*Último tercio, despotismo extremo

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En despliegue de cinismo absoluto hizo de la revocación de mandato un ejercicio de refrendo, pero a las urnas sólo asistieron los llevados por el aparato estatal, completando quince millones de votos con el viejo truco del taqueo. En las elecciones intermedias la suma de los votos opositores superó por cuatro millones a los de Morena y sus satélites, perdiendo la mayoría calificada en la Cámara de diputados. Fueron dos tropiezos no previstos que atenuaron sus aspiraciones continuistas.

Sin embargo un déspota como él, que presume de terquedad como si fuese virtud en sí misma, no es de los que abandonan sus planes ni se rinden jamás. Cancelada o cada vez más distante la opción de prolongar el mandato, con la falacia populista de que “el pueblo manda”, hoy explora el camino del maximato. Lo necesita por que sabe que sólo así reposaría en el panteón de la historia junto Juárez, Hidalgo, Madero y Cárdenas. Fracasa y en vez de ser contado entre los héroes, termina desechado en el basurero de la historia. Los sueños hechos trizas.

Lo único que realmente le importa es heredar el poder para que la servidumbre que le siga rebautice su tierra como “Tabasco de López Obrador”, ponga sus nombres en calles de pueblos y ciudades, su busto en las plazas públicas y los libros de texto lo citen como el libertador del pueblo oprimido que derrotó a “la mafia del poder” y nos trajo la justicia. Así se visualiza, menos sería un fracaso.

El que gana en la batalla escribe la historia, sabe que necesita ganar para ver satisfecha su ambición de trascendencia histórica y si la continuidad de su mandato se complicó, concentrará su energía en dejarnos por herencia a una juanita, un juanito. ¿Quién? El o la que sea, la única condición es la abyección absoluta, la seguridad de que no lo traicionen ni ponga en riesgo sus planes alucinados.

Supongo que de sentirse electoralmente fuerte no dudará en poner a Claudia Sheinbaum, la más sumisa entre los aspirantes mencionados del oficialismo. Es tan indigna la conducta de Sheinbaum que se convirtió en una copia barata de López Obrador, repitiendo como guacamaya cada frase relevante de las mañaneras, intentando agradar en todo al presidente. Le dicen salta y ella salta como rana descocada, corre y emprende la carrera sin que importe a donde va, quieta y ella deja de respirar simulando ser estatua de bronce. Es la perfecta juanita, pues además acusada de una torpeza política difícil de creer en los niveles políticos a los que llegó.

Gobernar a través de Sheinbaum u otro juanito, pongamos Adán Augusto López, es el pase de López Obrador a la historia y en ese propósito obsesivo las elecciones no le importan del todo. Desde luego quiere ganarlas solventemente y ufanarse del triunfo ante los adversarios, es un hombre burlón, pero su garantía de triunfo está en las Fuerzas Armadas. Como todo populista profundamente antidemocrático, jamás ha reconocido una derrota, su partido puede perder dos a uno las elecciones y él declararía fraude, se llamaría robado y convocaría al pueblo para evitar la usurpación de los conservadores.

En ésta parte es donde entran las Fuerzas Armadas, ha cebado a la élite de generales y almirantes permitiendo que construyan las grandes obras en absoluta opacidad, disponiendo sin comprobar de miles y miles de millones de pesos, les entregó el corrupto manejo de aduanas, puertos y aeropuertos y ahora, pisoteando la Constitución, también les entregó el monopolio del combate al crimen, otra fuente inagotable de ingresos oscuros, militarizando la Guardia Nacional.

Espera, lógicamente, que a tanta generosidad las Fuerzas Armadas le retribuyan como custodios de la democracia, de “su democracia”. En la militarización del país, no en el voto de Morena, tiene la garantía de triunfo. Son los militares de alto rango, paradójicamente junto a las fuerzas irregulares del crimen, el verdadero cogobierno en el régimen de la 4T.

En éste único propósito, dejarnos en herencia a la juanita(o) que le permita consolidar el maximato, que a su vez lo instale en la historia como uno de sus grandes héroes, estará ocupado el presidente López Obrador en los dos últimos años que restan a su sexenio. Serán dos años desquiciantes.

Y, como ha sucedido con los gobiernos del populismo, los que actúan con el librito de Sao Pablo, continuará con la devastación nacional que inició cancelando el aeropuerto de Texcoco. Mantendrá la protección al crimen, seguirá desmontando instituciones, consolidará la masificación ideológica de la educación, destruirá los sistemas de salud, intentará desestabilizar las universidades públicas, amedrentará o perseguirá a políticos opositores y periodistas influyentes que le son incómodos.

Si los mexicanos libres piensan que han visto todo de López Obrador, viven un autoengaño. En los próximos dos años el hombre se radicalizará al extremo, descargando su furia contra personas e instituciones, especialmente los órganos electorales, que amenacen con frustrar sus anhelos hacia el maximato. Lo ha dicho en varios momentos, emulando a otros dictadores populistas, “el que no está conmigo está contra mi”. A partir de ahora sabremos su concepto de la vieja sentencia bíblica, veremos la peor versión de López Obrador.