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lunes, abril 29, 2024


*La sopa Xóchitl y el chipilín
*El rey, quiere ser Robin Hood

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No había ido a Ciudad de México desde el triunfo del populismo. Fuimos la semana Santa un grupo de tres familias, se disfruta más en esos días de calma con relación al saturado trajín diario, sobre todo en traslados. Antes de regresar comimos en el Centro y al pasar por el zócalo me produjo una profunda tristeza verlo amurallado, custodiado por antimotines en formación marcial frente a su extensa fachada. No es lo mismo imágenes que presenciarlo en directo. De inmediato recordé a López Obrador cuando declaró que, para vivir en Palacio Nacional, sólo necesitaba una hamaca y que ahí viviría por ser la casa de todos los mexicanos, donde recibiría al pueblo.

Su hipocresía es mayor a la de un timador profesional desenvuelto en la cerrada aristocracia europea. Mentir, traicionar, robar haciéndose pasar por sincero, leal y honesto es la esencia del populismo. Empiezan llamándose “pueblo” y cuando llegan al poder dejan ver sus mundanas ambiciones. De sólo necesitar una hamaca donde dormir sereno, se apoderó del Palacio completo. Lo cerró al resto de los mexicanos de modo que hoy nadie, sin su permiso, puede acercase ni a las puertas, menos ingresar a sus salones. Antes uno podía pasear en los patios internos, recorrer pasillos, era de los mexicanos, hoy es el Palacio de un populista autoritario con ínfulas de héroe, cuando en realidad es un facineroso enamorado del poder y de sí mismo.

Predica celebrando lealtad de los pobres “porque con ellos va uno (en las elecciones) a la segura”; pondera la pobreza como remedio contra el secuestro “porque no secuestran a los pobres, secuestran al que tiene”; Reniega de la clase media por “aspiracionista” y querer ser “como los de arriba”; Recomienda que con un par de zapatos y dos cambios de ropa es suficiente “¿para qué más?”. Pero él se apoderó de un palacio donde vive rodeado de lujos pagados por los contribuyentes, usa camisas de vestir y trajes cortados a medida en las telas más caras, zapatos Church’s de 20 mil pesos, guayaberas bordadas en seda diseñadas a su gusto. Supongo que las sábanas de su cama son de seda o algodón egipcio de mil hilos, cambiadas diario por el servicio doméstico que lo atiende.

¿Cómo es que un mentecato farsante que se apoderó de Palacio Nacional y además destruyó el precario sistema de salud, se asoció con el crimen, pretende quitarnos la democracia, desmantela la infraestructura nacional, construye a capricho tirando millonadas, promete cancelar órganos ciudadanos creados para contener los abusos del poder, está rodeado de pillos y bribones del pasado ha sido capaz de engañar a millones de mexicanos?. Es falso, a nadie engaña, sus devotos lo apoyan porque un ejército de jóvenes reparte dinero en efectivo del erario en su nombre, “te lo manda López Obrador”, la nueva élite gobernante porque lo acompaña en el pillaje del país, intelectuales y medios por recibir las migajas del poder.

Todo en su entorno es una contradicción: por tierra viajaría en austero vehículo compacto, hoy se mueve en caravanas de vehículos blindados protegido por el Ejército; vendió (malbarató) el avión presidencial para viajar en líneas comerciales, hoy viaja en aviones y helicópteros de la Fuerza Aérea, no soportó el reclamo social; sus hijos estarían alejados del gobierno, hoy son contratistas multimillonarios (está documentado) en las obras faraónicas. Deja de mentir e insultar en las mañaneras y cesa el chorro asistencialista y de un día para otro la gente que se proclama ferviente seguidora le vuelve la espalda. Es un gigante con pies de barro, tigre en holograma, líder hipócrita que predica pobreza viviendo en opulencia, que se dice demócrata mientras socava las instituciones democráticas. Se presenta como Robin Hood pero es el Rey rodeado de lujos y una corte de aduladores que, en su presencia y en público lo tratan como bendito pero en privado critican su arrogancia mesiánica.

Nunca había ido a Ciudad de México en plan turista. Fueron buenos días; En Chapultepec Pirri nos puso a orar, era viernes santo, Oscar aferrado a conocer Tepito, Peyo víctima de la sabrosa gastronomía callejera, Luisa dispuesta a no salir de Kitzania hasta verlo cerrado, Marcela arrastrando una pierna (llegó con un tobillo lastimado y apoyada en bastón) pero feliz en las luchas, tan seducida por los rudos que prometió ir después en plan relajo, Ale y la Guera no fueron pero exigían todas las fotos y yo terco en El Mayor, restaurante donde López Obrador engañó a Marcelo Ebrard, prometiéndole equidad en la elección interna, y después entregó el bastón de mando a Claudia Sheinbaum.

Bonito restaurante, a su píe están las ruinas arqueológicas del Templo Mayor, al fondo el zócalo. Pedimos mesa en la misma área donde el tlatoani invistió, falsamente (otra mentira), a su sacerdotisa, entregándole un bastón sin mando. Chela tiene bien ganada fama de siempre atinarle al pedir. Esa tarde no la seguí, descubrí en el menú una sopa Xóchitl y sin pensarlo pedí al mesero que me la sirviera. Excelente decisión, un sabroso caldo de pollo con tonos prehispánicos, sazonado con epazote y nutrida con aguacate y garbanzos. Viene acompañada de una salsa parecida a la macha pero menos intensa, con un picosito que te hace pedir más. La sopa inspira confianza, seguridad de que recibes lo que pediste; la salsa libertad, puedes tomarla o dejarla, es tu elección.

En Chiapas y Tabasco entendí que el chipilín es un gusto adquirido, una planta corriente que crece como maleza en arroyos y bajíos de la región. Lo usan a modo de sazonador en tamales, sopas y otros platillos reginales. Es curios, siendo complemento se roba el protagonismo de los ingredientes principales, entiendo porque es el preferido de Palacio, tienen mucho en común con su inquilino.