El genoma del trigo: una proeza y un salto de gigante

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El trigo es una de las plantas de cultivo más importantes del mundo, y ello a lo largo de toda la historia de la agricultura. Hoy aporta una de cada cinco calorías a los 7,000 millones de habitantes del planeta, y es el principal alimento de un tercio de ellos. Como la población mundial va a seguir creciendo, y la temperatura de la Tierra también, es necesario incrementar la producción de trigo sin comer más terreno al bosque ni abrasar toda la tierra con pesticidas, y eso es imposible sin utilizar la ciencia, mal que les pese a algunos grupos ecologistas encastillados en una especie de panteísmo naturista, es decir, en una pseudociencia tan dañina como todas.

El genoma completo y anotado del trigo es un paso de gigante esencial, como puedes leer en Materia. Y no ha resultado nada fácil. La historia compleja de las hibridaciones y adaptaciones agrícolas de esta planta –eso sí que eran manipulaciones genéticas— ha convertido este problema en uno de los más correosos de la no muy larga historia de la genómica.

No hubo que esperar a la agricultura para que el genoma del trigo empezara a complicarse. Una hibridación natural entre dos variedades de estas gramíneas produjo el trigo duro que aún hoy se usa para fabricar la pasta. Pero desde luego la agricultura espesó la trama posteriormente. El trigo duro fue re-hibridado con otra variedad de la gramínea, generando un nuevo trigo que es el que se utiliza para hacer pan, cerveza de trigo y muchas otras cosas por todo el mundo.

No es infrecuente que la hibridación entre dos plantas genere una duplicación del genoma: en lugar de adoptar un juego de cromosomas de cada progenitor –como ocurre con la reproducción normal—, la nueva variedad híbrida se queda con todos los cromosomas de los progenitores. El resultado es que el trigo actual, que ha experimentado dos hibridaciones, tiene seis juegos de cromosomas, en lugar de los dos normales. Cada gen, por tanto, está presente en seis copias. Esto es un escollo formidable para los mejoradores del trigo, y para los ingenieros genéticos que quieren aumentar su rendimiento o su resistencia a la sequía o a las plagas. Ha costado 13 años, pero el genoma ha salvado este escollo por entero.

Una vez que uno tiene un genoma fiable, completo y bien anotado, la investigación se acelera en órdenes de magnitud. Por ejemplo, los investigadores pueden examinar qué genes se activan en condiciones de sequía, o cuando el trigo sufre una plaga u otra, o la temperatura es demasiado alta o baja, o el agua es demasiado salina. Los genes que se activan en cada una de esas condiciones son firmes candidatos a dianas para la intervención, ya sea biotecnológica o de mejora tradicional. Ya han encontrado un gen que (una vez inactivado) acelera el ciclo de cultivo, y otro que endurece el tallo y destroza una plaga que se dedica, precisamente, a comer tallos. Son temas que prometen una aplicación inmediata a la mejora del trigo, y también de otras plantas.

También hay 365 genes cuyos productos (las proteínas que esos genes codifican) estimulan reacciones inmunológicas y alérgicas en los consumidores. Los cultivadores tienen ahí mucho margen de acción para crear variedades de trigo menos problemáticas para quienes se las comen.