*Dan risa, los radicales de ayer

*Entre la fe y el temor al error

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Me hicieron gracia y no pude contener una mueca de maliciosa sonrisa que, a intervalos, me acompañó el fin de semana. Disfruté, reconozco, verlos en poses ensayadas y cuidando discurso justificando el más estruendoso fracaso de la estrategia pacifista de López Obrador contra el crimen, a ellos los eternos e indulgentes juzgadores del gobierno.

Décadas de oposición delirante condenando cualquier decisión cuestionable de los gobiernos anteriores, hacen que uno los ponga en la categoría de radicales incorregibles opuestos a todo, entre los que juzgan y condenan “por que sí”. Y cuando uno los vez en oficio de paleros, aplaudidores de una estrategia fallida indefendible que admite calificativos de ridícula, trastocan los paradigmas habituales con que hicieron fama pública y dinero. Es como, perdón por la comparación, vestir de monjas a prostitutas y pedirles que hagan sus oraciones con devoción. Lleva tiempo procesar el contraste.

Ahí está Yeidkol Polenvsky, arropada en su cuerpo de incondicionales, reconociendo profundamente el valor y humanismo de Andrés Manuel López Obrador, por que sí sabe dar la cara y en acto seguido pisotea el derecho más elemental a libertad de expresión y amenaza a quienes pretendemos ejercerlo: “No tienen derecho a opinar, no pueden criticar el que un hombre haga las cosas bien cuando ustedes lo hicieron todo mal y nosotros no se los vamos a permitir”. ¿Quién, de los que desautoriza a opinar, hizo todo mal? ¿La Jauría de críticos?. Paralizada y confundida por el golpe del crimen al gobierno del Tlatoani, revele su grotesco rostro de autoritaria, pensando que puede negarnos el derecho a opinar. Tan radical para criticar, como amenazante cuando siente poder y obsequiosa con el “líder amadísimo”. Sólo faltó decir que por decreto del nuevo partido hegemónico todos deberíamos estar orgullosos del “sentido humanista” que rige la conducta del “líder amadísimo”.

Y Dolores Padierna, la efusiva y severísima Padierna, clamando que “es absurdo denostar la estrategia de seguridad a partir de ese evento. Se tiene que ver todo y no un hecho aislado”. La rendición de las fuerzas federales en Culiacán ante grupos criminales, le parece “un evento”. No hablemos de secuestro a la población, estrategia fallida, asesinatos o rendición, dejémoslo en “evento”.

Sin ninguna convicción mantiene el discurso mil veces practicado: “no comprenden que la principal obligación del Estado es garantizar la seguridad e integridad de las personas y desde luego combatir la delincuencia, pero no con actos que pongan en riesgo a la población”. No, Dolores, no comprendo eso, a lo más alcanza a ver es la estupidez de quienes montaron y operaron la detención de Ovidio, frustración que generó el violento caos que justificas.

El que más gracia me hizo fue Gerardo Fernández Noroña, este despreciable sujeto, parásito del sistema político que ha criticado, con razón y sin ella, durante décadas a los gobiernos anteriores. Intenta pasar por imparcial sin darse cuenta que cae en lugares comunes: “es un golpazo para el gobierno del compañero presidente López Obrador” “es gravísimo lo que sucedió en Culiacán” “se desata el infierno”. Pero cuando llega al momento de la defensa, propósito de su mensaje, se le atragantan las palabras y defiende la estrategia con los mismos argumentos del coro; era mejor soltarlo a provocar una matanza. Después vuelve a lo suyo, desautorizar a los diputados del PAN a los que llama canallas que se frotan las manos disfrutando del “fuerte descalabro” y, la parte favorita, responsabilizar a Calderón y a Peña Nieto del desastre. Frente a la estulticia de los nuevos aplaudidores del régimen sobran las palabras, su bajuna incongruencia los define. Sin embargo los entiende, su compromiso con el amado “líder único” es ideológico y monetario, tiene motivos para defenderlo. Me intriga entender lo qué mueve a ciudadanos inteligentes, millones en todo el país, que sin los mismos intereses siguen creyendo en un régimen de mentiras y además lo defienden convencidos de hacer lo correcto ¿Temor a reconocer el error o sincera confesión fe?.