Una de traiciones y cuatro de mentiras

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La más sonada traición de Anaya fue contra Gustavo Madero, hoy reducido a modesto candidato a senador, falto de influencia para ser puesto en la lista de plurinominales, siendo que en su época de presidente el joven Anaya cargaba su portafolio y le reservaba espacios en restaurantes y presídiums. Su antiguo subordinado lo envía de candidato por tierra y por respetar compromisos con Javier Corral.

Antes traicionó a su primer protector, Patricio Patrón Laviada, gobernador de Querétaro que lo inició en política, la más reciente fue contra Rafael Moreno Valle, de quién recibió apoyo económico y político para ser presidente del CEN y hasta el final lo trajo con engaños de que podía ser candidato del Frente.

Los que enmarcan su cadena de traiciones quedan espantados de la forma en que hizo meteórica carrera política -Cuando ganó Fox tenía sólo 21 años- que lo llevó en tiempo record a convertirse en uno de los políticos más influyentes del país, candidato del PAN y otros dos partidos a la Presidencia, dueño absoluto de su entorno y envidia de políticos bien formados sobre los cuales pasó sin mirar atrás.

El espanto de sus críticos es fariseo, no es acaso la política una actividad donde la traición es moneda corriente de cambio, los acuerdos temporales y la única lealtad permanente es con el poder. Lo decía otro queretano; nadie es leal al presidente o al gobernador, todos son leales al poder.

Esa lealtad al poder que motiva las traiciones con tal de conseguirlo, ha sido descrita en máximas centenarias como “muerto el rey viva el rey”, populares de profunda y sencilla sabiduría, “se hacen para donde calientan las gordas”, o dramáticas como las sentencias sumarias contra los que “con tal de conseguir el poder son capaces de pasar por encima de su madre”.

En política la traición es virtud no pecado; constante, no excepción; esencia, no accidente; acierto, no error. Y para muchos es un arte donde todo consiste en saber traicionar a tiempo, ni antes di después, en el momento justo en que puedas apoyar el pie sobre el traicionado sin peligro de caer. Ese timing lo tiene Anaya, sabe traicionar a tiempo y entiende que todos son “traicionables”.

Desde luego hay precios altos que pagar, construir una carrera basada en la traición es alimentar una masa de amarguras y resentimientos añorantes de venganza que vuelven contra el traidor hasta saturar el camino que antes transitabas con soltura, haciéndolo imposible de avanzar.

El único límite es prevenir la traición a su propia persona ¿Qué más queda cuando alguien se traiciona a si mismo? En ese punto el camino hacia el poder o el objetivo idealizado se cierra hasta quedar invertido, entonces sobreviene la inevitable caída.

Hasta ahí llegó Ricardo Anaya, el culmen de su andar por el poder lo llevó a traicionarse. Puesto en la candidatura presidencial centró el discurso de campaña en la honestidad y el combate a la corrupción, imperiosos reclamos y anhelos de los mexicanos a sus gobernantes. Pensó que sus mentiras sepultarían el pasado de corrupción y, exhibido, hoy sueña que lo llevarán hasta Los Pinos donde al instalarse llamará a la reconciliación nacional y todos quedaremos sometidos a su dictado.

¿Cómo un político de sus alcances, vencedor de Fox, calderón, Madero, Moreno Valle, Mancera, Barrales, Dante, Josefina y muchos más supuso que pasaría inadvertido su enriquecimiento inexplicable? La traición a sí mismo lo cegó y hoy lo tiene atorado en un pantano del que no avanza ni retrocede pero más batido queda con el tiempo que transcurre.

De López Obrador estoy convencido que se ve cual mesías, el iluminado por cuya voz acabarán todos los males de éste país, solo por su voluntad. Me disgusta el cliché, pero nada lo describe mejor y así lo captó Milenio durante la entrevista que concedió el jueves en el programa de TV, conducido por Carlos Marín, donde participaron como invitados Azucena Urezti, Héctor Aguilar Camín, Jesús Silva Herzog Márquez, Carlos Puig y Juan Pablo Becerra-Acosta.

Al otro día la entrada de la nota principal en Milenio Diario lo describía a través de sus propias palabras:  “Soy republicano, soy honesto, soy legítimamente ambicioso, soy pacífico, soy libre, soy congruente, soy respetuoso, soy amplio, plural e incluyente, seré el próximo Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas. Me pueden llamar peje pero no lagarto. Sin ego, soy Andrés Manuel López Obrador, como un generoso autorretrato hablado”.

