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martes, junio 25, 2024
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En una lógica de sentido común y compromiso de país, durante la transición de un gobierno a otro estaríamos discutiendo sobre la forma de atender y eventualmente resolver los mayores desafíos nacionales para los próximos seis años, mínimo. Hablo de la espantosa inseguridad en que vivimos los mexicanos, con buena parte de la economía y enormes trozos del territorio secuestrados por las organizaciones criminales; del aumento brutal, en algunos casos al triple, de alimentos básicos en la dieta del mexicano y productos de consumo generalizado; del colapso en el sistema de Salud donde nos prometieron Dinamarca y nos acercamos a Cuba; hablo del enorme déficit financiero como no se había visto en treinta años, que nos pone al borde de una crisis cuyas consecuencias son insospechadas; de las decadentes empresas nacionales, Pemex y CFE, que representan pesadas cargas a la Hacienda Pública, siendo cada vez más ineficaces; del colapso en la infraestructura de comunicaciones, presas, puertos y aeropuertos.
Hablo de esos y otros gravísimos problemas del país que precisan atención inmediata de la presidente electa, Claudia Sheinbaum, los cuales no parecen existir siendo grandes elefantes en salones y pasillos de Palacio Nacional. O hablar de las oportunidades para el desarrollo económica, la relocalización empresarial y las ventajas en la guerra de los colosos, Usa y China. En lugar de proponer alternativas de solución o buscar la forma de insertarnos en las oportunidades internacionales, la presidenta electa quedó atrapada, como el resto de la sociedad mexicana, en la discusión que interesa al presidente que sólo restan tres meses y medio de gobierno. Nos impuso, le impuso a Sheinbaum, una agenda de su prioridad personal; las reformas del Plan C que no significan más que el desmonte de las instituciones más sólidas del país, empezando por la Suprema Corte de Justicia. Después seguirán los órganos electorales y organismos autónomos que contienen el poder de la autoridad gubernamental frente al ciudadano.
Le llamo “agenda del rencor”, es la obsesión patológica del López Obrador por destruir el andamiaje institucional que hizo de México lo que es hasta hoy, una de las economías más grandes del mundo y un país donde la democracia y el desarrollo económico empezaban a consolidarse. Esa agenda del rencor está sostenida en la narrativa de “la corrupción y el secuestro de los potentados a…”, argumento estándar del presidente saliente para cada acto de barbarie que justifique las decisiones que van contra el interés ciudadano. Con ese argumento dijo que cancelaba el Aeropuerto de Texcoco, las estancias infantiles, las compras consolidadas de medicinas. En nombre de la corrupción ha justificado cada acción radical de su gobierno, sin que nadie aparte de Lozoya Talman haya sido procesado por esa causa. Rosario, Collado, Ancira, Murillo y los otros detenidos fueron por venganzas.
Lo suyo es una mentira reiterada mil veces y sostenida durante seis años, mentira que a veces raya en infamia. Es una vulgar muletilla para justificar sus caprichos y traumas de gobernante movido por viejos rencores y apetitos de venganza largamente macerados. De ser cierto su celo por la honestidad, sobre la misma justificación debió desaparecer Segalmex, víctima del peor saqueo documentado en la historia del país, cancelado Dos Bocas y el Tren Maya, construidos en la más absoluta opacidad, asignando contratos multimillonarios de manera directa y envueltos en constantes señalamientos de corrupción, donde la hoy gobernadora electa de Veracruz y amigos de sus hijos son protagonistas estelares. De haber actuado contra la corrupción en lugar de sólo hablar, las cárceles del país se hubiesen llenado de corruptos grandes, pequeños y medianos, pero la intención nunca fue combatirla, su propósito era exhibirlos en el púlpito matutino, muchas veces sin la menor prueba, y usarlos como pretexto de sus decisiones contra el país.
Con esa engañifa empezó destruyendo al nuevo Aeropuerto a un costo para el contribuyente de 350 mil millones de pesos, mismos que seguimos pagando hasta la fecha. Con esa engañifa terminará su periodo legal (por lo visto pretende ampliarlo fácticamente), dando un golpe mortal a la autonomía e independencia de la Suprema Corte que frenó sus impulsos destructivos. Atenidos exclusivamente a sus hechos, podemos decir legítimamente que López Obrador es un desaforado depredador de las instituciones nacionales, que durante su mandato abusó del poder y, habiendo presidenta electa, sigue abusando como si los votos del pasado dos de junio lo autorizaran a continuar la depredación. En todo caso la autorizan a ella, no a él.
El empoderamiento de López Obrador y la condescendiente sumisión de Claudia Sheinbaum en la transición (el beso del sometimiento es vergonzoso en dos jefes de estado), sugieren que los grandes problemas del país descritos al inicio de la presente entrega, seguirán pospuestos en la agenda nacional. No fueron ayer, no son hoy y no serán mañana interés personal para ninguno de los dos. Ellos están en la lógica del segundo piso, consolidar las reformas que nos acercan hacia las pequeñas dictaduras latinoamericanas, alejándonos de las democracias europeas, narrativa con la cual instalaron lo que hoy llaman Cuarta Transformación. Intento ser optimista, convencerme de que exagero y tener la fe de los devotos o clasemedieros crédulos, pero lo que vi durante casi seis años y veo ahora en los primeros días posteriores a la elección, es que México se va por el caño de la vileza, la infamia y el engaño hechos gobierno. No, no me pidan un acto de fe, a los gobernantes se les juzga por sus hechos, no por sus dichos.Rompeolas

Lo primero que hizo Cruz Pérez Cuéllar al conocer los resultados finales de la elección, fue salir corriendo a donde Mario Delgado y Claudia Sheinbaum (presumiblemente la VPE no lo recibió) a presumir que por él ganaron la elección copiosamente. Otra mentira, Cruz alcanzó los 350 mil votos, cierto, pero Juan Carlos Loera cerró en Juárez con 430 mil, una diferencia de 75 mil votos más sobre el edil. ¿De dónde presumir que el triunfo se lo deben a él?. Falso, la enorme diferencia entre ambos tiene otras explicaciones; el corporativismo del régimen que priorizó lo federal. Cruz lleva la espina de que Loera tuvo más votos que él en las elecciones del 2016 y 2021 y que le ganó la interna 2020. Digan lo que digan, a Cruz le siguen pintando cuernos en Morena, por su pasado corrupto junto a Duarte y el fierro indeleble de prianista. ¿la gubernatura en la bolsa? Ufff, hijitos, falta mucho para que la decidan.