Fractura, deserción; Meade baila en un pie

0
1

Han dicho que Ricardo Anaya se mira al espejo y ve al Macrón mexicano, impostando ademanes y voz para igualarse al francés que derrotó al establishment político de su país, cuna del liberalismo. Al verlo convertido en figura mundial, el joven dirigente del PAN sueña con asimilarse y recrear su éxito electoral en nuestro país. Está invadido por su triunfo, es su nuevo ídolo.

Cada quién es libre de idealizarse a sí mismo de la mejor o peor manera imaginable, al fin libertad. Recuerdo a un amigo con menos de un metro sesenta y cinco de estatura que solía decir que medía uno con setenta y cinco. O las mujeres que, voltean de reojo hacia atrás y observan en el espejo un trasero igual al de Jennifer López. Hay que elevar la autoestima para satisfacer el ego, si más no se puede.

Yo más bien asocio a Ricardo Anaya con el Roberto Madrazo previo al 2000, cuando agotó su capital político en camino a conseguir la candidatura del PRI a la presidencia. Entonces daba la impresión que el fin último de Madrazo era ser candidato, no presidente, y en ese propósito metió en su alocado torbellino destructivo a medio partido, con las consecuencias que la historia consigna.

Así veo al Ricardo Anaya de hoy: obstinado en reducir al PAN en torno a su interés presidencial hasta el grado del cinismo. Aprovecha cuanto recurso económico y político tiene a su alcance y sobre todo sustituye la imagen institucional del partido, por su figura de voz chocante y fingida.

En los tiempos oficiales de radio t televisión que recibe su partido del Instituto Nacional Electoral, el PAN es Ricardo Anaya y Ricardo Anaya es el PAN. Son cientos de miles de spots en los últimos dos años, el triple de López Obrador, justificados en las más absurdas falacias para mantenerlos al aire.

Margarita Zavala, precandidata a la presidencia del poderoso grupo encabezado por su esposo Felipe Calderón, ha sido pródiga en proferir descalificaciones a Ricardo Anaya, por el tema de los spots. El reclamo más amable lo hizo al llamarlo “gandalla” y dijo que “bajo la dirección de Ricardo Anaya, el PAN se está volviendo todo lo que más despreciamos del PRI”. En mayor insulto a un panista.

No viene al caso reseñar el desencuentro entre ambos, es a tal punto evidente que se han encarado frente a sus compañeros de partido, en presídiums de campaña. Está documentado hasta el mínimo detalle en hemerotecas y archivos digitales de todos los medios en el país.

Sirve como antecedente para llegar al punto de ruptura concretado ayer, con el nombramiento de Ernesto Cordero como presidente del Senado. Esa sesión es resultado de un agresivo y constante choque alimentado por Ricardo Anaya contra los otros grupos del PAN que piden suelo parejo en su búsqueda por la presidencia. Llegaron al límite y se asociaron con el enemigo.

Siendo presidente del PAN, Ricardo Anaya debió comportarse como árbitro entre los jugadores de su partido que aspiran a la presidencia o dejar tarjetas y silbato en la oficina para tomar su puesto de jugador. Nada, igual que Madrazo en el 2000 se atragantó intentando desempeñar ambos papeles a la vez, imposible.

Vea hasta donde llegaron en sus desahogos delirantes los senadores del PAN durante la sesión del jueves. Antes un contexto mínimo: Fernando Herrera, coordinador del PAN en el senado, propuso que la presidencia fuese repartida entre las senadoras Laura Rojas y Adriana Ávila, pero apoyados por la bancada del PRI, un grupo de senadores panistas que apoyan a Margarita propuso a Ernesto Cordero para presidente. Ganaron la votación. Afrenta inadmisible para el orgulloso jefe del partido.

La reacción de José Luis Preciado, respaldo de Anaya, es de lo más insultante y elocuente, habla de traiciones, venta de conciencias, indignidades, pero les puso nombre y apellido: “lo que lamento es que a veces pueda más la cartera que la camiseta… y te lo digo a ti, Cordero, y te hablo a ti, Lozano, y te hablo a ti, Lavelle, y te hablo a ti, Roberto Gil.”

Vendidos, indignos y traidores, poca cosa en política. Y remató con una frase que suelta su despecho “ahí está su senado, hagan lo que quieran”, otorgando sin querer la razón a quienes dijeron que Anaya pretendía supeditar la agenda nacional a sus intereses familiares y políticos. Eran ellos los que pretendían hacer lo que les viniera en gana.

