Meade ¿Engañar con la verdad?

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Adolfo Ruiz Cortines era un político ladino, hoy lo llamarían audaz y vivaracho lagartón. De él se cuentan diversas historias que al paso del tiempo formarían parte del anecdotario de los destapes, ese ritual sagrado y máximo que cumplía la política mexicana cada seis años.

Quizás la más conocida la escuché por vez primera de Fernando Baeza, cuando era gobernador la platicaba divertido. Después supe que Gonzalo N. Santos, ese cacique al que también le atribuyen la máxima de que la “la moral es un árbol que da moras”, la incorporó en sus memorias.

Hoy las versiones abundan, la de Gonzalo es que poco antes del destape, Ruiz Cortines recomendó a subordinados de Gilberto Flores, el pollo, Secretario de Agricultura, limpiaran la situación financiera y fiscal de su jefe. Presurosos informaron de la recomendación presidencial y éste celebró feliz ¡ya la hicimos!.

Semanas después los sectores del partido se pronuncian por el Secretario del Trabajo, Adolfo López Mateos y cuando el “pollo” Flores visitó a Ruiz Cortines buscando una explicación, el viejo ladino lo recibió con otra que pasó a la historia: “nos ganaron, querido pollo, nos ganó el joven López Mateos”. Seguro Reyes Baeza conoce la historia, Carlos Carrera recibió la misma respuesta cuando las internas frente a Cano.

La moraleja de esa historia llegó siendo Ruiz Cortines expresidente. Retirado de la política en Veracruz, un reportero le preguntó por que hizo creer al “pollo” que sería presidente, el viejo respondió ¡Jamás!, aclarando que recomendé arreglar sus cuentas ¿Para que las necesitaría ordenadas de presidente, si puede hacer lo que desee? Reflexionó, riendo, Baeza.

Los políticos entienden lo que quieren entender, ven lo que les conviene, construyen su propia fantasía e intentan darles carácter de realidad. A Ruiz Cortines le resultó fácil “engañar con la verdad” al entonces favorito de la clase política y este, precisamente por creérsela, se tragó completo el garlito.

Era sencillo hacerlo, corrían los tiempos del partido de estado, del todo poderoso PRI, su única voz de mando podía jugar hasta con sus posibles sucesores y así jugaron hasta desgastar el esquema.

El último presidente que nombró sucesor conforme al viejo ritual fue Miguel de la Madrid, al que la historia juzga con ingratitud el más gris, siendo que hizo prevalecer al país tras los doce años de borrachera populista y dispendio de Luis Echeverría y López Portillo y el sismo del 85.

Entonces Alfredo del Mazo, padre del gobernador del Estado de México, era el favorito de los priistas, pero De la Madrid tenía elegido a Carlos Salinas. Cuando era inminente el destape de Salinas, Del Mazo intentó un madruguete postulándose en estaciones de radio.

Recuerdo muy bien una columna de cualquier periódico de la Ciudad de México: “Del Mazo quería la embajada suiza, pero lo mandaron a la belga”. El presidente castigó su indisciplina enviándolo de embajador a Bélgica y aquel columnista cuyo nombre no recuerdo hizo el día a Salinas. Curiosamente también Gonzalo N. Santos recibió igual tratamiento, Lázaro Cárdenas lo mandó a la embajada belga cuando canceló el maximato de Calles.

Casi treinta años después el país y la política han cambiado mucho; el presidente ya no es el gran Tlatoani que solía ser y su partido arrastra un desprestigio bien merecido, hoy es uno más entre los partidos con fuerza nacional y las decisiones del su presidente ya no son ley. Es, por mucho, el político más encumbrado pero perdió la condición de absoluto.

Tengo dificultades para entender a ciertos columnistas y observadores nacionales que postulan la tesis de que Peña Nieto podría estar “engañando con la verdad”, al presentar a José Antonio Meade para ser candidato del PRI, sobre los otros aspirantes. O lo hacen por compromisos o siguen viviendo del 88 hacia atrás, pensando en que los destapes de hoy son iguales a los de entonces.

A Peña Nieto lo han tratado de pendejo desde que no supo citar el nombre de tres libros. No hay razón, en realidad el hombre ha mostrado agudeza política al momento de las más importantes decisiones de su sexenio, empezando por aquella de sacrificar a Luis Videgaray en la gubernatura del Estado de México, en previsión de que abandonase el partido Eruviel Ávila. La amistad jamás nubló su criterio.

