*Un año de sesenta y un meses

0
6

Estamos terminando un año de sesenta y un meses o, de ser puntilloso, una extendida y oscura noche de 1,464 horas. Paradójicamente inició como una luz de alivio, el rayo de esperanza que prometía la negada reivindicación de un pueblo eternamente ofendido, ninguneado, utilizado por los poderosos. Era la esperanza de una sociedad hastiada de corrupción y abusos del gobierno, mexicanos hartos de presenciar, durante décadas, el enriquecimiento impúdico de funcionarios ambiciosos usualmente incultos y vulgares, sirviéndose del país junto a empresarios rapaces negados a mejorar las condiciones salariales del trabajador.

Ese rayo de luz esperanzadora prometió cancelar los privilegios de la “mafia del poder”, representada en una élite gobernante y empresarial que tomó al país como si fuese de su propiedad, ofreció poner a los más pobres en el centro de sus prioridades con acciones tan puntuales como bajar a la mitad el precio de las gasolinas, regresar la seguridad sacando al Ejército de las calles, barrer la corrupción como se barren las escaleras, cerrar la herida de los 43, un sistema de salud como Dinamarca, encarcelar a los corruptos, generar crecimientos económicos por arriba del cuatro por ciento anual, rescatar el orgullo nacional empoderarnos frente al poderoso vecino.

Entusiasmados, 30 millones de mexicanos saturaron las urnas creyendo en sus promesas. Estaban sinceramente convencidos de que terminando con la corrupción, México sería otro país porque tendría dinero de sobra y así nos vendió la idea; “no vamos a incrementar impuestos ni a contratar más deuda, sin corrupción recuperaremos 500 mil millones de pesos para invertir en los pobres y el desarrollo”. Los entusiastas del cambio no se percataron de que asistían a la versión actualizada del “necesitamos estar preparados para administrar la abundancia”, clásica lopezportillista tras del cual vino la peor crisis económica del siglo XX. No advirtieron el tono demagógico por las ansias de cambio, era la promesa de un esplendoroso amanecer, no de un nuevo gobierno, de un nuevo régimen con nuevos paradigmas democráticos y económicos que sepultaría de una vez y para siempre al neoliberalismo conservador que nos trajeron miseria y muerte.

Pero la manzana estaba envenenada, puso en ella el veneno de la demagogia, el autoritarismo, la contumacia, la soberbia, el populismo hechos gobierno. Lo primero que hizo, en la mayor contradicción a su ideal público de austeridad, fue apropiarse de un palacio que pertenecía a todos los mexicanos, antes cualquiera podía ingresar a los patios de Palacio Nacional, hoy es una fortaleza cuyo paso está franqueado solamente a las nuevas élites. Desde aquel primer día empezó la discordia nacional, polarizando a la sociedad con una narrativa infame que terminó separando a los mexicanos entre buenos y malos, leales y traidores, honestos y rateros, donde los buenos, leales y honestos son los que están con él, los aplaudidores felices, súbditos confiados en que pronto la luz redentora del mesías se posará sobre sus pechos.

Desde ese primer día, cada mañana mantiene con fervor monacal la confrontación social entre mexicanos, usándola como instrumento para consolidar su poder. Insulta y se burla de los opositores “porque están moralmente derrotados”, desdeña y combate la ciencia, justifica decisiones tan absurdas como la cancelación del aeropuerto, donde tiró a la basura 350 mil millones de pesos que todavía seguimos pagando, defiende los caprichos de Dos Bocas, el tren Maya y el financiamiento inútil a Pemex sin otro fin que satisfacer su narcicismo  demagogo, permite el desmantelamiento del sector salud, alienta la criminalidad, sostiene decisión de abrazar a los sicarios del mal en lugar de combatirlos, presiona la libertad de expresión, “el que no está con la transformación está en contra de la transformación”.

Es una permanente, ensordecedora y delirante diatriba que atosigó al país y lo sigue atosigando, mientras avanza en su propósito de suprimir instituciones que frenan sus impulsos autoritarios de concentrar el poder en una sola persona, sin más justificación que invocar al pueblo, por que el “pueblo soy yo”. Los organismos electorales, INE y Tribunal, fueron el primer blanco de los despropósitos devastadores, después cargó contra la Corte, hoy va por la totalidad de organismos autónomos. Al tiempo que mantiene la destrucción de instituciones, machaca sobre la narrativa polarizadora. Su gobierno es como la película “El día de la Marmota”, cada día es el mismo pero con diferentes hechos; hoy voy contra las estancias infantiles, mañana coopto la CNDH, después inhabilito al INE, luego secuestro la Corte, otro día anuncio la “Nueva Escuela Mexicana”, pero siempre los mantengo entretenidos y confrontados con la dinámica del conservadurismo neoliberal, clasemedierios aspiracionistas, traidores a la patria.

Destruye, insulta y miente como habla y luego nos pide, con el cinismo del truhan en plena acción de timo, que votemos por consolidar la transformación del país, porque las malas políticas no deben regresar. ¡Él trajo lo peor de la política¡. En su gobierno la corrupción es peor que antes, su familia está enriquecida, sus hijos nuevos millonarios, la criminalidad secuestró al país, el sistema de salud desmantelado, la militarización avanza, la deuda crece como nunca (por cada peso del próximo presupuesto, 21.3 centavos serán con cargo a nueva deuda). Y lo peor, si lo peor de todo en un enlace de sin razones, la democracia y los órganos de contención bajo asedio permanente.

En deliro demencial, su juanita, reducida hasta mimetizarse con el guía amadísimo, dispensador de las gracias nacional y único interprete autorizado de la voluntad popular, nos promete más de lo mismo. La síntesis de su propuesta es poner “un segundo piso a la transformación”. No es un segundo piso, es un segundo sótano, más oscuro y lúgubre del que hoy habitamos. No hay maximato que llegue sin desgracias y todas las acciones de él y de ella nos previenen sobre otro intento de maximato; puso a los candidatos a gobernador, está poniendo a senadores y diputados que obedecerán a él, confabula ganándose la lealtad del Ejército y el crimen. Sheinbaum es sólo su voz en la campaña y una voz bien timbrada al tono tabasqueño.

El año que viene tenemos oportunidad de cambiar, salir de la extendida y oscura noche del fanatismo populista que destruye al país. Para dejar atrás la pesadilla necesitamos entender que sólo hay dos caminos; o seguimos con esa transformación regresiva que pondera la miseria como virtud o nos aferramos al precario sistema democrático que tantas décadas tardamos en construir. En las próximas elecciones está en juego lo más preciado que tenemos como seres libres, nuestro derecho a elegir quien nos gobierne. Perdemos y el autoritarismo antidemocrático consuma la destrucción del INE, el Trife, la Corte y los organismos autónomos que regulan el poder. Nos vemos el año que viene, una dura y desigual batalla nos espera, la obligación de todo mexicano libre es presentarse puntual a la cita con la historia.