Lo del jueves y Cordero es el resultado de acuerdos al más alto nivel cuyo fin consiste en cerrar el paso a López Obrador e inhabilitar a Ricardo Anaya como candidato del PAN a la presidencia. La agenda del senado es secundaria, por más asuntos delicados pendientes, como el nombramiento del Fiscal General, todo se reduce al “Gran Día”.

El antecedente inmediato está en el golpeteo contra el jefe del PAN por un sospechoso enriquecimiento de su familia política, coincidente con el despunte de Anaya, al que éste reaccionó iracundo y sin tino intentando llevar la agenda del senado a los intereses personales. Otra vez lo mismo, primero yo.

Ir hasta los detalles del golpeteo ocuparía mucho espacio, los doy por entendidos y salto al tema central; el 2018 y “La Mafia” contra López Obrador y de primer objetivo el jefa panista.

Con el forzado nombramiento de Cordero en la presidencia del Senado, queda sellado el primer gran pacto entre el PRI de Peña Nieto y el PAN de Felipe Calderón. En este caso la candidatura –desde la eliminación de los candados muy aventajada- de José Antonio Meade parece un hecho. Fue Secretario de Hacienda con Calderón y hoy es Secretario de Hacienda con Peña, díga usted.

Ese primer frente acerca las posibilidades de Margarita y reduce las de Anaya. Nada nuevo, de cuajarles establecerán un acuerdo similar al del Estado de México, del tipo “el que vaya arriba por diez o más puntos antes de un mes de la elección” declina a favor del otro.

En los cálculos del PRI Margarita sería la Josefina presidencial; en los de Calderón, su esposa tendría una buena chanse de ser presidenta. Todos, en La mafia, felices, ganarían y seguirían gobernando en feliz complacencia.

Por eso al PRI le urge desbarrancar a Ricardo Anaya y éste facilita la tarea, empeñado en mantener la doble cachucha de árbitro y competidor. Como Roberto Madrazo, no le importa destruir al partido, si en el camino consigue la candidatura.

El segundo objetivo en tiempo y primero en importancia, López Obrador, empezó a debilitarse solo y donde nadie lo esperaba. Acostumbrado a que todos en su partido se sometan a sus decisiones sin cuestionarlas, estiró la liga con el nombramiento de Claudia Sheinbaum al gobierno de la Ciudad de México, llegando hasta la ruptura con otro personaje de alto perfil en Morena, Ricardo Monreal.

Urdió simuladas encuestas –presumiblemente coordinadas por su hijo, al que Monreal llama “la nomenclatura”- para justificar a su “dedito”. Innecesario lastimar a los otros aspirantes solo por disfrazar de plural y ciudadana una decisión ya tomada unipersonalmente.

Ricardo Monreal reventó y amenaza con desertar, hoy está más en la órbita del PRD, PAN, los nanopartidos y una alianza fáctica con el PRI, que de senador con Morena o coordinando la campaña Nacional.

Dicen que López Obrador es el más grande enemigo de López Obrador, o el único, por la fortaleza social que ha demostrado durante décadas ¿Qué necesidad tenia de poner en riesgo su elección presidencial, deshaciéndose de Ricardo Monreal para imponer a su amiga. Ninguna.

En el fondo calculó mal, jamás pensó en la posibilidad de una rebelión en su granja, ahí donde alimentan a los puercos, marranos, gallinas. No podía imaginarla, pues Morena bajo su dictadura había sido una concepción monolítica desprovista de criticas y oposición interna.

Los caminos de la política son inescrutables, cuando se suponía que el PRI agonizaba con la posibilidad de ir hasta un tercer lugar electoral en la elección presidencial, sus adversarios recomponen su camino y lo regresan al juego.

El PAN fracturado sin perspectivas de acuerdo, Morena sufre su primer insubordinación y con el agravante de ser en la mayor fortaleza electoral y como protagonista uno de sus personajes más bien formados; y Peña se aviva lanzando a un panista como candidato del PRI.

Bueno, a Peña hoy pueden acusarlo de todo menos de no tener claridad política. Pendejo, pendejo, lo que se dice pendejo no es, al final de su mandato está resultando más agudo en la percepción política de lo que sus críticos lo han considerado.