*De la terquedad a la contumacia; un liderazgo inestable

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López Obrador se autodefine como un político muy terco, disfruta ser y parecer así, el que no se quita, caminando tozudo hasta donde tope y más allá. Sabe lo que dice, su terquead le permitió mantenerse en campaña por la presidencia durante dos décadas, tres elecciones, hasta ganarla en la última oportunidad y encumbrarse a lo más alto del poder e instalar la Cuarta Transformación, así con mayúscula, como desea que sea inscrito su movimiento en los libros de historia.
En ese propósito ha sido exitoso como ningún otro político de los tiempos modernos y en cierta forma parecido a Benito Juárez, con quien gusta compararse. La terquedad de don Benito, arrastrando en un carrosa la dignidad presidencial a lo largo del desierto norteño, mantuvo vivas las esperanzas republicanas y cuando parecían perdidas vino la recuperación que lo llevó a Palacio.
Quién podría reclamar al presidente electo su tesonero acierto de soportar insultos, desaires, ofensas y mantenerse firme en su cargada quijotesca contra la mafia del poder hasta destrozarla y en su lugar instalar el nuevo régimen. Su reconocimiento de caudillo vertical hasta en los momentos más adversos es admirable, lo tiene bien ganado.
Instalado en el poder, triunfador en la lucha que parecía imposible, hoy veo preocupado que de la terquedad, el tesón permanente por prevalecer frente a la adversidad, está transformado en contumacia, entendida como “terquedad en el error”, según la Real Academia de la Lengua.
El terco y formidable opositor se convirtió en contumaz líder de todos los mexicanos resuelto a jamás corregir o enmendar su criterio, ni cuando las acciones generan inestabilidad financiera y desasosiego social. Ya lo dijo, se mantiene firme contra lo que venga.
Ignoro en que termine la farsa de consulta, supongo que desde un principio López Obrador tenía resuelto por Santa Lucía, sin embargo el lunes pudiésemos amanecer con que ganó Texcoco. Tratándose de la voluntad de un solo hombre ningún resultado me extrañaría.
Cualquiera que sea el resultado, López Obrador abre mal su sexenio, –desde que ganó actúa como presidente en funciones- pues teniendo la responsabilidad de generar estabilidad y certidumbre nacional, él mismo construye un escenario de nerviosismo para los mercados e inestabilidad social.
Entiende los riesgos y le preocupan, pero jamás recula, es la contumacia. En cuanto sintió la presión mediática por que continúe el proyecto del Nuevo Aeropuerto y observó los primeros deslices del peso, intentó generar confianza en los inversionistas, con aquel apresurado video filmado en el avión donde viajaba. Intentó recuperar la confianza explicando que no pasará nada por que se pondría de acuerdo con los inversionistas.
La reacción de los mercados fue adversa, el peso siguió devaluándose y la bolsa temblando. Pero, contumaz, no se detuvo y al ver que perdía el debate con expertos, comentócratas, analistas recuperó el discurso de la mafia, guardado en lo profundo de su cajonera desde el último mes de campaña, cuando supo que no había complot para frenar su camino a los Pinos.
Demostró así que el eterno aspirante a la presidencia, opositor formidable, es igual que el presidente en funciones: a veces terco; a veces contumaz. Su campaña del amor y paz era una farsa, mintió a los mexicanos por razones electorales y hoy sabemos que sólo necesitaba verse presionado para regresar al viejo discurso de la confrontación.
Si, sólo que hoy es presidente y en consecuencia el problema es que antes sus acciones repercutían sólo en su entorno próximo o si acaso en política partidista, pero de ahí no pasaban. Una vez investido, pone nerviosos a los mercados y arriesga la estabilidad financiera del país. No le importa y continúa, sigue adelante pensando que no pasará nada, que otra declaración regresará al buen ambiente nacional.
Está equivocado, si recibió un país estable social, política y financieramente qué sentido tiene hacerle barranco al llano, con políticas populistas para justificar una decisión tomada previamente. El mensaje enviado a los inversionistas, nacionales y  extranjeros, es el de un país bananero donde sus gobernantes actúan a impulsos, caprichos u ocurrencias, en los que no pueden confiar.
Tampoco se puede gobernar teniendo sólo en mente la volatilidad financiera y sin retirar la vista de los indicadores macroeconómicos, es precisamente esa obsesión por atender sin demora los dictados del neoliberalismo lo que empobreció a millones de mexicanos en las últimas décadas.
La política impuesta por el Fondo Monetario Internacional que se reduce a mantener reservas nacionales  fuertes, estable la paridad cambiaria e inflación por abajo del cinco, es una visión parcial de la realidad nacional. Desde luego no hay por que mantenerla, la gente votó por que López Obrador cambiase ese régimen injusto e inhumano, por otro que ponga en el centro de las políticas públicas a los más empobrecidos del país, esos desdichados a los que el neoliberalismo condenó durante décadas a la subsistencia.
En el caso particular del Aeropuerto, es tan insensato cancelar un proyecto en el que se han invertido cien mil millones de pesos, con todas las implicaciones legales – penalizaciones económicas por cientos de millones- y cuyo avance de obra es superior al 22 por ciento, que la mera posibilidad de hacerlo, la propuesta en sí misma, mete presión en las finanzas.
Es ahí donde se muestra la contumacia de López Obrador en todo su esplendor, conoce las posibles consecuencias funestas y sin embargo permanece decidido a someterlo a consulta, así falte control y certidumbre en el resultado. Más bien la necesita para justificar la decisión que tiene tomada.
Es doblemente irresponsable; por una parte engaña a la gente invitándola a decidir sobre algo resuelto y por otra genera inestabilidad financiera, llevando al país al borde de una crisis. Puede que no pase nada, pero es una primera llamada de atención. El morralito va creciendo y todavía no jura el cargo.
En el camino recupera y muestra los signos de intolerancia que caracterizaron su liderazgo hacia el poder. El episodio con Carlos Loret de Mola, que sólo reproducía el ambiente adverso en que se mueve el presidente electo, hizo recordar sus arrebatos frecuentes contra los medios, a los que durante la campaña acomodó entre los integrantes de la mafia.
Como dije, ignoro en qué terminará la consulta y francamente el resultado me tiene sin cuidado, lo que veo preocupado es que nuestro presidente electo sigue disfrazado de opositor, renuente a tomar las responsabilidades de gobernante.
Su contumacia, más que darme weba me asusta, poner en riesgo los programas sociales que lo llevaron a la presidencia con el 53 por ciento de los votos, es algo que no puedo comprender. Que tal si gana Santa Lucía y los mercados castigan, jamás podría llevar asistencia a viejitos, madres solteras y ninis, como tiene prometido.

Preocupaciones de un liderazgo inestable; igual nada pasa… pero que tal si sí.