Desde que empecé a reportear, los tardíos ochentas, escucho sobre la inequidad del pacto fiscal, la machacona queja del norte en su compleja relación con el Gobierno Federal y la eterna inconformidad de mantener al perezoso y corrupto sur. A su modo, prácticamente todos los gobernadores abordan el tema, sin que la Federación se de por enterada; los oigo pero no los escucho, es la respuesta de todas las épocas.
Visto en los números fríos es muy desesperante. Un tercio de las entidades, entre las que se encuentran Chihuahua, Nuevo León, Tamaulipas, Sinaloa, Baja California y otras, son las sufridas víctimas del pacto fiscal, contra los favorecidos de siempre; Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Tabasco, Hidalgo, Campeche, las entidades más dependientes de la Federación. Las primeras reciben, por ejemplo, a lo más 40 centavos por cada peso que aportan, las segundas entre dos y tres pesos. Vea el tamaño de la inequidad.
Esta relación injusta que premia la incompetencia, promueve la corrupción y alimenta el conformismo es herencia del centralismo histórico, una de las mayores contradicciones del país. Para efectos constitucionales estamos organizados políticamente en una república federalista, somos los “Estados Unidos Mexicanos”, en los hechos nuestro gobierno ha sido ferozmente centralista. Eso de que los estados son libres y soberanos es un mero eufemismo, hipocresía llevada hasta la Constitución. Los estados ni son libres ni son soberanos, están férreamente sometidos al gobierno central, origen y explicación del pacto fiscal desbalanceado.
Esta desigualdad era ya era muy marcada durante el régimen priista, pero con el populismo autoritario pasó a ser brutalmente feroz. El expresidente no sólo afianzó el centralismo como en los años setentas y anteriores, desdobló como estrategia de control político una letanía de insultos y ofensas contra la sociedad esforzada, los mexicanos con legítimos deseos de mejorar su nivel de vida. Los llamó despectivamente aspiracionistas, clasistas, individualistas, carentes de escrúpulos morales, contrastándolos con los pobres buenos que se conforman con un par de zapatos, dos cambios de ropa y el ingreso mínimo que les permita alimentarse de frijoles, tortilla, chile, calabazas.
Con esa narrativa infame consiguió dividir al país en dos; el pueblo bueno en él encarnado, los clasistas añorantes del pasado corrupto y sumamente perversos. ¿Cuántas veces habrá hecho la odiosa comparación? Miles en la extensa precampaña y los seis años. En esa narrativa inspirada en la máxima del divide y vencerás y la necesidad de todo dictador en crear enemigos para justificar sus decisiones autócratas, se anidó el huevo de la serpiente. Enrique Alfaro es el primer gobernador en hacer un llamado formal sobre la inequidad social del pacto, amenazando con retirar a Jalisco. Él ya se va y en unos días otro gobernador tomará su lugar, pero sembró la semilla de la inconformidad, llevó un paso más lejos el reclamo de muchos gobiernos estatales.
La inconformidad ahí está, Alfaro ha sido el más enfático, sin embargo el tema federalista está siendo discutido en buena parte de la sociedad informada, circula profuso en redes sociales y conversaciones de café. En Nuevo León es tema principal entre políticos, empresarios, académicos. Los regios, como muchos mexicanos del norte, plantean la urgente necesidad de “liberarnos del centro”, como alternativa única contra el autoritarismo. Jalisco y Nuevo León no son los únicos, también Chihuahua, Coahuila y en otros estados del norte la discusión empieza a tomar cierto protagonismo. Acá lo ha planteado con insistencia el diputado Francisco Sánchez, los diputados del Acción Nacional y la gobernadora Campos han tenido reiteradas expresiones federalistas.
Pensar en que los gobernadores de oposición se unirán y presentarán un frente común contra el gobierno centralista de CSP sería una ingenuidad, desafiar a la Federación conlleva duras implicaciones para gobiernos y sociedad. Separarse del pacto fiscal por la vía legal es imposible y de alto riesgo para cualquier gobierno que lo intente. No existen, al menos por ahora, condiciones para un serio movimiento escisionista. Precisamente por la contradicción histórica que mencioné arriba, el Gobierno Federal es mayor a la suma de los gobiernos estatales, desequilibrio más pronunciado en un régimen corrido hacia el autoritarismo.
¿Que podemos hacer los mexicanos, millones y millones, comprometidos con la libertad y la democracia, con sinceras aspiraciones de progreso económico, educativo, cultural?. Mientras existan los organismos electorales en las entidades de oposición, la batalla de las urnas tiene pertinencia. Nuevo León, Jalisco, Coahuila, Querétaro, Aguascalientes y Chihuahua son los estados que pueden encabezar la resistencia electoral contra el populismo regresivo que pretende imponer su pensamiento ideológico en todo el país.
La mejor forma de enganchar a sus habitantes en una lucha desigual es regresar al discurso regionalista. En Chihuahua tuvimos el mejor ejemplo con la batalla por el agua, la primer gran derrota social y política de López Obrador y su entonces recién estrenada Guardia Nacional. Los efectos de aquella lucha social se trasladaron a las urnas, en la elección del 2021, Morena no ganó ni una casilla en el distrito quinto, donde radica la mayor parte de la población involucrada en ese movimiento. No sólo estuvo involucrada la gente de Delicias y su región, con ese movimiento social se solidarizó el resto de la población estatal, incluidos amplios sectores de Ciudad Juárez donde el oficialismo tiene su enorme reservorio de votos.
Al recuperar los temas regionalistas y el federalismo como elemento aglutinador, el Norte puede dar ese gran paso hacia la restauración democrática del país y, entonces si, consolidar progresivamente un México del Norte y un México del sur, en lo que el populismo se devora a sí mismo desde sus entrañas y recuperamos la democracia perdida. No pensemos en la utopía de mover fronteras, concentremonos en ganar las elecciones que nos permitan preservar a los estados norteños de la funesta influencia antidemocrática y esclavista a la que pretende someternos el régimen al que llaman transformación.
¿Difícil?, si. ¿Complejo?, también. ¿imposible?, no. Es muy posible mantener la resistencia del norte, sólo necesitamos que la sociedad se convenza del peligro que corremos como país y preste valor a los actores locales para que pierdan el temor al esbozo de dictadura, de modo que puedan comprometerse con las causas regionales, tradicionalmente ignoradas. ¿Veo un escenario así, de insurrección ciudadana, en el corto plazo?. Todavía no, pero se está formando y creo que la ola regionalista seguirá creciendo, es un anhelo guardado por generaciones que fatalmente terminará expresándose en los momentos estelares de la patria.