*Confusión de los deberes; peligro de un presidente contumaz

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En el tramo final de la campaña presidencial, López Obrador se definía como un hombre terco, subrayando su promesa de acabar con la corrupción. En agosto pasado suscribió el adjetivo para enviar un mensaje a los huachicoleros, conminándolos a no jugar vencidas con él, pues “soy muy terco y no quitaré el dedo del renglón”, les advirtió.

Está orgulloso de su terquedad y la postula como si fuese virtud. La invoca como recurso para fortalecer sus palabras, especialmente cuando quiere pasar por enérgico. Amenaza con ella, la considera parte de su esencia o nos hace creer así, siendo un adjetivo que describe conductas definidas en los hechos: ¿Terco para trabajar o terco para mantenerse en la pereza?, por ejemplo. No es una virtud en sí misma.

Como muchos mexicanos me sorprendió la ligereza con que el presidente aceptó explícitamente que los militares liberaron a Ovidio Guzmán para proteger la vida de ciudadanos. Claramente no reparó en las consecuencias, primero del hecho, y después de aceptarlo como un asunto de rutina.

Del episodio violento no me ocupo, ha sido difundido profusamente en México y buena parte del mundo, aparte de que los mejores especialistas del país los han desmenuzado a conciencia. Tampoco de la estrategia fallida, Cresencio Sandoval, secretario de la defensa, aceptó el error en la escueta explicación de “se precipitaron”. Pongo en un lado la jornada violenta y sus aterradoras secuelas.

Hoy me ocupa la reacción del presidente López Obrador como Jefe de las Fuerzas Armadas y Jefe del Ejecutivo Federal, de nuestro presidente, el presidente de todos los mexicanos, cuyo triunfo electoral trastocó los cimientos del Sistema Político Mexicano y despertó la esperanza de millones. Dispuso de tiempo sobrado para procesar el operativo fallido hasta los detalles y definir una explicación convincente, creíble, ofrecer una respuesta tranquilizadora y sin embargo optó por mantener su ensayada narrativa de renunciar al uso legítimo de la fuerza, como respuesta estándar de su gobierno frente a los grupos criminales. Hoy sabemos que no es discurso para el consumo público, ciertamente la tiene por estrategia.

En los siguientes términos explicó la mañana de ayer su decisión de liberar al narcotraficante requerido por el gobierno de los Estados Unidos: “Se decidió proteger la vida de las personas y yo estuve de acuerdo con eso, porque no se trata de masacres. Ya eso ya se terminó porque no puede valer más la captura de un delincuente que la vida de las personas”. Es congruente en todos sus términos con la idea general de “combatir el mal con el bien”, sintetizada en otra clásica que acuñó desde sus días de campaña: “abrazos no balazos” o “becarios no sicarios”. Confirma su terquedad.

En todo ese tiempo, por lo menos doce horas, el presidente jamás se percató que al dejar en libertad a Ovidio Guzmán rendía las fuerzas del Estado, Ejército y Marina incluidos, a los grupos criminales del país. Replegarse por decisión propia sin conseguir el objetivo, así fuese pensando en la vida de soldados y civiles inocentes, es una claudicación incondicional de las Fuerzas Federales ante grupos criminales.

Pongámoslo así: para que evitar más muertes liberamos a su jefecillo y ustedes dejan de poner la vida de inocentes en peligro.

Es la explicación más inaudita, indolente y fuera de todo sentido común que puede ofrecer un presidente a sus gobernados. Equivale tanto como a decir “protejo al pueblo dejando libres a los criminales, permitiéndoles actuar a sus anchas”. Eso significa abandonar sus deberes, dejar en manos de criminales la seguridad de los ciudadanos. Cierra los ojos a la realidad y mantiene su estrategia de bajar las armas, cuando tenemos más muertes hoy que durante la guerra.

Si la decisión es pésima, bajar los brazos y entregar al detenido para evitar más violencia, su justificación pública es desquiciante. Describe a un presidente autista que, desapegado de la realidad, construye un mundo donde se ve a sí mismo como Jefe de Estado en oficio de Líder Espiritual, el guía cuya fuerza moral hará prevalecer el bien sobre el mal, confiando en que muy pronto los asesinos entren en razón y entregarán a sus las armas ¿Alguien tiene otra explicación a lo que dice y hace nuestro presidente?.

En ésta parte más que terco lo veo contumaz, entendido el concepto como “terco en el error”. Amplias franjas del país dominadas por grupos criminales que atemorizan a la sociedad, el número de victimas mortales creciendo y López Obrador, asido a su idea del bien, condiciona la seguridad del país a que los sicarios del mal actúen con respeto a la vida, convencido de hacer lo correcto.

Frente a los hechos que lo desmienten, mantiene su narrativa: “Vamos muy bien en la estrategia, por que se están atendiendo las causas que originaron la violencia” dijo en la rueda de prensa y, ocupado de mantener el crédito popular, volvió sobre sus enemigos favoritos: “Es lo que quisieran los conservadores. Se frotan las manos, andan como desquiciados buscando que fracasemos”. Tiene razón, es desquiciante. El país en vilo por la violencia y López Obrador ¡¡¡¡¡¡Piensa que vamos muy bien!!!! . O es cínico, o pretende engañarnos o está fuera de la realidad.

No caeré en la frívola mezquindad política de Vicente Fox, ridiculizarlo con los dislates del “fuchi, guacala, los acusaré con su mamá”. La rendición del Ejército ante un grupo menor de sicarios –¿Que sucedería si van por el Mayo o el Mencho?- tiene las peores consecuencias para el país. No es momento de risa ni de hacer cálculos políticos.Un presidente que renuncia a su primer obligación con los gobernados, proporcionarles seguridad en sus personas y bienes, es un presidente que denigra el cargo, que no merece portar la Banda Presidencial, por más legitimidad electoral con que la haya recibido. Predicadores en éste país hay miles, presidente sólo uno. Lo votamos para gobernar no para evangelizar. Exijamos que abandone su estrategia del bien contra el mal y cumpla con sus deberes de presidente, no es guía espiritual. Sus desvaríos, eso son, conduce al pantano.