*El sagrado derecho a vandalizar

* Y a Cuauhtémoc, qué pero le pone

* Grajeda duerme como angelito

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El maltrato a la mujer, en cualquiera de sus modalidades, es una perniciosa y violenta costumbre que todos debemos empeñarnos en erradicar de nuestra sociedad, si presumimos de tener madre. Las vejaciones son constante no excepción, lastiman a nuestra sociedad y las sufren mujeres de toda condición social, edad, nivel cultural, color o religión. En ese embudo del mal cualquiera puede caer.

El tema se viene discutiendo en público por lo menos los últimos cincuenta años, con mínimos cambios positivos en la conducta social. Especialmente son insuficientes los esfuerzos institucionales cuyo fin es generar condiciones de vida digna y, tengo la convicción personal, de que las llamadas “acciones afirmativas” que promueven la equidad genero, están inspiradas en el oscuro interés de empoderar a un reducido grupo de activistas.

Las pruebas están ahí, el movimiento de equidad de genero en las leyes electorales avanzó mucho, les han dado todo. En cuanto a mejores condiciones de vida que inhiban los delitos más comunes: acoso, violación etc., estamos igual o peor que hace cincuenta o cien años. Siguen siendo ataques que las mujeres llevan en silencio, temerosas de sufrir represalias si denuncian.

Por eso creo que la verdadera lucha está en el seno familiar, en educar a nuestros hijos e hijas en los valores universales del amor, respeto mutuo, compasión, tolerancia, aceptación. Hacerles ver la repugnancia de atentar contra otras personas, con independencia del género; de aceptar y respetar a los que consideramos diferentes, por el motivo que sea; de practicar la inclusión y tolerancia; la importancia de ver por nuestros derechos y los derechos de otros.

Convencido sinceramente de lo anterior, suelto un anatema: No creo en el movimiento organizado de género. Como dije, tomo a sus dirigentes –sin generalizar- por oportunistas que se valen del tema sin más fin que escalar posiciones políticas.

Es diferente, sin embargo, salir a las calles y gritar que están hartas de verse acosadas, vejadas, expresar su enfado por los maltratos y violaciones. Ese recurso me parece un poderoso instrumento para visibilizar el problema y gritar basta, hasta aquí, alto, formular un reclamo legítimo que todos debemos escuchar y hacerlo nuestro.

Tengo un pero, ese grito de hartazgo pierde legitimidad en las acciones vandálicas. En Ciudad de México destrozaron una estación del metrobus, pintarrajaron monumentos históricos, lesionaron a policías, bomberos y civiles. Fue una manifestación violenta. Claramente estaban coordinadas con el grupo de Chihuahua y seguramente de otros estados, pues acá también vandalizaron monumentos públicos, sin alcanzar aquellos niveles de violencia.

¿Cuál necesidad? ¿Porqué combatir violencia con violencia? ¿Qué pretenden exhibiéndose como grupo de mujeres violentas? Francamente no lo entiendo, pero algún fin llevan, no se trató de manifestaciones expontáneas.

Postular su sagrado derecho a vandalizar, con el pretexto –con desmanes así lo hacen ver- de que sufren vejaciones de cualquier tipo, incluso por autoridades, es un desatino. Acciones así las desacreditan y pone al nivel de quienes son sus victimarios. Dónde firmo para sumarme al movimiento contra la violencia de genero; dónde para que la autoridad actúe contra el vandalismo. Ninguna causa justifica la violencia contra terceros.

Rompeolas

El nueve de agosto quedamos atónitos con la noticia de que nueve cuerpos aparecieron colgados de un puente de Uruapan, Michoacán, y otros siete ejecutados con armas de fuego. ¡Cómo puede pasar eso en nuestro país! ¡Imaginen a los niños que iban camino a la escuela y se topan con el macabro espectáculo!, repetían en las tertulias de café. Y los tres colgados y dos masacrados en Cuauhtémoc, a cien kilómetros de la capital, qué pero me le pone. Y los tres ejecutados en la Campesina, a qué niños asustaron. Es triste reconocer, estábamos mejor cuando estábamos peor.

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Cuatro días con el Hospital Regional de Guadalupe y Calvo en paro, el personal de salud reventó al verse impotente ante las necesidades, y Corral haciendo sonaja con un dinero que todavía no está en caja. ¿Sabe cuantos mueren en el hospital por falta de atención? Dos o tres cada semana, dicho por los médicos. Son más las bajas por las carencias en el hospital que por las balas de sicarios, también dicho por ellos ¿Y nuestro querido Secretario de Salud? Durmiendo como angelito, con los ojos cerrados o mirando en otra dirección. ¿Y nuestro ínclito señor gobernador? Atizando la campaña de obras, pensando en que las noticias de muerte, dentro y fuera de los hospitales, son chismes de la prensa corrupta. Que se los diga a los deudos, para ellos los cuerpos son muy reales.