese periodo también hubo decisiones presidenciales que cambiaron al país: Nadie puede quitar a Salinas el mérito del TLC ni las positivas consecuencias para el ciudadano común, abrió espacios y oportunidades inexistentes de modo que hoy el intercambio comercial con nuestros socios del norte representa el 80 por ciento de la economía nacional. Zedillo se comportó como gran demócrata; reconoció sin parpadear el triunfo de Fox, independizó a la Corte del Ejecutivo, acabó con el partido hegemónico, creó el IFE (INE), el Tribunal Electoral y varios organismos autónomos que empoderaban al ciudadano frente al poder. Sin el TLC de Salinas y las reformas democráticas de Zedillo México sería hoy un país autoritario, anegado en la economía del trapiche.

Sin embargo esos logros portentosos, cambiaron radicalmente al país, quedaron sepultados en los vicios infames y nadie los supo aprovechar mejor que López Obrador. Hizo un diagnóstico puntual de la decadencia política y, demagogo inescrupuloso, ofreció al “pueblo” soluciones magicas envueltas en jaculatorias populistas destinadas a los ignorados históricos: bajaré la gasolina a diez pesos, sobrará dinero por que acabaré con la corrupción, no habrá más violencia porque los criminales se portarán bien con trabajo seguro, venderé el avión (símbolo de la corrupción y los lujos) los programas asistenciales serán para todos, nunca más frijol con gorgojo, sólo traigo doscientos pesos en la cartera, no tengo bienes.

Durante años se sirvió del sistema que combatía con ferocidad, mintió con cinismo de gitana y cuando llegó al poder se reveló como autoritario con ínfulas de dictador, alimentando en cada mañanera una narrativa que puso de cabeza al país: su corrupción es honesta, su vileza virtud, su autoritarismo democracia, su negligencia eficiencia, su persecución libertad. Los devotos crédulos asumieron como verdades incuestionables sus otros datos, llevándolo al grado de la idolatría; “el mejor presidente en la historia del país y uno de los más grandes del mundo”, “políticos como él sólo nacen una vez cada cien años”, “es un gigante de la historia”. Con esa devoción, en tono de párvulos de primer grado se comprometen a “cuidar su legado”.

¿Cual es el legado del más grande presidente en la historia del país, líder legendario de los que sólo nacen uno cada siglo? Atenido a los datos proporcionados por su gobierno, las reformas instruidas desde Palacio y los hechos incontrovertidos, es válido decir que su legado es desastroso, en términos generales. Lo único que reconozco es el incremento a los salarios mínimos, los programas sociales no porque condicionó su apoyo al respaldo electoral, “si no votas por Morena te quitan los apoyos”. De ahí en más catastrófico en economía, democracia, convivencia social, seguridad, administración, salud, educación. Tuvo la legitimidad social y el poder suficiente para ser el gran presidente que dicen sus crédulos, pero terminó convertido en pequeño autócrata con ínfulas de héroe nacional.

Pudo consolidar la democracia y optó por el despotismo, suprimiendo la Corte y secuestrando los organismos electorales; en lugar de usar la mayoría en el Congreso para una reforma fiscal progresiva, optó por asociarse con los multimillonarios (todos incrementaron sus fortunas); en vez de construir bases para el crecimiento económico que impulsase la movilidad social, endeudó al país creando un ficticio bienestar con dinero en efectivo repartido en su nombre; ofreció barrer la corrupción de arriba hacia abajo y acabar con los lujos, pero solapó el saqueo en Salgamex y permitió la opacidad en las mega obras, se apoderó de Palacio Nacional y terminó viajando los aviones y vehículos lujosos que denunció, confrontó a los mexicanos dividiéndolos entre buenos y malos.

Proclamado gobierno de izquierda, militarizó al país hasta en la Constitución mientras la violencia criminal dejó casi 200 mil muertos, inhabilitó la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, debilitó y propuso desaparecer los organismos autónomos, combatió la ciencia y la cultura, justificó ecocidios, privilegió los combustibles fósiles sobra las energías limpias, despreció a las madres buscadoras, canceló asociaciones civiles, dejó a 20 millones (algunos indicadores dicen que 50) de mexicanos sin servicio de salud provocando la privatización del servicio. Prometió cero deuda y deja la deuda más alta de la historia, números absolutos, 6.6 billones de pesos, el crecimiento más bajo desde Miguel de la Madrid, tiró 1,2 billones de pesos en Pemex y sigue siendo la petrolera más endeudada del mundo.

Pero él está muy satisfecho, en su mundo de los otros datos nos trajo la mejor democracia, les quitó a los ricos para darle a lo pobres, acabó con la corrupción y sus abrazos hicieron buenos hombres a los criminales, nos llenó de amor, comprensión y misericordia. Su gobierno es el más humanista y fraterno jamás visto en la historia mundial, decir lo contrario es traición a la Patria. Por nuestra parte riamos del conocido bla, bla, bla y mantengamos la esperanza, la alegría por vivir, tengamos fe en nosotros mismos. Las perdemos y su triunfo será total. Recordemos siempre que tenemos la verdad, tenemos los deseos de libertad. Con dignidad y tesón encontraremos el camino hacia la restauración nacional.