*La impotencia de la mujer violada

*Contra el rencor topó el Tlatoani

*Valla y Salgado, el principio del fin

*¿Cómplice o desprecio por la mujer?

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Cancelación el aeropuerto, liberación a Ovidio, los apagones, la corrupción en su gabinete, los sobres del hermano Pío, los 190 mil muertos de la pandemia y 60 mil del crimen, el colapso económico, los habituales disparates matutinos, la falta de medicamentos para niños con cáncer, el cierre de guarderías, el aumento a la gasolina y un largo etcétera. Ha resistido todo, su popularidad parece a prueba de las mayores pifias y dislates, actuando con la autosuficiencia de quien pudiese cometer el mayor atropello en cadena nacional seguro de que encontraría una justificación que lo rescate del descrédito.

En el momento de sus mayores delirios de poder, Trump declaró que podía asesinar a una persona en la Quinta Avenida de Nueva Tork, sin sufrir consecuencias legales. Así de impune y blindado se veía. Nunca sabremos que hubiese sucedido si en esos arrebatos comete el asesinato. Hoy, en la desgracia política, el patán supo por las malas que también es justiciable. López Obrador no ha tenido la desfachatez de Trump para una declaración así, pero su conducta es la de alguien que se considera inmune al rechazo popular, convencido de ser “moralmente superior”.

En nada se observa mejor su percepción de superioridad que en la vehemente y pública defensa a Félix Salgado Macedonio, siniestro personaje acusado de violar y acosar sexualmente a decenas de mujeres, evitando en todos la justicia. ¿Cuáles serán las consecuencias de la insensata tozuda en defender al tenido por las mujeres como el más famoso “violador serial” del país?. A diferencia de la bravuconada de Trump con el imaginario asesinato, los mexicanos pronto sabremos el costo que cubra López Obrador, las elecciones están a tres meses.

No se ha percatado, aún, pero sospecho que asociándose con Salgado Macedonio desafió la fe de sus acólitos más sinceros, tocando los límites de la tolerancia social.  La reacción ciudadana al “ya chole con Salgado Macedonio” es una estruendosa alarma sobre el riesgo que corren sus niveles de aceptación popular, la mayor de sus prioridades y única de la que expresa plena satisfacción. “Vamos requetebién” suele decir jactancioso.

La respuesta general fue un “Ya chole con esto, ya chole con aquello, ya chole con lo otro…” y él, imperturbable, elevó la ofensa retando a los colectivos feministas en su día más sagrado, ocho de marzo el, ajeno a las parpadeantes luces amarillas prendidas en su entorno. El vocero lo llamó “muro de paz”, encerrado en la fortaleza de Palacio dijo que tenía miedo pero no era cobarde, justificó el ominoso despliegue metálico diciendo que no podía permitir violencia que lastimase la imagen nacional en el extranjero, que era contra los infiltrados y otras ocurrencias usadas a manera de muletilla discursiva, pero mantuvo su decisión de imponer al acusado de violador en el gobierno de Guerrero.

Encuentro impresionante el grado de complicidad que los une. ¿Qué se saben? ¿Qué se deben?. No entiendo más que sobre la lógica de que, como a todos los empoderados, López Obrador se alejó de la realidad secuestrado por una burbuja de bribones aduladores concentrados en hacerle creer que conserva la aureola de invulnerabilidad, que puede “asesinar a una persona en Reforma” y sería ovacionado por la gente, es el Tlatoani, el incorruptible, el diferente, el que no miente, no traiciona y no roba.

Otra explicación sería su desprecio a la mujer. Raymundo Riva Palacio contó una anécdota que respalda esa versión. “Cual acoso, es ocaso, yo nada de nada”, habría explicado Salgado cuando se entrevistó en privado con el Presidente y éste soltó la carcajada. Si la versión corresponde a la realidad estaríamos frente al más infame desprecio de un gobernante hacia el género femenino. Imagino la escena y los veo muertos de risa.

Toda administración tiene un punto de inflexión, un antes y un después; el de Peña Nieto fueron Ayotzinapa y “la casa blanca”, el de Calderón la masacre de estudiantes en Villa de Salvárcar, el de Fox el “…Y yo por qué” durante los levantamientos de Oaxaca. Tengo la sensación que el de López Obrador es Salgado Macedonio y el desprecio a los movimientos feministas, expresado en la ominosa valla metálica que circunda Palacio Nacional.

“Abrió Los Pinos y cerró Palacio Nacional”, tituló Sandra Romandía su entrega dominical en Milenio. Excelente descripción contenida en una cabeza periodística, la valla es un portazo en la nariz a los justos reclamos de mujeres que piden anular la candidatura de un sujeto al que tienen por despreciable, cuyo nombre simboliza la carga histórica de abusos y oprobios contra ellas. Quizás Salgado Macedonio gane Guerrero, tierra de caciques históricos y robos de elecciones, pero cada candidato de oposición en el país será beneficiario, en mayor o menor medida, de la indiferencia presidencial al dolor de las mujeres violadas. Contra esa impotencia que las quema por dentro no hay tlatoani que valga.