Muchos, entre los que me incluyo, dimos por muerto al PRI, pensamos que la impopularidad y el descrédito del partido, por la corrupción generalizada de sus gobernantes, con los que Peña fue condescendiente hasta que no pudo más, terminarían conduciéndolo a la tumba.

Yo no concedí al PRI posibilidades competitivas ni cuando ganó el Estado de México. Entonces pensé que ese espejismo aceleraría su desastre electoral, cuando intentasen replicarlo a escala nacional, en una lógica inversa a la máxima de la Güera

Rodríguez, después de México todo es Cualtitlán.

En aquel momento era la lectura correcta, pero la política es muy dinámica y voluble, igual que los públicos; hoy cualquiera es villano, mañana héroe, de modo que la circunstancia actual es diferente y sabemos que mañana puede cambiar.

Frente al escenario más adverso, viendo sus posibilidades disminuidas y con el santo de cabeza por cada nuevo gobernador que ingresaba al club de los oficialmente corruptos, Peña tuvo la tranquilidad para visualizar la candidatura de un ciudadano pintado de azul y postulado por el PRI. Deshabilitó los candados estatutarios que prohibían postular a un ciudadano sin militancia y desde entonces lo pasea como el gran favorito.

¿Cuál sería la motivación de Peña al enviar por delante a Meade, suponiendo que busque proteger a otro, su querido Nuño por ejemplo? No hace sentido, y si lo hace en el corazón de un hombre, en la política choca sin barras de protección.

José Antonio Meade es un caso singular, sin pertenecer a ningún partido, nadie iguala su expediente en el servicio público: secretario de Energía y de Hacienda en el gobierno de Felipe Calderón; secretario de Relaciones Exteriores, Desarrollo Social y Hacienda en el gobierno de Peña Nieto.

Cinco veces secretario del gabinete presidencial en dos gobiernos de signo diferente, sin que unos lo acusen de traidor y otros de arribista. Algo tiene para permanecer en lo más alto del sector público durante doce años y además ser considerado el más firme aspirante del PRI, siendo que en realidad está moteado de PAN.

Peña y Meade hacen su trabajo, pero el descrédito del PRI es tanto que los correctos movimientos políticos resultan insuficientes para ganar la elección. En su caso no vale la máxima de que “gana quien cometa menos errores”. Necesitan tomar las decisiones correctas y esperar a que sus enemigos fallen.

También ahí reciben buenas noticias, desde afuera les ayudan. López Obrador tomó una mala decisión eligiendo a Claudia Sheinbaum para candidata en la Ciudad de México, por que nunca pensó que Ricardo Monreal se insubordinaría; Ricardo Anaya por su obsesiva compulsión de Poder minimizó a Margarita Zavala, hasta obligarla a renunciar. Provocó la mayor fractura del PAN en décadas y comprometió la viabilidad electoral del precario Frente.

Anaya se desmorona golpeado por su inflamada soberbia, Margarita elige el camino más largo e inseguro y López Obrador conserva el liderazgo popular, pero abre fisuras en su monolítico partido y pierde a uno de sus mejores operadores en campo.

Esos hechos despejan espacios de respiro al PRI, quién podría refutarlos, y lo sube a la mesa de los jugadores con cartas competitivas. El juego adquiere otra dinámica en razón de aciertos del “pendejo” Peña y errores de sus “avezados” adversarios. Ojo, no digo que lo veo ganador, solo que regresa al juego en condiciones competitivas, cuando muchos lo dimos por muerto.

Falta distinguir entre política y humor ciudadano, Peña y Meade pueden hacer todo perfecto desde el punto de vista político, pero nadie asegura que esas decisiones correcta y oportunamente tomadas los congratulen con los electores.

Hoy los acuerdos políticos no garantizan resultados electorales. Si convertir la aceptación social en votos es complicado, revertir el rechazo resulta casi imposible. También la gente, al igual que los políticos, ve en ellos lo que quiere ver ¿Engañar con la Verdad? Es sólo un recurso retorico, muy erosionado, para mantener la esperanza de los rezagados. Que Weba, el PRI resucita postulando a un panista y el soplo inconsciente de sus adversarios.