*Época electoral o días de venganza

* Javier-César; los extremos se juntan

* Ebrard, diez y palomita en la frente

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Lo volvió personal, prioridad mayor de su agenda política en el tramo final de la administración y, por que no, hasta motivo de sus frecuentes noches en desvelo. No le importa fracturar al PAN, faltando poco más de seis meses para las elecciones, está obstinadamente convencido que sólo destrozando las aspiraciones de Maru Campos endereza la candidatura de Gustavo Madero.

Muévanlo de ahí, háganle razonar sobre los precarios momentos políticos que viven Chihuahua y el país, que repare sobre la importancia de presentar un frente unido que potencie sus capacidades. Imposible, en su fuero interno investigó, juzgó y sentenció; la mujer es culpable y debe pagar. Ha dicho, el caso está cerrado, venga la Fiscalía a darle carácter legal. No son elucubraciones fantasiosas, lo ha manifestado en público y en privado.

¿En qué momento la candidatura de Gustavo Madero quedó atorada en los desahogos vengativos de Javier Corral contra Maru Campos? ¿Cómo dejó correr en paralelo los tiempos de la justicia con la temporada electoral, hasta empalmarlos en vísperas del destape? ¿Cuándo resolvió que los mejores días para detenerla eran los previos a la designación del candidato? ¿Está convencido de que la gente cree en su versión de justicia, siendo que dispuso de cuatro años para actuar y se contuvo? ¿Es sincera su conclusión de que sacándola de la contienda por las malas, no reduce al mínimo las opciones electorales del PAN?.

Me aventuraría a responder las preguntas anteriores, pero no quiero entrar en el terreno de las subjetividades. Las dejo abiertas como propuesta de discusión y me concreto a observar extrañas e inquietantes semejanzas entre dos gobernadores que se odian mutuamente; César Duarte y Javier Corral.

Vamos cinco años atrás y visualicemos las fechas importantes. Las sobrepongo para efectos de redacción: como César Duarte, Javier Corral quiere ser presidente del país; como César Duarte, Javier Corral hace hasta lo indecible por heredar a su favorito; como César Duarte, Javier Corral quiere destrozar las aspiraciones del más popular de su partido; cómo César Duarte, Javier Corral politiza perversamente los instrumentos de justicia; Como César Duarte, Javier Corral desatiende toda recomendación que contravenga su despropósito; como César Duarte, Javier Corral piensa que administra hábilmente las consecuencias políticas de sus actos.

Duarte consiguió sólo uno de sus tres objetivos; la candidatura de Serrano, pero no pudo encarcelar a Marco Adán Quezada ni ganar las elecciones. El resultado de aquellos arrebatos de poder ya lo conocemos, el PRI sufrió la mayor derrota de su historia y el beneficiario directo vino siendo su odiado enemigo. Javier no ganó aquella elección, la perdió Duarte con sus abusos y excesos públicos, la cínica e incontenida corrupción que acompañó a todo su sexenio y la soberbia de suponerse capaz de mover a voluntad las variables de la elección.

Cinco años después la historia se repite, con Javier Corral en papel de villano, usando el mismo disfraz de justiciero que Duarte colgó en la percha del gobierno. ¿Tendrá éxito donde Duarte fracasó? ¿Hará de Madero su Serrano? ¿Colmará sus apetitos vengativos, así haga colapsar las oportunidades del partido que todo le dio?.

Quién sabe, el cinco de junio veremos. En sus disparatados delirios Duarte creyó que, apalancado en los últimos resabios del poder, no había imposibles. Hemos visto que al final de su mandato Javier camina sobre los pasos del odiado, quizás se asuma superior e infalible o, encandilado por la luz cegadora del poder, camina enceguecido al barranco del que Duarte no escapó.

Dicen que los extremos llegan a juntarse. Acertado apunte, de ahí la sabiduría popular concluyó que “del odio al amor hay sólo un paso”. ¿Si mañana la desgracia política los iguala, llegarían a quererse?. No está en juego la libertad de Maru Campos, está en juego la viabilidad electoral del PAN. Es muy sencillo verlo, si lo hacen desapasionadamente.

Rompeolas

El 16 de octubre, un día después de que detuvieran al general Cienfuegos, en el aeropuerto de Los Ángeles, López Obrador se apresuró con declaraciones insensatas que denotaban su incomprensión sobre el ataque al Ejército y a todo el país, por parte de la corrupta y engreída DEA. Dijo entonces: “Esto es una muestra inequívoca de la descomposición del régimen, de como se fue degradando la función pública, la función gubernamental en el país, durante el periodo neoliberal”. En la misma declaración amenazó con hacer limpia en el Ejército: “Como en el caso de García Luna, todos los que resulten involucrados en éste caso, que estén actuando en el gobierno, en la Defensa Nacional, van a ser suspendidos y retirados. Si es el caso puestos a disposición de las autoridades competentes. No vamos a encubrir a nadie”. Alguien le advirtió sobre la estupidez de lo que hablaba, pues en días posteriores fue matizando. Seguramente después el Ejército pidió una actuación más enérgica y Marcelo Ebrard dijo que podían hacerlo, en la presente coyuntura del Imperio. Cienfuegos está de vuelta y López Obrador no ha retirado sus palabras. Muchos otros hechos retratan las incoherencias de nuestro Presidente, pero nada lo hace reponer, es el Tlatoani.