*Andrés, el dualismo del ser

* La ética del moralmente puro

*O el deber ser lopezobradoriano

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En los últimos días he sufrido sobresaltos jamás imaginados, tan poseedor de la verdad y de amplia capacidad interpretativa como luego se asume uno con dejos de arrogancia. Mis ejercicios especulativos, cálculos, inferencias, análisis que sobre López Obrador he construido en los años que llevo escuchándolo, asumiendo que entiendo su lógica, trastabillan y me obligan a replantear categorías y paradigmas que antes di por válidas.

Desde su extendida campaña consideré que su populismo autoritario y antidemocrático de un enamorado del poder dominaba sus acciones y supuse que las primeras decisiones de gobierno confirmaban mis sospechas y las de tantos otros analistas y observadores de la política nacional. Transparentes aparecieron en secuencia: cancelación del Aeropuerto de Texcoco a un costo brutal para el país; anuncio de obras magnas de cuestionable utilidad, Refinería y Tren Maya; concentración del poder a través de los programas sociales y el debilitamiento de las instituciones; construcción de una plataforma electoral como base del nuevo partido hegemónico; polarización de la sociedad a modo de estrategia que le permita visibilizar al enemigo común del pueblo, que todo dictador necesita para legitimar sus acciones -conservadores, fifís, neoliberales, reaccionarios-; hacerse pasar como único representante, intérprete y vocero de la gente pobre.

A nueve meses de su gobierno empiezo a ver una metamorfosis en proceso que lo hace transitar entre ese dictador populista y el padre protector de la Patria, el líder amoroso y gobernante infalible que vela por sus hijos desvalidos, víctimas eternas de un régimen inhumano y vil que los esclavizó por sistema. Guía espiritual propuesto a redimir una sociedad pecaminosa y ruin cuya maldad empobreció a un pueblo ansioso de justicia, libertad al que una mafia de “machuchones” colmó de oprobios.

En esa transformación sostenida que va de caudillo político a líder espiritual encontró unidad de propósito. Para consumar su tarea redentora necesita destruir ese viejo régimen del mal y sobre sus cenizas levantar una sociedad nueva, amorosa, decente, feliz e incorruptible, donde la gente pueda vivir de los frutos provistos generosamente por “la madre tierra”, descontaminada de las   tecnologías, herramientas y mediciones que nos heredó el neoliberalismo.

Es la sociedad a la que llama Cuarta República –así, con mayúsculas- donde además de gente buena los políticos se comporten como auténticos demócratas, respetuosos de las leyes, honestos, sinceros. Hombres y mujeres comprometidos con los tres mandamientos de la nueva sociedad: no robar, no mentir, no traicionar al pueblo.

La dualidad de ser que domina mente y corazón de nuestro presidente, donde a ratos es dictador feroz y a ratos padre amadísimo de la nación, lo acompaña desde los primeros años de su lucha política. Así lo entendió Enrique Krauze tres años atrás, cuando lo motejó “mesías tropical”.

Hoy recupero la versión de su ser mesiánico por que en las confrontaciones entre clanes de Morena opta por mantenerse ajeno a las decisiones internas, presidencias de las cámaras y del partido, pero no repara en amonestarlos por actuar en desacato a los principios de la nueva sociedad. Le ofende que sus acólitos más visibles actúen como si estuviesen en el antiguo régimen.

Entonces vuelve sobre la narrativa ética de la nueva sociedad: “El que no tiene principios, el que no tiene ideales, el que es un ambicioso vulgar, no debe de dedicarse al noble oficio de la política. Se debe de ir al carajo”. Desde su ser místico ahora la política es un “noble fin” donde los impíos no tienen cabida, contrastada con el nido de ladrones, refugio de pecadores que antes era. No se trata de concepción ideológica y menos pragmatismo político, la narrativa de los últimos días ha sido un sermón del deber ser “lopezobradoriano”.

Tampoco soporta que su partido tenga las menores desviaciones de la pureza moral con que deben conducirse sus líderes. “Si el partido que ayudé a fundar, Morena, se echa a perder, no solo renunciaría, sino que me gustaría que le cambiaran de nombre, que ya no lo usaran porque ese nombre nos dio la oportunidad de llevar a cabo la Cuarta Transformación de la vida pública del país y no se debe manchar”. Lo juzga inmaculado, puro y su deseo es que así permanezca.

Si en la elección de presidente en las cámaras de diputados y senadores predominó su ser mesiánico y parece que lo mismo sucederá en la elección del presidente nacional de Morena, me pregunto quien hablará llegado el momento de los candidatos a gobernador; el dictador populista o el padre amadísimo.Si alguien me hubiese hecho esa pregunta quince días atrás, sin pensarlo hubiese respondido que impondrá su criterio de caudillo autócrata, en cada una de las designaciones. Hoy sinceramente dudo, quizás pase por ingenuo pero empiezo a sospechar que López Obrador se está creyendo eso de que es moralmente puro y su fin es conducir a la sociedad por la senda del bien, no gobernar al país. Y siendo sus propósitos superiores no intervendría en asuntos temporales, su tarea es liberar a la sociedad del mal, redimir a la sociedad impía. ¿Me la compra?