Corrupción mata liturgia… también disciplina

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Sin que pase por segunda parte, recupero las ideas centrales del domingo anterior. Decía que Peña jugaría inteligente postulando por el PRI a una figura de antecedentes panistas y describía la improbabilidad de que pretenda engañar con la verdad, haciendo creer que se decanta por José Antonio Meade, cuando trae bajo el sobaco cualquier otro nombre.

Veo tan perfilado a Meade que, a un mes del destape, otra decisión me parecería absurda, incluida la de Osorio Chong, el favorito de los priistas según encuestas. Sin embargo, también dije al cerrar la entrega, que para efectos electorales una cosa es el inteligente manejo político construyendo una sucesión sin mayores arrugas y otra el humor social de los mexicanos.

El presidente puede hacer políticamente todo perfecto y aún así su partido perder la elección, los acuerdos cupulares son importantes pero insuficientes. Hace dos años César Duarte se mostraba como el gran elector de Chihuahua, infalible prohombre de la política doméstica, campeón de toda elección: arrasó en las internas dejando a los partidos de oposición a nivel de fuerzas testimoniales; los despedazó en las elecciones de diputados federales y después compró, en barata, los membretes menos representativos y partió al PAN en dos.

Así puso de candidato en el PRD a Jaime Beltrán del Río, uno de los aspirantes panistas al gobierno, y en Movimiento Ciudadano a Cruz Pérez Cuéllar, con una larga tradición azul. Impúdicamente financió sus campañas con recursos públicos, según versiones de entonces hasta hoy no desmentidas.

Duarte tomaba, en el último año de su mandato, las decisiones políticas dentro y fuera del PRI, consiguiendo imponer candidato en su propio partido, Enrique Serrano, lo que sólo otro gobernador en la historia de Chihuahua había logrado, Fernando Baeza con Jesús Macías, dupla también derrotada.

La burbuja de aduladores en su entorno próximo estimulaba sus excesos. Decían a su oído que era el gobernador más “chingón de la historia” y delirantes por que consolidarían un reino de mil años, ninguno de sus “campanitas” lo previno del creciente sentimiento antiduartista entre los chihuahuenses, desautorizando sin argumentos a quienes desde fuera veían la catástrofe para ese partido.

La historia empezó en aquella obscena y dispendiosa fiesta de cumpleaños amenizada por Juan Gabriel en la casa de gobierno y se agudizó a lo largo de su mandato, avanzando sin pausa como la humedad en adobe. Mientras el gobernador se sentía ganador, el rencor del ciudadano crecía alimentado por la corrupción incontenida, los abusos de poder y desplantes de absoluto.

Por ese control asfixiante ni Javier Corral ni Gustavo Medero vieron condiciones objetivas para recuperar el gobierno desde el PAN. En un primer momento ambos decidieron salirse del grupo de precandidatos panistas, intentando crear un frente ciudadano y una alianza con el PRD que potenciara sus posibilidades. El frente lo consiguieron de membrete, pero Hortensia Aragón jamás deshizo sus acuerdos con Duarte, frustrando cualquier alianza con el PAN.

También ellos estaban deslumbrados por el activismo de Duarte, pero los electores, sin decir media palabra, supieron esconder el enfado y al momento de votar explotó el grito contenido de venganza. Esos chihuahuenses hartos de la corrupción y los excesos entregaron a Serrano la peor votación del PRI desde que recuperó la gubernatura que tenía Francisco Barrio.

Sin esfuerzo el PAN ganó la mitad de las presidencias municipales, entre ellas las importantes, consiguió la mayoría en el Congreso del Estado y redujo al PRI a sólo cinco diputados, y desde luego los llevó a Gobierno, a lo que ni el mismo Corral daba crédito, fue el primer sorprendido con el resultado.

¿Cómo pudo suceder una derrota así? La gente calla pero bien que observa, hoy conoce el valor de la democracia, sabe que el voto no se da, se presta. Mientras más encumbrado veían a Duarte, más ganas les daban de bajarlo a punta de votos y lo consiguieron. Con tal de hacerlo perder hubiesen votado por el “Burro Chong”.

En esa parte falla el PRI de Peña Nieto, puede apegarse a la liturgia de su partido, esos rituales sagrados que tanto le gustan según reveló el miércoles pasado, durante una reunión con periodistas de la ciudad de México, para un destape sin fisuras, pero mientras sigan ignorando el humor de los mexicanos, sus posibilidades de conservar el poder serán marginales.

