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Las voces de corrupción en torno a los hermanos Pérez Cuéllar, Cruz edil de Juárez y Alejandro candidato a diputado federal, corrieron a los pocos meses de haber iniciado la administración. Se dijo entonces que habían montado un andamiaje de sobornos a cambio de facilitar trámites ordinarios en el municipio y llegó a sus niveles más altos cuando, según versiones generalizadas, Alejandro montó una oficina alterna de recaudación. No caminaba, o no camina, un tramite en oficinas municipales sin previo moche al carnal, aseguran.

La recaudación alterna en Juárez es conocida por empresarios, constructores, arquitectos, académicos, políticos dentro y fura de su partido. Es de dominio público por descarada y rupestre. La institucionalizaron sin que los juarenses elevaran protestas más allá del comentario sarcástico de café, hasta que se volvió inadmisible con la famosa casa del Campestre, propiedad de Daniel Ponce, quien fuese modesto empleado municipal en los gobiernos de Armando Cabada, entonces edil, después diputado federal y hoy también candidato de Morena, y del mismo Cruz Pérez Cuéllar.

Este oscuro personaje carente de antecedentes empresariales, sin forma de acreditar ingresos más allá de su salario, construyó dos propiedades valuadas en decenas de millones de pesos (si, decenas, la Fiscalía deberá definir montos) una de las cuales ocupa Cruz Pérez Cuéllar en calidad de inquilino. El empleado la construyó con dinero de sabe dónde y luego la rentó, precio módico, al presidente municipal que había sido su jefe. Más trompudo, difícil encontrarlo.

Defender o ignorar la corrupción de los hermanos Pérez Cuéllar, Cruz como edil y Alejandro en oficio de recaudador, es sólo explicable desde la complicidad económica o política. Porque Cruz no es únicamente un gran corrupto, también es un corruptor a tiempo completo; no es únicamente candidato a la Presidencia Municipal, también es un activo prospecto para la gubernatura. Con los bolsillos desbordando dinero y la promesa de gobernador, pudo alinear con relativa facilidad intereses de políticos oportunistas, contratistas habituados al moche, constructores inescrupulosos, prestadores de servicio por tercerías y un largo etcétera de bribones.

Compró lealtades dentro y fuera de Morena, tendiendo una red de candidatos y operadores políticos en y fuera de Ciudad Juárez: Marco Quezada en el distrito ocho de la capital, Miguel Rubio en el cinco con cabecera en Delicias, Otto Valles candidato a presidente municipal en Parral, Jaime Enríquez operando en Cuauhtémoc y parte de la sierra. Pero su mayor inversión fue la candidatura de Alejandro, el recaudador, al cuarto distrito federal de Ciudad Juárez. Es el único distrito que tiene ganado el PAN allá, que a su vez comprende dos distritos locales, uno de los cuales también está en manos panistas, ¿se los iban a entregar así nomás, por la cara?. Ajá.

Desplegó ese activismo político con la idea demencial de asaltar la candidatura de Morena, la convicción de agenciársela hicieran lo que hicieran sus adversarios internos. Es consciente de la poderosa oposición interna porque la sufre diario, sabe por experiencia propia que no lo quieren en Morena ni tampoco le temen. Al verse despreciado en su partido de adopción no tuvo más que asirse a los modos y costumbres que conoce muy bien; expandir la corrupción en el sentido inverso de como las escaleras son barridas, enviado maletas a los influyentes de su Partido. El modus operando del régimen cuya escuela hizo el “Rey del Cash”.

Esa desesperación, la necesidad de altas sumas para seguir avanzando en el competido escalafón de su partido (cuánto le costaron la reelección y la candidatura de su hermano?), lo hizo ser descuidado, cínico y torpe con la recaudación. La presencia de la Fiscalía Anticorrupción en la casa del Campestre es producto de su ambición incontenida y la necesidad recaudatoria para mantener las aspiraciones. Cruz es víctima de sí mismo, Abelardo Valenzuela sólo instrumento de la exigencia social. Debería estas agradecido que no le cayeron antes.

 

Rompeolas

 

Si Javier Corral pensaba que podía ir por la vida engañando gente con su voz impostada y falso halo de honestidad y democracia, en los últimos meses se ha dado cuenta que no. Quiere seguir pontificando de la misma forma que lo hacía desde las tribunas parlamentarias, siendo que de gobernador dejó un batidero con la Justicia, se llenó las manos de dinero y ordenó torturas a funcionarios vinculados con el odiado enemigo, César Duarte. Ahora que se asume fiscal anticorrupción con el populismo, ese karma infame lo alcanzó donde duele, en la Opinión Pública Nacional. De apoco, medios nacionales desnudan sus inmundicias y Claudia Sheinbaum se da cuenta. Corral no es lo que presume, todo lo contrario, es un ser despreciable y un político cargando más rencores de los que pude procesar. Ya empezó su caída, nadie podrá detenerla.

 

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Marko Cortés tiene una extraña afición por vomitar acuerdos de reuniones que deberían permanecer en secrecía. Primero el episodio de los notarios en Coahuila, luego el supuesto acuerdo con los gobernadores del PAN para el voto lineal. ¿Cómo un político con sus altos grados de incontinencia verbal pudo llegar al CEN del PAN? Vaya usted a saber, da la impresión que trabaja para Morena, en vez de trabajar para el Frente.