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sábado, junio 29, 2024
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En la era posliberal, caracterizada por un populismo autoritario pretendiendo instaurar un régimen militarista de falsa izquierda con hipócrita narrativa humanista, el acomodo del viejo partido hegemónico, PRI, es claro: servir de comparsa al poder en turno, ahora ejercido por un aspirante a líder moral con delirios continuistas. ¿Que papel jugará el PAN, único partido de sincera vocación opositora?.
Contra los caudillos revolucionarios que monopolizaron el poder a principios del siglo pasado, surgieron prominentes intelectuales comprometidos con el país que consolidaron un ideario político cuya herencia mantuvo vigencia durante décadas, hasta que el pragmatismo político prevaleció por encima de las ideas sobre las cuales nació el PAN. Entre ellos cuente a Gómez Morín, Efraín González Luna, Luis Calderón y muchos más que entregaron su vida a la causa democrática, sabiendo que luchaban contra un régimen que había ganado el poder por las armas y se arrogaba legitimidad absoluta de gobernar al país sin contrapesos o interferencias incómodas.
Desde la fundación del PAN en 1939, pasaron 61 años de bregar en la mayor inequidad, postulando candidatos sin esperanza de triunfo. Puntuales, iban a campaña convencidos de hacer lo correcto. Así antuvieron sus convicciones tesoneras hasta ganar el poder en 2000. Paradógicamente, el triunfo incubó el huevo de la serpiente y, aunque muy en las entrañas, hubo mentes brillantes que advirtieron el peligro. En las instalaciones del CEN todavía retumba, estruendosa, la sentencia premonitoria de Carlos Castillo Peraza: “ganamos el poder, no vayamos a perder el partido”. Admirable sabiduría del último gran ideólogo panista, doce años después perdería el poder y el partido entraría en una erosión acelerada que lo llevó a los límites de subsistencia en que hoy está.
De los sabios fundadores no quedó más que su ideario, empolvado bajo el pragmatismo y la soberbia de los triunfos; de los últimos ideólogos sólo añoranzas, el incómodo recordatorio de sus advertencias sobre las consecuencias de perder el rumbo. Desde su primer triunfo, cuando sacaron al “PRI de los Pinos”, a patadas, no trascurrió ni un cuarto de siglo para que los panistas fuesen alcanzados por la admonición aterradora que hoy podrían llamar “la maldición del yucateco”. Los resultados de la pasada elección los situaron frente al mayor reto desde su fundación, sometidos a la premura de tomar decisiones trascendentes mientras procesan la espantosa derrota.
Recordando a Castillo Peraza, cierro el desafío actual en la siguiente pregunta: ¿Cómo recuperar el Partido sin perder la identidad?. Tarea compleja, sobre todo si aceptamos que los actuales liderazgos no llegan ni a los talones de aquellos viejos fundadores que hicieron de la política un apostolado.
Con sujetos como Anaya, Cortés, Creel y otros que los acompañaron monopolizando las rentas del PAN, no llegarán a ningún lado, menos sabiendo que siguen azorados e incrédulos del mazazo que recibieron el dos de junio. Se tiran de los pelos buscando explicaciones exculpatorias, sin la mínima intención de un ejercicio autocrítico profundo. Son políticos de muy baja estatura.
No me voy lejos para explicar que la tragedia del PAN, su deterioro irreversible, no empezó con Marko Cortés, se remite a Ricardo Anaya nueve años atrás. Hoy pocos recuerdan que Margarita Zavala era favorita en las encuestas sobre López Obrador, dos o tres años antes de la elección que lo encumbró en 2018. Ella era la candidata natural del PAN contra el naciente impulso populista, al que seis años antes identificaron acertadamente como “un peligro para México”. Pero las ambiciones de poder anidadas en Anaya y la pandilla que regenteaba el Partido, frenaron las legitimas aspiraciones y el crecimiento social de Zavala.
Anaya usó al partido en su beneficio personal, desatino soberbio que abrió grieta enorme por la cual salieron los únicos dos expresidentes del país e innumerables activos. Arrogante y contra toda lógica electoral, usó la presidencia del Partido estirando los tiempos con tal de ir afianzar su propia candidatura. Nada le importó la profunda división, él se vio a sí mismo de presidente y actuó en consecuencia, negando a los panistas la posibilidad de una candidata competitiva, como lo era Margarita Zavala en ese momento. Conocemos el resultado de su ambición; partió al PAN en dos y de pasada facilitó los acuerdos Peña-López Obrador, que terminarían en el pacto infame que instaló a López Obrador en la presidencia.
Antes de irse al destierro siguió cavando. Derrotado y con el partido en sangría, maniobró para imponer en la presidencia del CEN a Marko Cortés, un político de torpeza inusual en esos niveles que hizo del PAN una burocracia miope, rentistas y ferozmente cortoplacista. Desde Anaya el PAN quedó secuestrado por una camarilla de inescrupulosos e inexpertos babeantes por capitalizar sus rentas, ajenos al profundo cambio político que sufría el país.Siempre he dicho que López Obrador es un producto de la decadencia política nacional, hoy sostengo que Cortés es un subproducto de la frivolidad y pequeñas mezquindades panistas.
Su estatura como político y líder de partido quedó exhibida en la denuncia pública que, personalmente y con la desfachatez de un niño precoz, hizo de los acuerdos aviesos con el gobernador de Coahuila, Manolo Jiménez. Políticos de todos los niveles y todos los partidos establecen acuerdos en la oscuridad, pero tienen la verguenza de mantenerlos en secreto y cuando son descubiertos el cinismo de negarlos. Cortés no sólo denunció su existencia, como si fuesen obra de adversarios, también hizo circular en sus redes la minuta firmada por él mismo, ¡en plena campaña presidencial!. Esa estupidez lo describe.
En la desverguenza e incapaces de asumir su parte en la derrota, ahora discuten el destino del partido, negados al descrédito social en que cayeron. El PAN no necesita una sacudida, por enérgica que sea. O se reinventa sobre los principios de sus fundadores, o en dos elecciones más termina desecho, desacreditado como el viejo PRI, una rebaba, un remanente de lo que fueron. ¿En la era del nuevo partido hegemónico, quienes serán los Gómez Morín, González Luna, Castillos Perázas? No veo a ningino, pero si quieren prevalecer y dignificar la política como aquellos luchadores históricos, necesitan encontrarlos, urgentemente. Con los anayas y corteses de hoy terminarán siendo un partido testimonial sin más fuerza que nutrir a una minoría de oportunistas hechos al medro. El PAN tiene historia, hónrenla.