Las elecciones del próximo año girarán en torno al tema de la corrupción, en la que todos los partidos se encuentran, incluido Morena, pero el PRI lleva la denominación de origen. Hoy decir PRI es igual a decir corrupción. Y no es que a todos embone el término, como partido han hecho lo suficiente y más para ganárselo.

¿Resolverá el candidato del PRI ese acertijo social? ¿De qué estrategia de comunicación se valdrá para enviar un mensaje de que no todos en ese partido son corruptos, que hay un PRI responsable y ocupado en la gente?.

Podrían empezar diciendo que son intolerantes con los compañeros de su partido marcados por la corrupción, motivo por el cual están expulsados –falta uno- y sujetos a proceso. Qué mayor muestra de que no están dispuestos a solaparlos, dirán como argumento central intentando desasociarse.

Si pero no, la gente no se chupa el dedo. Peña Nieto permitió que convirtiesen las oficinas estatales de recaudación en cajas registradoras de sus propios negocios y no fue sino hasta verse obligado por la presión social, cuando decidió actuar. Lo hizo más forzado por la opinión pública que por una convicción sincera de justicia.

Demos por bueno ese detalle, más vale tarde que nunca, a la fecha van 16 gobernadores sujetos a proceso, de los cuales unos están detenidos en el país, otros en el extranjero y pendiente su extradición, y otros huyendo, como el caso de César Duarte.

Aún así los analistas y comunicadores del Partido tienen frente a sí una paradoja: Si los presume como trofeos de su cruzada contra la corrupción, el monstruo vuelve sobre sus pasos y los acusa de nuevo, pues fueron precisamente esos mandatarios dispendiosos y abusivos quienes hacen recordar a la gente que su Partido es de corruptos. El descrédito de los políticos, especialmente de los gobernantes priistas, es tal que no les creen ni los buenos días. Si Peña dice que brilla el sol a medio día, la gente checa sus relojes para comprobar que no sea media noche.

Para contrastar y hacer diferencias entre el PRI de la corrupción y el nuevo PRI que, seguramente, intentarán vender el candidato a la presidencia, sea Meade u otro,

necesita hablar el lenguaje de la gente, dar otra cara y Peña aguantar sin hacer gestos todo reclamo que le resulte incómodo.

Me da la impresión que ese tema de la mayor prioridad lo tienen por secundario, están concentrados en la unidad de su partido y el alumbramiento feliz. En días pasados Teokali Hidalgo, presidenta del Comité Municipal del PRI, hizo una declaración anunciando que solicitará al CEN la expulsión de César Duarte.

Viniendo de un priista parecía fuera de tono. Es probable que entre ellos así la hayan visto, hasta hoy ningún priista de alto perfil dentro o fuera de Chihuahua ha sido capaz de apoyar el comentario de la joven y valiente Teokali. Tienen pavor hablar de corrupción y mucho menos ponerle nombre y apellido.

Enrique Ochoa no se da por enterado del enorme lastre que arrastra su partido por esa gavilla de truhanes, que dispusieron de los recursos públicos a su antojo en los estados donde gobernaron en complicidad con Peña.

Quizás sea la percepción de un observador provinciano, además sobre estimulada por vivir en una entidad donde corrupción y excesos dominaron el pasado reciente. Puede, sin embargo el PRI ha recibido señales inequívocas de esa indisposición social en su contra, de atenerse a los últimos resultados electorales debería tomarla en cuenta.

En 2015 perdieron nueve de doce gubernaturas en disputa, entre ellas su adorado Veracruz, la tercera fuerza electoral del país, y un año después una desconocida postulada por Morena les hizo tablas en el Estado de México. No les arrebataron su bastión sólo por que pudieron establecer un acuerdo factico con PAN y PRD y aún así Morena ganó “partido a partido”.

Esa elección, mejor que las perdidas, fortalece la tesis de que la operación política es insuficiente para ganar elecciones. Con todos los recursos públicos a su alance, los acuerdos con otros partidos, un candidato propio de pedigree y una adversaria sin historia, apenas la hicieron tablas.

Si piensan reproducir el esquema del Edomex a escala nacional, vayan dándose por perdidos. Podrán reducir a Ricardo Anaya o inhabilitarse el mismo, por su obsesión de poder; hacer un pacto con Margarita para que decline a favor de Meade, postularán a Ricardo Monreal en la ciudad de México, como propone Eruviel Ávila, nuevo presidente del PRI local, pero mientras oculten bajo la alfombra el mugrero de la corrupción la gente les negará su voto, inutilizando su liturgia y matando la disciplina.

Maldita Weba y pensar que está el “eternamente puro” captando el voto de soñadores e incautos.