Desde luego los columnistas del periódico lo despedazaron el viernes. Evitaré citarlo, Andrés Manuel no es tema de la presente columna, sólo reproduzco el párrafo con que cerró su entrega Alfredo C. Villela: “Con más de 40 por ciento de las encuestas y a sólo tres meses y días de los comicios, se entiende de sobra que el hombre ya se ve en la silla, destinado no sólo a ser Benito Juárez y Francisco I. Madero, sino llamado a empujar una transformación nacional desde un movimiento que, dicen, es el mas importante hoy por hoy a escala mundial. Bola que Jesús Silva Herzog Márquez no dejó pasar: le va a quedar chico el país…”.

López Obrador no miente, es profundamente sincero al autodefinirse como creador de la Cuarta República. Lo dice y lo repite una y mil veces, su discurso de la honestidad es tema central de campaña, en el cual afirma que la corrupción acabará por su ejemplo, pues al verlo el resto de las autoridades serán honestas. No está engañando a nadie, se asume moralmente intachable, sin mancha, puro, la personificación de la suma verdad y así lo quiere la gente.

Y no recriminable que de la vuelta a temas controversiales como Venezuela, el aborto, religión, el matrimonio entre homosexuales, sus ingresos, sus hijos. Por qué tendría que fijar postura sabiendo que una definición inequívoca le restaría votos en uno u otro sector del referente ideológico. Nadie lo sacará de ahí y está en su derecho a la ambigüedad en temas incómodos. Comprendan, está en campaña.

Desde ese punto de vista López Obrador es sumamente congruente, no engaña a nadie, la solución es él. En cambio Anaya intenta pasar por democrático, generoso, honesto, moderno, plural, incluyente y cuando la PGR –si, por consigna, por estar al servicio del PRI y haciendo la campaña de Meade- levanta sus enaguas queda exhibido como vulgar corrupto que aprovechó la influencia que da la presidencia nacional del PAN para enriquecerse y llevar una vida de lujos que no corresponde a los ingresos declarados en su tres de tres.

Su problema no está en la traición, cientos en el PAN o el Frente hubieran empeñado a su madre con tal de alcanzar la candidatura presidencial; el problema de Anaya es él mismo. Al traicionarse saboteó su propia campaña y esta quedó a la deriva una vez que sus embustes y corruptelas fueron expuestos en la opinión pública mexicana.

Podrá ganar la elección, me parece improbable pero sigue peleando un lejano segundo lugar con José Antonio Meade y eso lo mantiene sobre la mesa de juego. La última encuesta del Financiero situó al candidato del PRI en 24 puntos, por 23 de Anaya, ambos muy distantes de los 42 de López Obrador.

Pero aún ganando su presidencia estaría destinada al fracaso, nadie puede gobernar sobre una pila de cadáveres políticos entre los que sobresalen personajes de la mayor importancia para el PAN. Sería un presidente tan anodino como intrascendente cuya administración quedaría manchada por la corrupción que condena.

Con Anaya recuerdo el viejo chiste del bebedor gorrión. Hace tiempo un amigo de San Juanito nos hizo el viaje ameno, dejándonos muertos de risa desde que salimos de Chihuahua rumo a su rancho en la sierra:

Estaban varios amigos en una carne asada y no faltó el fanfarrón que presumió de gran tomador: Así, como éstas, cuantas cervezas se toma, amigo, le preguntó el dueño de la fiesta. Pues en un día tranquilo como éste, sí me ando tomando dos cartones, presumió. Y cuando usted las compra. Ay caray, así todavía no me he calado.

Así Ricardo Anaya, no se ha calado como gobernante, pero aprovechó la influencia del PAN y mostró su vena de corrupto a tiempo completo. Imagínelo en los Pinos, los Duartes, Borges, Padrés, los moches, la casa Blanca y las estafas maestras serían juego de niños.

Y pensar que son nuestros salvadores ¿A quién traicionamos este día? Ojala pudiese traicionar al trabajo y decir en la redacción que ya entregué, o engañar al tiempo para convertir todos los días en sábado. Mentiras las de Einstein con eso de que el tiempo es relativo, sin darme cuanta me alcanzó el sol, bajo la palapa, y calentó la cerveza. Aquí paro, el próximo domingo no hay weba, unos días de asueto siempre vienen bien.